Se aproxima el final de festival y siguen apareciendo los nombres de directores favoritos de Cannes, apretando los pronósticos para los codiciados premios que serán entregados, cuando ya el cansancio, el hartazgo y la confusión entre tanto filme visto puede perjudicar la lucidez con las que se juzguen las obras presentadas al final.
Por lo pronto, Karim Aïnouz nos presenta un intento de revalorización de la mujer, Catherine Parr, que logró mantener la cabeza frente a Enrique VIII, Jessica Hausner decepcionando pese a sus buenas (malignas) intenciones; y el veterano Marco Bellocchio, a sus 83 años, dividiendo a la crítica: unos piensan que ha facturado un clásico instantáneo, otros(as) no están de acuerdo del todo.
Aquí algunos fragmentos de lo que se ha escrito de estos filmes.
Club Zero
Dir. Jessica Hausner (Austria, Reino Unido, Alemania, Francia, Dinamarca)
Una carismática nueva maestra es reculatada por un internado progresista y elitista en algún lugar, podemos asumir que en el Reino Unido, para instruir a sus alumnos en la “alimentación consciente”. Ms Novak (Mia Wasikowska) le explica a su reducida clase de adolescentes impresionables que reduciendo drásticamente la cantidad de comida que consumen puede tener beneficios de largo alcance, tanto para el planeta, como su propia salud espiritual, mental y física. Obedientemente, los chicos rechazan sus alimentos, pero se tragan las filosofías aún más extremistas de Ms Novak.
El segundo filme hablado en inglés de Jessica Hausner es El flautista de Hamelin para la era del culto a la belleza. Se desenvuelve en un mundo de privilegio enrarecido en el que las personas están preparadas para engullir los beneficios de salud de casi cualquier charlatán, siempre y cuando sus honorarios sean lo suficientemente elevados. Es acerca de los peligros de subcontratar las responsabilidades paternas con individuos e instituciones con agendas propias. Se ve sensacional -como de costumbre, el uso del color y el vestuario de Hausner es elocuente e impactante- pero es este un filme escrito por encimita que opera a un nivel predominantemente superficial.
Lo que sí hace la película, y de forma muy efectiva, es pulsar en la ansiedad paternal acerca de las influencias malignas que pueden estar actuando sobre sus hijos. Ms Novak, con su peinado pulcro y pasivo-agresivo, es la encarnación física de cualquier número de sitios web que manipulan las opiniones de aquellos no lo suficientemente perspicaces para resistir el encanto de la desinformación apetecible. El filme no dice casi nada nuevo acerca de estos temas, empero, lo cual puede limitar sus posibilidades con las audiencia. Hay aquí un estremecedor filme de horror esperando ser liberado, o algo escalofriante e incómodo como lo es Innocence de Lucile Hadzihalilovic. Pero Club Zero es cauteloso y contenido en un grado anómalo; Wasikowska, quien es muy divertida cuando se le brinda el espacio para explayarse, aquí es refrenada.
Jessica Hausner es la directora austríaca cuyo estilo elegante, refrigerado la ha convertido en una favorita de Cannes, y su filme del 2009, Lourdes, acerca del mundo ordinario de los milagros, es un clásico de este siglo. Pero su reciente mudanza a las películas habladas en inglés ha dado como resultado trabajos nebulosos, como en Little Joe, su proyecto del 2019, y de nuevo lo ha confirmado con este nuevo filme desconcertante y exasperante.
Club Zero es una obra fatigosa, no satírica y sin sentido que dice nada de valor acerca de sus temas ostensibles: la imagen del cuerpo, los desórdenes alimenticios y el hiperconsumo occidental. El “aviso preventivo” al inicio del filme acerca de estas cuestiones es fatuo, ya sea con intenciones irónicas o sin ellas. Los manerismos inexpresivos son marrulleros, las líneas de lecturas resultan tórpidas en el peor de los sentidos y el laborioso drama nos lleva a dar vueltas, y vueltas, y vueltas, como en una escalera de Escher. Aunque ciertamente está bien fotografiada por Martin Gschlacht y meticulosamente diseñada por Beck Rainford.
El entorno es una exclusiva escuela privada para adolescentes de familias adineradas, muchas de las cuales son expatriados; parecería ocurrir en el Reino Unido, a juzgar por las secuencias de vida casera, aunque también podría suceder en Munich o Lille. Sea como sea, se les educa en inglés. Los pupilos, en su uniforme consistente en camisetas amarillas y pantaloncillos, en su mayoría hablan con una monótona voz de silbido como de clase media alta; la directora, Ms Dorset (Sidse Babett Knudsen) se enorgullece de las actitudes dinámicas y progresistas de la escuela.
El filme parece burlarse de las ideas obviamente absurdas; esencialmente apunta a peces imaginarios en una barrica inventada, diciendo que esos peces imaginarios merecen que le disparen, y al mismo tiempo que la gente apuntando sus armas a ellos son estirados y estúpidos, también. Nadie en realidad utiliza el término “bulimia”, ni “anorexia” en voz alta, y no queda claro si eludiendo la mención de estos términos es una decisión artística, una negación, o simplemente una forma de eludir el obvio problema de la trama: el hecho de que los jóvenes sintonizados del mundo actual se concientizarán del problema mucho antes de que Ms Novak (Mia Wasikowska) intente adoctrinarlos en su bizarra secta. Y cuando Ms Novak condena el hiperconsumo y la codicia…bueno, no queda inmediatamente claro que esas ideas sean erróneas o que merezcan ser escaladas satíricamente hacia la obviamente grotesca autolesión. Se trata de otro tiro errado de esta (de cualquier forma) muy talentosa directora.
-Peter Bradshaw, The Guardian (2 de 5 estrellas)
Firebrand (Le Jeu De La Reine)
Dir. Karim Aïnouz (Reino Unido, Estados Unidos)
Ha habido cualquier cantidad de filmes acerca de Enrique VIII y cómo las esposas del monarca británico seguían perdiendo sus cabezas, pero muy pocos se han enfocado en la única reina que consiguió sobrevivirlo; Catherine Parr ha sido una actriz secundaria en obras como Young Bess, de 1953 (en adición a muchas otras películas tituladas en honor a su sanguinario marido, y más recientemente la temporada final de The Tudors), pero Firebrand de Karim Aïnouz coloca a esta mujer del pueblo, progresista radical, al centro de la historia de un modo que no había sido hecho antes.
Y, sin embargo, pese a su justificado intentado de reenmarcar la historia -un esfuerzo sustentado por la determinación natural de la interpretación de Alicia Vikander como una activista social que intenta reconfigurar su país sin echar a perder su matrimonio con el tiránico soverano-, este insulso drama de época no puede sino sentirse como un típico relato de intriga cortesana. Ni siquiera Jude Law -cuyo fascinante y repugnantemente belicoso abordaje de Enrique VIII está a la altura de Robert Shaw en A Man for All Seasons y de Robert Baratheon en Game of Thrones- es suficiente para prender la chispa que le falta a Firebrand. Aïnouz (Invisible Life) revisita la vida de Parr con insana integridad que enfatiza el peligro en el que ella misma se metió en defensa de su gente, y en ocasiones incluso él sigue la directriz de su filme para “sacar (las propias) conclusiones sobre lo que la historia no nos dice,” pero la atenuada y claustrofóbica película con la que nos deja apenas y se siente tan radical como su alteza real.
Firebrand frecuentemente reconoce la valentía que por supuesto necesitó Katherine para cumplir sus deberes reales sin hacer muecas, al mismo tiempo que cultivaba tan radicales ideas en secreto, pero hay poco en el fime mismo que refleje el valor de tales convicciones. Solo en los minutos postreros de la historia, cuando repentinamente Aïnouz y sus gionistas intercambian el realismo por la historia revisionista, es que el filme se siente como un adecuado tributo a una mujer que persistió en hacer las cosas bajo sus propios términos.
Jude Law se roba escandalosamente cada escena como un horrorosamente indispuesto y enfurecdio Enrique VIII en este drama de intriga cortesana de los Tudor que también sirve como un entretenido noir contrafactual, adaptado por las guionistas Jessica y Henrietta Ashworth de la novela de Elizabeth Fremantle y dirigido por el cineasta brasileño, Karim Aïnouz, haciendo su debut dirigiendo en inglés. Todo tiene que ver con la tensa relación con su sexta esposa y última reina, Catherine Parr, interpretada con cremosa, inescrutable placidez por Alicia Vikander.
Aïnouz transmite de modo interesante la extrañeza dionisíaca y pura disfuncionalidad de la corte de Enrique, sobre la que él aún guarda la esperanza de imponer su voluntad a través de despliegues musicales, de baile y su propio buen humor hastiado y alborotado, pero también caprichosamente cambiando de ánimo para mantener a su séquito alineado. Por supuesto que el monarca está conciente de que todos sus matrimonio han sido alianzas políticas con enemigos potenciales o consumados, así que sus relaciones maritales están envenenadas con paranoia desde el inicio.
-Peter Bradshaw, The Guardian (3 de 5 estrellas)
Rapito (Kidnapped)
Dir. Marco Bellocchio (Italia, Alemania, Francia)
Sólido, imponente y -como los colapsantes Estados Papales en la Península Italiana, a finales de los 1800- solo un poco demasiado tradicionalista por su propio bien, Kidnapped de Marco Bellocchio, basado en un caso de secuestro religioso abre con Anna (Aurora Camatti), la sirvienta católica de una familia judía, los Mortara de Boloña, deteniéndose en las escaleras después de una cita secreta, para espiar a sus patrones, Momolo Mortara (Fausto Russo Alesi) y su esposa, Marianna (Barbara Ronchi), quienes murmuran una oración en hebreo dedicada a su hijo recién nacido. No queda clara aún por qué el hecho la haría detener su camino, pero en el curso de arriba de dos sedante aunque por lo general absorbentes horas, el veterano director sigue sus repercusiones con una decidida y estrecha dedicación que se siente en contraposición con el inmaculadamente expansivo diseño de producción.
Sufriendo de un guion un poco pesado (coescrito por Bellocchio y Susanna Nicchiarelli, directora de Nico 1988), e ignorando de modo extraño hasta el más superficial sentido de contexto político durante esos tremendamente turbulentos tiempos, Kidnapped produce las más potentes impresiones meramente en términos artesanales -la banda sonora, que incluye muchas piezas clásica muy bien elegidas, que son acompañadas por el score de Fabio Massimo Capogrosso- es especialmente impecable. Hay una atención casi fetichista a los pequeños detalles, como la pequeña olla de fondue con burbujeante cera color rojo sangre que uno de los personajes usa para sellar sus declaraciones urgentes, o la crujiente opulencia del maravilloso vestuario, fiel a la época, de Sergio Ballo y Daria Calvelli. Ya sea evocando los interiores alumbrados por velas en la residencia de los Mortara o las locaciones callejeras de la Boloña de esa época, o usando grandiosas edificaciones italianas para emular el Vaticano (el famoso Cuarto de Mapas en la Villa Farnese es un símbolo particularmente evocativo de la oficina del Papa), el pictórico trabajo de cámara del director de fotografía, Francesco Di Giacomo, asegura que el filme posea una riqueza visual que nunca es del todo alcanzada temáticamente.
Como un recuento a manera de un libro de historias imponentemente clásico, casi dickensiano, sobre una injusticia histórica cometida a un niño -una que nos ofrece un paseo turístico a un mundo que nos es lejano no solo debido al paso del tiempo, sino por el deliberado aislamiento de los salones más sagrados del poder católico- Kidnapped tiene mucho que preconizar. Pero si lo que queremos es ver más allá de eso, cualquier resonancia actual o, incluso, cualquier comentario sociopolítico más amplio acerca del tiempo cuando el Papa podía sentarse rodeado de murales del mundo conocido e imaginarse a sí mismo como el rey, non possumus (no podemos).
Este año Cannes se está convirtiendo en una contestación a la descriminación basada en la edad. El director italiano, Marco Bellocchio, a los 83 años -casi sesenta años después de haber cobrado prominencia con su filme de 1965, Fists in the Pocket- ha creado una apasionante, desconsoladora historia de auténtico crimen político surgido de las páginas de la historia. Es un melodrama a toda capacidad, con la vehemencia de Victor Hugo o Charles Dickens, que devela un horrendo episodio formativo de la Iglesia Católica europea: un caso de antisemitismo y abuso infantil.
Está basado en la historia real de Edgardo Mortara, un pequeño niño judío en Boloña que, en 1858, cuando tenía seis años, fue separado de su familia por las autoridades papales. Esto fue hecho porque la cariñosa y católica nana de Edgardo alegó que cuando el niño era un bebé y, aparentemente, muy delicado de salud, ella presumió haberle realizado un bautismo de emergencia, porque temía que Edgardo pudiera morir y se fuera al limbo. Las fanáticas autoridades de la Inquisición temerosas de que la familia judía decidiera “sacrificar” al ahora niño católica, aprovecharon la oportunidad de castigar a la comunidad judía e inflaron su propia autoimportancia misionera. Edgardo, habiendo sufrido una severa lavada de cerebro, creció ara ser un sacerdote y vehemente partisano de la iglesia.
Bellocchio nos muestra una convulsión brutal de tiranía, poder e intolerancia con ecos del caso Dreyfus en Francia y, después, eventos terribles. Cuando un escalofriante personaje (Feletti) finalmente le cuenta a un juez que al raptar un niño judío él simplemente ejecutaba una orden del Vaticano, nos encontramos con una defensa en la corte que nos suena familiar. El secuestro del joven Edgardo es una recapitulación en miniatura, y la crueldad del Papa fue precursora de la aparente indiferencia de Pio XII frente a las atrocidades de los nazis en tiempos de guerra. Me emocionó el filme: el momento cuando el Papa juguetonamente esconde a Edgardo en su túnica mientras juegan escondidillas traza un extraordinario paralelismo a cuando el niño antes se escondía entre las faldas de su madre. Mi corazón estaba por estallar cuando Edgardo es llevado por las brutales autoridades. Y al final, cuando el viejo, agonizante Edgardo, llega a ver a su madre en su lecho de muerte, Bellocchio conjura un desenlace que me hizo jadear. Este filme luce ya como un clásico.
-Peter Bradshaw, The Guardian (5 de 5 estrellas)
Trad. EF