Ni el mal clima que está azotando grandes partes de Europa ha impedido, por supuesto, que Cannes continúe su marcha presentando mucho de lo mejor que el cine tiene para ofrecer al mundo. Entre fiestas, polémicas, cockteles, ruedas de prensa, negociaciones de venta, entrevistas y todo tipo de actividades para difundir las nuevas obras de los cineastas consagrados y los nuevos talentos que buscan su lugar en el panteón de los dioses de este arte, se han ya analizado los filmes proyectados en la Sección Oficial y uno, especial, que se ha mostrado fuera de la competencia.
Aquí unos fragmentos de lo que se ha escrito sobre estas obras cinematográficas...
Dir. Kaouther Ben Hania (Francia, Arabia Saudita, Alemania, Tunez)
Hay genuina calidez emocional y empatía humana en este, por otro lado, fallido filme, un experimento de docudrama en el que las actrices fueron puestas a interpretar a algunas personas reales de una trágica noticia ocurrida en Túnez. Olfa Hamrouni, una mujer divorciada del pueblo costero de Sousse, encabezó las ocho columnas de los diarios hace siete años cuando dos de sus cuatro hijas, Rahma y Ghofrane, le rompieron el corazón a ella y a sus otras dos hermanas al esfumarse del país para convertirse en guerreras y esposas del Estado Islámico, en Siria. La directora Kaouther Ben Hania recrea partes fundamentales de la vida familiar de Olfa, presentando a las hermanas restantes, Eya y Tayssir, interpretándose a sí mismas, aunque auténticas actrices personifican a las desaparecidas hermanas: Ichraq Matar es Ghofrane y Nour Karoui es Rahma.
Ben Hania aparentemente se embarcó en este proceso con una mente abierta, no teniendo idea clara qué tipo de luz este acercamiento arrojaría sobre el caso. De hecho, no estoy seguro cuánta luz es arrojada, y todavía peor, esta técnica quizá es totalmente errónea para descubrir cómo y cuándo fue exactamente que las dos jóvenes hermanas se radicalizaron. Imaginar qué es lo que ocurre en sus cabezas usando solamente la intuición actoral no puede llevarnos muy lejos. De hecho, el clip de una mesa de debate televisivo que muestra a Olfa denunciando furiosamente a los políticos, diciendo que su tolerancia hacia los imanes jihadistas después de la Primavera Árabe fue lo que transformó a sus hijas, es más bien una perspicaz perspectiva de lo que este tipo de docudrama no puede producir.
De cualquier forma, estas mujeres tienen tal presencia en la pantalla que su personalidad acarrea el filme. Hay algo misteriosamente conmovedor acerca de las Ella y Tayssir reales siendo presentadas con las actrices que interpretan a sus hermanas, y quedar movidos y pasmados al ver lo similares que son, y cuan extraño es sentir la dinámica en cuatro vías de esta relación entre hermanas al ser recuperada en este formato semificticio.
-Peter Bradshaw, The Guardian 3 de 5 estrellas
Ya bien entrados en este cautivador y ambicioso híbrido filme de Kaouther Ben Hania, Four Daughters, Olfa Hamrouni -el foco de la película, su fijación y su más carismático y contradictorio personaje- acaricia a un gato ronroneante con avanzado embarazo. En ocasiones, nos dice, las gatas se sienten tan amenazados por sus bebés que terminan comiéndoselos. Es el disimulado reconocimiento de que su desacertada urgencia protectora, forjada por su complicada historia con los hombres y su propia madre, pudieron haber contribuido a la gran, descorazonadora, tragedia de su vida: cuando, en 2015, las dos mayores de sus cuatro hijas huyeron para unirse a ISIS. Pero también rememora uno de sus iniciales segmentos a cámara, cuando ella describe a sus hijas, como si intentara protegerse a ella misma de los dolores de la realidad con lenguaje de fábula, como el “haber sido devorada por un lobo”. Así que: ¿fueron Ghofran y Rahma, de dieciséis y quince años al momento de su desaparición, devoradas por su madre-gata o consumidas por los lobos depredadores del fundamentalismo religioso y el adoctrinamiento cultural, por el propio ISIS?
Por supuesto no es lo uno, ni lo otro de manera total, lo que hace la forma de Four Daughters -ni ficción, ni documental; tampoco memorias, ni reportaje- extrañamente adecuado, incluso cuando choca y choca contra la forma curiosamente romántica que tiene Ben Hania de filmar. Su abordaje es, desde el inicio, brechtiano: La verdadera Olfa aparece a lo largo del filme pero es, asimismo, interpretada por la famosa estrella egipcia de cine, Hend Sabri; las dos hijas que le quedan, Ella y Tayssir, actúan de ellas mismas; y los papeles de Ghofran y Rahma antes de desaparecer son personificadas por las actrices, Ichraq Matar y Nour Karoui, respectivamente. Como una floritura adicional, todas las partes masculinas, desde el esposo de Olfa, hasta su amante Wissem, pasando por el oficial de policía que se niega a ayudarla, son encarnados por un solo actor, Majd Mastoura. Es un doble asombro sobre la noción de que aquí, mientras una mujer puede contener tantas multitudes internas que debe ser interpretada por dos, todos los hombres son solo uno. Y uno malo.
Con tantas partes conmovedoras, es difícil aislar solo una razón por la que este filme de Ben Hania -una enorme mejora respecto a su terminantemente desigual, inesperadamente nominado al Oscar, The Man Who Sold His Skin- resulta tan apasionante. Quizá es la manera en que desvela a Olfa como simultáneamente simpática y repelente, encantadora y escalofriante. Tal vez es simplemente que no estamos habituados a ver este método tan experimental aplicado a una historia acerca de las batallas diarias de las mujeres árabes en un país mayoritariamente islámica del norte de África. O puede ser simplemente que las ausencias sobre las que todo se estructura, y sus motivaciones, siguen resultándonos tan elusivas: Cualquiera que sean las catárticas verdades, Four Daughters descubre; otros siempre permanecerán velados.
Banel & Adama
Dir. Ramata-Toulaye Sy (Francia, Senegal, Malí)
Los nombres interconectados de los amantes tiene un poder inusual en el cautivador, titubeante filme de Ramat-Toulaye Sy: Banel & Adama. Ellos interpretan una y otra vez, como una canción de cuna susurrada en el soundtrack. Cubren las hojas de papel en las que Banel (Khady Mane) escribe compulsivamente, como una colegiala practicando letra cursiva con el nombre de su enamorado. Hay inocencia en todo esto al principio, como si Banel, en cuya mente extraña estamos mayormente ocupados, se deleitara en el sonido y forma de su cercanía. Pero eso es por lo que Banel & Adama es una historia de amor, y antes de que descienda, un poco demasiado dubitativamente, aunque con un sutil poder seductor, empero, hacia la sequedad y la locura y, quizá, la retribución cósmica. El relato bañado de sol y superstición acerca de una chica africana luchando con el destino y la tradición folclórica tiene un precedente en la excelente I Am Not a Witch de Rungano Nyoni. Pero aquí, cuando la brillante visualización comienza a insinuarse paradójicamente en la reptante oscuridad, no podemos estar del todo seguros que brujería no es exactamente lo que está ocurriendo.
El filme de Sly es una pequeña y curiosa fábula, no totalmente consolidada en sus etapas finales, y ocasionalmente tan sosegada y opaca, bajo el score melódico, sustentado en el piano, de Bachar Mar-Khalife, que se siente como si se ahogara. Pero es un impactante debut, de cualquier modo, especialmente al desenvolverse con elegante poesía alrededor de las expeiencias internas de una mujer tan curiosa, inabarcable. Banel, bellamente interpretada por Mane quien, pese a que nosotros no, ell sí parece entender a la perfección las alegrías y miserias de su personaje, y también los flachazos de orgulloso ego femenino (“Míralo,”, murmura en voz en off, “No, mírame a mí. ¿No soy yo una mujer?”) es la que, con todo y sus protestas de devoción, se apodera del filme. Tal vez el amor entre Banel y Adama, como la vida, requiere agua. Y en tiempos de sequía solo puede marchitarse, como la piel horneada de algunos animales muertos, que revelan por debajo su siniestro esqueleto.
El director franco-senegalés, Ramata-Toulaye Sy ha hecho un consumado debut en largometraje dentro de la competencia oficial de Cannes -el único principiante en la lista de este año- y pese a que es fallido, este filme encuentra un lugar asegurado en la tradición quietista del cine africano con hermosas imágenes y fuertes momentos, y con cuestiones relevantes que decir acerca de la comunidad, el sitio de la mujer y la crisis climática.
Sy y Mane muestran como Banel no es un figura de Julieta (la de Romeo) afectada y modosita: ella es fiera y beligerante con pulsiones violentas. A ella le gusta matar cosas con piedras disparadas de su resortera y, en un momento en el que usa el arma para matar un colibrí, se escuchó un grito ahogado de incredulidad en la audiencia en la que yo me encontraba. Maravillosamente fotografiado e interpretado con vehemencia, el filme está lleno de ideas que probablemente cabrían en un cortometraje; no nos entrega realmente un acto final con narrativa, a menos que sea el sugerir una hastiada, si bien desafiante sumisión a fuerzas misóginas que culpan a Banel de cosas de las que no es culpable. De cualquier forma, es esta una obra notable de un cineasta de abolengo.
-Peter Bradshaw, The Guardian 3 de 5 estrellas
Se presentó, también, fuera de Competencia en Cannes el filme Eureka del argentino Lisandro Alonso. Protagonizado por Viggo Mortensen y Chiara Mastroianni, se trata de la sexta participación del autor de cine argentino en el festival francés, y su segunda colaboración con Mortensen en el protagónico. La película es una coproducción de Regina Solórzano, cabeza de Talipot Studio, casa productora mexicana que facilitó la posibilidad de filmar en locaciones en Puerto Escondido y la Sierra de Oaxaca, en México.
Eureka
Dir. Lisandro Alonso (Argentina, Francia, Portugal, México)
Se ha convertido en una costumbre, para todo mundo en el medio del cine, el describir a los cineastas como “contadores de historias”. Pero incluso haciendo a un lado el hecho de que muchos realizadores no son tan buenos en el antiguo arte de contar historias, la realidad es que el cine no tiene que ser necesariamente acerca de las historias, más allá de lo poco comercial que este idea pueda parecer.
El realizador argentino, Lisando Alonso, es un ejemplo ilustrativo: su obra es desafiante y opaca y emprendido en un intransigente ritmo andante y, sí, es probable que su destino sea ser proyectado en festivales. Pero es, también, extrañamente hipnótico y exaltado y majestuoso a su manera, y suele no tener que ver con la historia. Su filme previo, con Viggo Mortensen, titulado Jauja, fue un ejemplo de ello. Ahora ha venido a Cannes con su meditación experimental, no narrativa sobre la condición global de los indígenas. Es totalmente fascinante, aunque indudablemente requiere que la audiencia recalibre su propia forma de consumir el tiempo y la estamina con la que se pueden preservar la atención.
La narrativa absolutamente bizarra o antinarrativa transmite nada del efecto onírico del filme, su procedimiento en prosa poética o su estatus como obra de arte. Es un filme que se distancia de su punto de partida y más o menos ignora esas unidades aristotélicas de tiempo y espacio a las que la mayoría de los filmes se adhieren. Y el título es otro elemento enigmático integrado al proyecto. Ciertamente no hay un momento “eureka” obvio de descubrimiento o entendimiento. Pero hay algo de una percepción sensorial, el sentimiento de que flotando a la deriva el curso del filme y contemplando el follaje a ambos lados de la ribera, se alcanza algún progreso en el alma. Es una experiencia enriquecedora.
-Peter Bradshaw, The Guardian 4 de 5 estrellas
Trad. EF