Otro día en Cannes, más filmes de los que desafían, de los que sumados a las desveladas, las pláticas, las cenas, las fiestas, van dejando extenuado al espectador, máxima tomando en cuenta que una de las más significativas peculiaridades del arte es, simultáneamente, exprimir y enriquecer, padecer gozando, porque los filmes de un festival como Cannes te exigen, te aprietan, te provocan emocionalmente, pero también intelectualmente. Y así van corriendo los días y los asistentes cada día se vuelven un poco más esquizofrénicos, pero también más humanos, más empáticos...en el mejor de los casos. Mientras tanto, los analistas deben mantener la cordura, si es que áun les queda algo, para seguir escribiendo contrarreloj y poder compartir sus análisis en cuanto estrenan los esperados filmes de los mejores directores del mundo, por lo que merecen nuestro reconocimiento que puede ser demostrado, cuando menos, leyendo qué es lo que han analizado de los filmes exhibidos. Aquí, por lo pronto, al menos pueden revisar algunos fragmentos de lo extraído de las obras de Kaurismäki, Haynes y Triet.
Kuolleet lehdet (Fallen Leaves)
Dir. Aki Kaurismäki (Finlandia, Alemania)
No esperen novedades radicales de Fallen Leaves: el más reciente del eternamente lastimero, Aki Kaurismäki, por completo, lo de siempre. Por años, los filmes de Kaurismäki nos han ofrecido una serie de variaciones tiernas y meticulosamente fabricadas de un tema similar y, pese a que éste quizá no sea del todo vintage, todos los que adoran su paradójicamente jubilosa melancolía -eso es el cine, digamos, feliz al interior- quedarán encantados. Si bien Fallen Leaves no inspirará un nuevo surgimiento de fans, los prospectos internacionales están tan sólidos como siempre para un cineasta con unos de los más fieles seguidores en el mundo de autor.
Kaurismäki ha anunciado este filme como el hasta ahora perdido cuarto capítulo de su temprana ‘trilogía de la clase trabajadora’ (Shadows in Paradise, Ariel, The Match Factory Girl). De hecho, temática y estilísticamente tiene tanto en común con cualquier cosa que ha hecho desde Drifting Clouds de 1996 y, como el título similar puede sugerir, esta nueva historia de amor de tiempos convulsos parece constituir una sola pieza con aquel filme. Es acerca de dos solitarios habitantes de Helsinki que detectan la existencia del otro una noche, intercambiando tímidas miradas en un club de karaoke, después se encuentran por azar y cautelosamente hacen ‘click’, solo para después padecer las tormentas del destino y los conflictos socioeconómicos.
En la médula, los filmes de Kaurismäki siempre han sido un poco como canciones country y western dramatizadas, cuates de la clase trabajadores resilientes permanentemente estafados por Dios y ansiosos por amar, mientras derraman alguna lágrima dentro de sus cervezas (o vodkas). Pero, en sus últimos filmes, Kaurismäki también ha tendido a señalar la seriedad de su conciencia política y social, aquí además con una serie de transmisiones radiofónicas acerca de la guerra en Ucrania.
Fallen Leaves es un filme bellamente actuado. Con ternura tersamente entretenida centelleando sobre de sus rasgos habitualmente estáticos, Alma Pöysti (mejor conocida como la protagonista en Tove, de Zaida Bergroth) se planta con aplomo en los zapatos de la antigua protagonista femenina de Kaurismäki, Kati Outinen, proyectándose como una heroína romántica en toda la regla, pese a la desfavorecedora y apagada gabardina que viste a lo largo de la mayoría del filme. El prominente actor de cine y televisión finlandesa, Jussi Vatanen, también está similarmente acertado como un tímido joven trabajador, y conforma un espléndido acto doble de humor seco con Hyytiänen, con sus inmaculados intercambios de frases ingeniosas de combusión lenta: “Los hombres rudos no cantan.” Pausa. “Tú no eres un hombre rudo.”
Los característicos esquemas con colores intensificados y composiciones que juegan con luz y sombra le dan a Fallen Leaves -fotografiada como siempre por Timo Salminen- esa apariencia distintiva de un mundo ficticio sellado en sí mismo, y al mismo tiempo cargando elementos reconocibles del Helsinki real. El soundtrack es, tal vez, el más diverso de Kaurismäki hasta la fecha, con una sesión de karaoke bizzarramente ecléctica que integra rock pesado, señorial tango finlandés y una serenata de Schubert.
Hojas caídas (fallen leaves) de hecho aparecen en un bello montaje otoñal, pero no menos abundamentemente esparcidos a lo largo del filme se ven viejos pósters de películas, con Kaurismäki como siempre rindiendo tributo a los grandes nombres -Ozu, Bresson y Chaplin siendo solo los más obvios. Los fans de Kaurismäki notarán un fugaz cameo de su habitual Sakari Kuosmanen y puede estar asegurado de que, tarde o temprano, el último de una larga líne de lúgubremente adorables perros para la pantalla asomarán por ahí sus narices. Fallen Leaves quizá no ponga a arder al mundo del filme, pero sí garantiza arrojarle un cálido fulgor.
Aki Kaurismäki es el director finlandés notable por ser no solo uno de los directores que siempre es bienvenido en la Competencia Oficial en Cannes, sino que es uno de los raros que en una especie de subcategoría en realidad hacen filmes graciosos; esto es, verdaderamente chistosos, no chistosos para los estándares de filmes de arte. Fallen Leaves es otra de las encantadoras y exquisitas comedias para cinéfilos, presentando rock’n’roll del que se zapatea. Es romántica y de naturaleza dulce, en su estilo impasible que, de ninguna manera, menoscaba o ironiza las emociones involucradas, y además suelta algunos agudos comentarios acerca de la política contemporánea. Yo me encontré a mí mismo echándole porras al héroe y la heroína aquí, de modo nada complicado como no lo había hecho por ningún otro filme en Cannes este año. Es algo que deben amar los financieros finlandeses de esta película -que, incidentalmente, saborean el cameo silente del también director y veterano competidor en Cannes, Juho Kuosmanen- pero es realmente para todo mundo, más allá del título, este es un filme con la primavera en el corazón.
Ansa (Alma Pöysti) es una mujer que trabaja en un supermercado, con un explotador contrato de cero horas, y resiente que parte de su labor consista en tirar a la basura comida en perfectas condiciones al final del día; un malhumorado guardia de seguridad la descubre dándole sobras a la desesperada gente hambrienta, y es despedida por intentar llevarse a casa un sándwich ya caduco.
Periódicamente en el filme los personajes encenderán el radio para escuchar noticias (nadie parece tener algo tan moderno como un teléfono inteligente, o siquiera una tele -la acción bien podría desarrollarse en los tempranos sesenta); todo esto se trata del ataque de Rusia a Ucrania, que llena al escucha con resentimiento, depresión, despecho. E, indudablemente, Kaurismäki se propone hacernos ver algo muy específico: Finlandia se encuentra en la frontera con Rusia. El temor a Putin no es la cuestión distante que puede ser en el Reino Unido, Estados Unidos o incluso Alemania: para Finlandia, las tropas de Putin se encuentran cerca. La guerra nubla el sentido de bienestar finlandés, pero los finlandeses de todos modos intentan seguir adelante. Fallen Leaves es un filme con un gran corazón, y tan absurdo y caricaturesco como puede llegar a ser, te llena de un fulgor que te hace sentir bien.
-Peter Bradshaw, The Guardian (4 de 5 estrellas)
May December
Dir. Todd Haynes (Estados Unidos)
“La gente insegura es peligrosa”, dice el personaje de Julianne Moore en este filme. Ella lo sabe. Todd Haynes ha venido a Cannes con este drama interesante y elegante, highsmithiano en su intimidad y malicia; ¿una sombra aún más oscura que de Carol, del propio Haynes, quizá? Es el inconfesable duelo entre dos mujeres, interpretado por Moore y Natalie Portman, que han encontrado una potente animadversión en un periodo importante de sus vidas. Periódicamente, Haynes nos presenta sus rostros, uno junto al otro en primer plano (close-up) mientras se ven a sí mismas y a la otra al espejo, en la usanza de recelosa malicia de la Persona de Bergman.
Moore personifica a Gracie Atherton-Yoo, una mujer neurótica y controladora en el estilo familiar de Moore, quien de hecho nos entrega la ya tradicional escena de llanto autocompasiva. Gracie le añadió un guion a su apellido para incorporar el de su mucho menor segundo esposo, Joe (Charles Melton); pero ha puesto su apellido primero. Vive con estilo en el próspero pueblo de Calabasas, California, pero puede ser que el salario de su esposo el que pague por toda esa vida; todo lo que Gracie tiene es un hobby vuelto negocio como actividad suplementaria horneando pasteles en un estilo sofisticado como de Martha Stewart que vende a sus vecinos.
Pero el matrimonio de Gracie y Joe está fundado en un escándalo sexual que alguna vez dominó los tabloides que indignó y fascinó a los Estados Unidos: ella sedujo a Joe cuando él tenía solo trece años y ella estaba era una mujer casada en sus treinta. Grace quedó embarazada, pasó una breve estancia en prisión y sigue en la lista del registro de ofensores sexuales. Pero su relación sobrevivió y tienen tres hijos: dos cerca de graduarse de la prepa y uno en la universidad. Los hijos de su primer matrimonio tienen la misma edad que Joe, siendo el más complicado Georgie (Cory Michael Smith), que tiene una personalidad nerviosa y ha sido soberanamente arruinado por todo aquel relajo.
A pesar de algunas fallas aquí y allá, May December es resuelta por Todd Haynes con sagaz y fría precisión, mientras Julianne Moore hace que sea muy agradable ver a una disfuncional majestad, y Natalie Portman tiene una gran escena en la que ofrece una lección de actuación a los hijos de Gracie, en su clase de drama en la prepa. Incluso les habla acerca de cómo las escenas de sexo gradualmente pueden volverse auténticamente sexy para los participantes: “Estás pretendiendo sentir placer, o pretendiendo que no sientes placer?” Bueno, el placer aquí es real.
-Peter Bradshaw, The Guardian (4 de 5 estrellas)
Hay algo de película de terror posmodernista acerca de la interpretación como actividad predatoria escondida debajo de la mirada semiótica en May December, de Todd Haynes, un complejo drama que es intrínsicamente íntimo y, sin embargo, al mismo tiempo distante, en ocasiones casi clínico. El director atiza alrededor de un territorio que le es familiar: el autoconocimiento y la percepción pública, la identidad y la dualidad, la transparencia y la actuación, las normas sociales y el sexo proscrito. Pero la volatil emotividad de la historia termina siendo de alguna manera enmudecida por el modo de se abordada, más bien haciendo que esta película resulte difícil de vender más allá de los devotos admiradores de Haynes.
Lo que le otorga al filme un significativo nivel de tracción, empero, son las cautivadoras interpretaciones de Natalie Portman y la frecuente musa de Haynes, Juliane Moore, como dos mujeres con propósitos opuestos, una buscando excavar el pasado y la otra que ha pasado dos décadas procurando enterrarlo. Un asomobroso monólogo de Portman frente al espejo, en particular, demanda ser visto. Pero ambas protagonistas ofrecen un trabajo transgresor con personajes que constantemente revelan distinos ángulos de ellas mismas, lo cual resulta apropiado dado el reconocimiento de Haynes de que una de sus inspiraciones para este filme fue Persona de Bergman.
Las protagonistas aseguran que el filme sea siempre fascinante pero, pese a la cruda naturaleza de las heridas que se reabren, todo parece un poco glacial. La cámara de Christopher Blauvelt se acerca en intervalos regulares a la exuberante vegetación de la que Joe recoge diminutos huevos para su pasatiempo de alimentar mariposas monarca. Esas imágenes aluden a la atmósfera de invernadero que un filme más académico como May December pudo haber utilizado un poco más.
-David Rooney, The Hollywood Reporter
Anatomie D’une Chute (Anatomy of a Fall)
Dir. Justine Triet (Francia)
He sido un agnóstico acerca del trabajo de Justine Triet en el pasado, pero su drama de juzgado en el que se resuelve un misterioso asesinato que forma parte de la competencia en Cannes, con su título ambiguo y su desenlace aún más ambiguo, es muy intrigante. Me recordó en varios momentos la adaptación que hizo Billy Wilder a Witness for the Prosecution de Agatha Christie o a Murder One de Steven Bochco, el poco recordado, subestimado drama televisivo de los noventa.
Sandra Hüller (Tony Erdmann) interpreta a Sandra, una exitosa autora, muy de moda (esa figura preponderante del cine francés), alemana por nacimiento, pero ahora viviendo en un hermoso chalet en los alpes franceses con su esposo francés (Samuel Theis), un antiguo académico que también desea ser autor, que ha caído en un hoyo en su carrera, y sufre de bloqueo creativo, además de que por ahora tiene la esperanza de salvar las finanzas familiares convirtiendo el chalet en Airbnb. Es justo cuando se encuentra martillando y serruchando a regañadientes en el piso superior, con la música a todo volumen, que Sandra intenta dar una entrevista que simplemente tiene que ser pospuesta debido al ruido. Sandra fatigosamente intenta echarse una siesta, mientras el hijo de la pareja, Daniel (Milo Machado Graner) saca a su perro, Snoop, a dar una caminada. Pero, cando regresa, el cadáver de su padre se encuentra tirado en la nieve a un costado del chalet, con un golpe brutal en la cabeza.
La suave franqueza de Sandra Hüller como actriz es lo que le otorga al filme su textura, sustancia y fuerza emocional. Ella lo ancla en una especie de realidad accesible: como espectadores empatizamos de manera natural con ella y, sin embargo, Triet nos muestra que ella es capaz de decir mentiras transparentes, mentiras que son casi creíbles porque Hüller tiene una personalidad tan verosímil. Los hombres que la rodean parecen ser demasiado emocionales, mucho más que ella, lo cual resulta extraño pues es ella la que enfrenta la posibilidad de ir a prisión.
El filme persigue su propio tipo de drama forsénico: vemos al cuerpo ser examinado, y el evento mismo es extrañamente reconstruido por la defensa, arromando un maniquí desde una ventana, para determinar si la trayectoria del cadáver y las resultantes salpicaduras de la sangre incriminan o no a Sandra. El filme no tiene la estampa de los giros de tuerca y cambios dramáticos tradicionales, sino que mantiene una sana distancia que nos permite ponderar si Sandra es culpable o no, y así nos deja hasta el final. Es un drama de baja intensidad, discreto, pero con algo estimulantemente cerebral.
-Peter Bradshaw, The Guardian (4 de 5 estrellas)
Dependiendo del sitio en que te coloques respecto a la pregunta de si el personaje protagónico es culpable o inocente, Anatomy of a Fall de Justine Triet, puede ser visto como un tipo de Gone Girl en reversa: Un escritor frustrado muere bajo causas sospechosas, dejando atrás pistas que involucran a su esposa (Sandra Hüller).
Si la muerte del hombre fue un suicidio -y la película bilingüe (mitad inglesa) apunta con fuerza a esa dirección-, entonces hay mucha crueldad en lo que sucede después, toda vez que su doliente esposa es arrastrada a la corte, acusada de asesinato. Su hijo de once años se obsesiona intentando que le haga sentido lo que ha ocurrido, mientras que es la muerte del matrimonio, no del esposo, lo que preocupa a Triet. ¿Puede cualquier relación de pareja resistir el tipo de escrutinio al que ésta ha sido sometida, con las añejas peleas e infidelidades sacadas a a la luz?
El aspecto más áspero del juicio tiene que ver con que al niño (que se convierte en el foco central hacia el final del filme) le hacen descubrir cosas terribles acerca de sus dos padres, y ahora le obligan a decidir qué es lo que en realidad cree. Triet invita a su audiencia a tomar una elección similar: ¿Nos enganchamos en lo que le aconteció a Samuel, debatiendo la culpabilidad o inocencia de Sandra; o seguimos a este filme con una madurez poco común a través de todas sus capas, atestiguando verdades pocas veces vistas acerca de las relaciones en el siglo XXI durante su trayectoria?
Trad. EF