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Cannes 2023. Día 8. 'The Old Oak' de Ken Loach; 'Perfect Days' de Wim Wender; 'The Pot-au-Feu' de Tràn Anh Hùng; 'La Chimera' de Alice Rohrwacher
Publicado el 27 - May - 2023
 
 
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Y, sí, finalmente se han visto todos los filmes en la Selección Oficial del Festival de Cannes en su edición 2023, y el jurado liderado por Ruben Östlund, ganador de la Palma de Oro el año pasado con su filme Triangle of Sadness, que está arropado por la directora francesa, Julia Ducournau; el director argentino, Damián Szifrón (Relatos salvajes), el director y guionista afgano-francés, Atiq Rahimi; el actor, guionista y director estadounidense, Paul Dano; la actriz y realizadora estadounidense, Brie Larson; la actriz y realizadora de Zambia, Rungano Nyoni; el actor francés, Denis Ménochet; y la guionista y realizador marroquí, Maryam Touzani ya ha deliberado y está listo para, en unas horas, entregar los codiciados premios que consagrarán algunas carreras, le cambiará la vida a algunos directores y, también es cierto, hay autores de cine que lo han ganado ya todo, y varias veces, pero igualmente estarían felices de volver a hacerlo. 

Ken Loach, ganador en dos ocasiones de la Palma de Oro, y en el que ha anunciado será el filme con el que cierre su carrera, a los ochenta y seis años, presenta otro que levanta la voz por los oprimidos, con su realismo social severo, pero siempre aderazado con humor muy británico…¿será el primero en ganarla por tercera ocasión, como despedida?; Wim Wenders se instalá en Japón y con referencias a varios autores japoneses de peso intenta volver a colocarse entre los grandes autores del cine actual; Tràn Anh Hùng, el realizador vietnamita-francés, se mete una vez más de lleno a la cocina, con Juliette Binoche y Benoît Magimel; y, finalmente, la italiana Alice Rohrwacher, en estado de gracia, esculpe una obra de las que oxigenan al cine y la colocan como una de las favoritas para el máximo premio del festival

Aquí fragmentos de algunas reseñas sobre estos filmes. 

 

The Old Oak

Dir. Ken Loach (Reino Unido, Francia, Bélgica)

Ken Loach, ya de ochenta y seis años, ha anunciado que The Old Oak será su último filme y, tras siete décadas siendo el incansable cronista sociopolítico de la Gran Bretaña, difícilmente podría haber entregado un canto de cisne más resonante, oportuno y, de hecho, colérico que este filme que toma las armas en contra del decaimiento de la compasión nacional. Haciendo equipo, una vez más, con su guionista Paul Laverty, el dos veces ganador de la Palma de Oro retorna a la competición de Cannes con una apasionada respuesta a la xenófobas políticas migratorias del actual gobierno conservador británico. Una pieza de ensamble íntima pero ambiciosamente montada, The Old Oak se ubica entre los dramas más importantes de Loach que radiografían el estado de la nación. 

La historia se ubica en el norte de Inglaterra, en 2016, según lo indica un texto en pantalla. Específicamente cerca de Durham, en un pueblo que nunca se recueró del cierre de las minas en los ochenta. Tommy Joe ‘TJ’ Ballantyne (Dave Turner) maneja el dilapidado pub, The Old Oak, donde los vecinos se reúnen diariamente a beber sombrías pints y a lamentarse por el declive de lo que alguna vez fue una comunidad pujante. 

Al inicio del fime, un autobús cargado de refugiados sirios arriba a la aldea, se les ha ajudicado alojamiento, solo para ser recibidos de forma hostil por algunos residentes, cuya amargura después de año de abandono económico se expresa en insultos racistas a los chivos expiatorios. El episodio es visto a través de los ojos de una de las recién llegadas, una joven mujer llamada Yara (Ebla Mari), cuyas fotos en blanco y negro -creadas impresionantemente para el filme por Joss Barratt- proveen un contundente montaje de apertura que resulta ser algo así como una desviación estilística para Loach. 

Se puede argumentar que el filme, de alguna manera, no representa suficientmente bien a los sirios, pero el diagnóstico social del filme por necesidad se enfoca en las actitudes distorsionadas de la comunidad anfitriona. Como Yara, Mari es una vigorosa, amable presencia, incluso con su personaje sintiéndose poco desarrollado. En general, la elección del reparto produce una interacción de ensamble punzante, con Turner, un antiguo bombero, oficial del sindicato, contribuyendo con una energía genial aunque  agobiada en el corazón del drama. También se siente el carismático respaldo de la organizadora de caridad en la vida real, Rodgerson, como Laura, siempre atenta para darle su buen empujoncito a TJ cuando su voluntad flaquea. 

Pese a todo, esta es una poderosa declaración acerca de los rudos tiemos cuyo final no se aprecia en el horizonte, aunque la secuencia final ondea la bandera -y, de hecho, una pancarta en la procesión- de la esperanza y la solidaridad en imágenes que traen de regreso a la ficción en el recuadro de la Gran Bretaña del mundo real. 

-Jonathan Romney, ScreenDaily

 

Hace una década o más, corrió el rumor de que Ken Loach se preparaba para retirarse. Entonces inició un nuevo desfile de primeros ministros del Partido Conservador en la Gran Bretaña, cada uno más mierda y más mediocre que el anterior; Loach decidió que tenía más cosas por decir y hacer antes que renunciar. Lo que le siguió fue una llamarada de energía, enojo y productividad que culminaron en un resurgimiento tardío -de hecho, una trilogía, de la que este filme puede ser visto como su episodio final. Trabajando con su habitual colaborador, el guionista Paul Laverty, Loach ha abordado asuntos e historias de las que no ves en los noticieros de tv o en los deslumbrantes servicios de reproducción en línea, mostrando que los realizadores de cine sí pueden intervenir en el mundo real. A Loach le fueron planteadas preguntas acerca de la pobreza y la austeridad en el Parlamento; y él consiguió que se movieran las cosas.  

Loach, asimismo, ha buscado los temas dolorosos, alejados de la moda, marchando hacia donde los disparos son más rotundos. Con I, Daniel Blake fue el experimento vivseccional en austeridad; on Sorry We Missed You fue el vasallaje de la economía de pequeños encargos; Ahora, en The Old Oak, es el horrendo fenómeno del que las clases liberales se han apartado en afligida repugnancia: los inmigrantes alojados en hostales a lo largo del Reino Unido que han sido maltratados y atacados por gente local radicalizada en las redes sociales. 

Pero Loach no ataca a los “deplorables” de la clase trabajadora blanca; por el contrario. Pensando de forma global, actuando localmente, los trata empáticamente; son lo mismo que sus víctimas. Las fuerzas del mercado y los intereses geopolíticos los han puesto en la misma posición que los desdichados sirios recién llegados, a quienes han sido alentados a odiar para sentirse bien con ellos mismos. 

Como siempre, Loach muestra ser el John Bunyan del realismo social -o, quizá, el Gerrard Winstanley o William Everard del cine-. Es él el feroz orador de la indignación política, con un estilo sin planchar y sin adornos, fotografiado por Robbie Ryan con la sencillez de la iluminación natural, utilizando debutantes y actores no profesionales frente a la cámara. Es un lenguaje cinematográfico totalmente alejado del cínico acento que es de rigor para todos los demás. Hace treinta años los pícaros creadores de Lars von Trier y el Dogma 95 hablaban del minimalismo radical. No se mantuvieron apegados a él; Loach lo hizo. Espero que no sea el último filme de Loach pero, si lo es, ha concluido su carrera con una sonada declaración de fe en la compasión por los oprimidos. 

-Peter Bradshaw, The Guardian (4 de 5 estrellas)

Perfect Days

Dir. Wim Wenders (Japón, Alemania)

El nuevo fime de Wim Wenders, coescrito por el y el guionista y director japonés, Takuma Takasaki, es un estudio de personaje agridulce extravagantemente zen, situado en Tokyo, que solo cobra total vida en el prolongado plano final del rostro del protagonista, oscilando entre la alegría y la tristeza. Hay por ahí algunas hermosas escenas de hora mágica a cargo del cinefotógrafo, Franz Lustig, rodando en cuadro “académico” del 4:3. 

Hirayama, interpretado por Koji Yakusho (actor de The Eel, de Shohei Imamura), es un hombre de medianan edad empleado como afanador de baños, que maneja serenamente su camioneta, de trabajo en trabajo, escuchando rolas de pop y rock clásico en viejos cassettes: Patti Smith, The Kinks y, por supuesto, dado el título, a Lou Reed. En cada nueva locación, se cambia de overol y con sus cepillos y estropajos se afana en su trabajo con toda naturalidad. 

Con un espejo de mano debe revisar debajo del escusado y los mingitorios para…bueno, no importa…nunca encuentra nada terrible y, de hecho, nunca los baños están ni remotamente horrendos. En su hora del almuerzo lee y toma fotos de árboles y sonríe amablemente a todo aquello que se le presenta a sus sentidos. Tiene una particular predilección por la torre Skytree de la ciudad. Hirayama tiene un joven asistente, bobo y poco confiable, cuyo propósito es apuntalar la madura tolerancia y la calma de Hirayama. 

Perfect Days tiene un especie de encantador ambiente urbano y Yakusho ancla el filme con su discreta sabiduría y presencia: acertadamente, Wenders no revela demasiado muy pronto acerca de su héroe y no trata de amarrar todo muy prolijamente. Pero encontré algo un poco demasiado apagado en el filme, pese a que la evocación misma de Tokyo elude los clichés, y a pesar de coloca el énfasis en algo que es típico en los chistes de turistas: los baños. No es perfecto, pero es suficientemente cautivador.

-Peter Bradshaw, The Guardian (3 de 5 estrellas)

 

Japón ya ha sido fuente de inspiración para Wim Wenders previamente, en los documentales de los ochenta Tokyo-Ga y Notebook On Cities And Clothes. Ahora, el veterano alemán regresa a Tokio para reinventar su quehacer cinemotagráfico de ficción (y, en cierto grado, recuperar su mojo) con Perfect Days, una agradable, elegantemente fraguada desviación que superficialmente podría parecer muy cercana a ser proverbialmente incluida en la categoría de “películas acerca de nada”. De hecho, esta es una contemplación filosófica que realmente es acerca de algo -un filme sobre el sentido de la vida, nada menos- con una interpretación central de Koji Yakusho que es introvertida e inmensamente simpática. La obra de Wenders en competencia en Cannes debe ser una de sus ficciones más comerciales en tiempos recientes, pese a ser inexcusablemente una miniatura del cine de arte. De cualquier forma, es difícil desatender cierta preciosura que es probable que aleja esperctadores con gustos más incisivos.

El fime es acerca de un hombre solitario, Hirayama, un afanador de baños en su tardía edad mediana, interpretado por Yakusho, uno de los pilares del cine  japonés (The Eel, Eureka, Babel). Un plano de cámara bajo, al estilo de Ozu, cuando inicia el filme, muestra a Hirayama despertando en su diminuto apartamente antes de rasurarse, cortarse el bigote, rociar sus plantas y ponerse los overoles azules de ‘Los baños de Tokio’, la empresa para la que trabajo. Gran parte del filme muestra a Hirayama hacer su trabajo de forma animada y meticulosa, en ocasiones acompañado de su errático joven asistente, Takashi (una interpretación de áspera y boba comicidad, por parte de Tokio Emoto), y escuchando cassettes de música pop mientras maneja su camioneta. Entretanto, vemos el móntono pero sostenido flujo de sus días: relajado en su tina; comiendo en varios bares, donde espía con regocijo el cotorreo de los parroquianos; leyendo a William Faulkner; y tomando fotos del mundo que lo rodea con una vieja cámara fotográfica. 

El taciturno Hirayama raramente habla a lo largo del filme -Takashi le otorga “9 de 10 en la escala de rareza”-, pero no es él un recluso descontento, simplemente es alguien que parece a gusto en un mundo del que está alertamente consciente. No necesita socializar pero parece suficientemente feliz cuando llega a tener contacto con otras personas… (Entre algunos filmes recientes, la afinidad más próxima en tema y tono debe ser Paterson, de Jim Jarmusch). 

El filme es abundantemente salpicado con música, primordialmente pop de los sesenta, pero resulta sorprendente que Wenders, que siempre ha destacado como un conocedor de rocola, haya optado aquí por una selección tan cliché de Golden Hits -Nina Simone, Van Morrison, ‘House of the Rising Sun’ (también cantada por Ishikawa en su versión japonesa), incluso ‘Perfect Day’ de Lou Reed, haciendo la conexión con el título un toque demasiado obvio. Por contraste, algunas bienvenidas excepciones incluyen ‘Redondo Beach’ de Patti Smith y la rareza de los Rolling Stones ‘(Walking’ Thru The) Sleepy City’. 

Actuando muy en favor del filme flujo vago, su renuencia a adoptar restrictivas hormas narrativas y su incesante exploración de Tokio, con la fotografía de Franz Lustig luminosa tanto en el día como en la noche. Algunas referencias familiares de Wenders podemos encontrar aquí (notablemente un guiño a la ficción de Patricia Highsmith), mientras que la referencia a Ozu está inevitablemente presente -si bien en general el tono es más cercano a referencias más actuales como a Hirokazu Kore-eda, en su tono más suave, y a Naomi Kawase en su delicada Sweet Been que  a todo mundo pone de buenas. Un prolongado plano de una ambiguamente sonriente Hirayama es una agraciada nota final pero, con todo y su encanto poético, es este un trabajo flaquito que da la impresión de ser como una ‘película de conciencia plena (mindfulness)’, en una vena un poco autocomplaciente.  

-Jonathn Romney, ScreenDaily

The Pot-au-Feu (La Passion de Dodin Bouffant)

Dir. Tràn Anh Hùng (Francia)

En la luz rosa grisácea del amanecer, Juliette Binoche avanza a través de una exuberante huerta, llevando un sombrero de paja tan amplio y ondulante como una ola del océano. Ahí arranca un majestuosamente largo, nudoso nabo de la tierra y lo huele profunda y cariñosamente, como si inhalara ambrosía mítica, para después llevarlo a casa. Así es como Tràn Anh Hùng abre The Pot au Feu, lo que es decir que lo hace en una nota de reverencia sensorial  y una pizca de kitsch, al ofrecer tributo a uno de los vegetales menos agraciados en la abundante naturaleza. Hay gente -este crítico incluido- que verán esta escena e inmediatamente sentirán con hambriento escalofrío que el filme que están por ver ha sido hecho expresamente para su paladar, y luego están los demás. The Pot au Feu no es para todos los demás, y está bien. 

Treinata años después de su ópera prima, El olor de la papaya verde -un filme que, entre otras delicias, estuvo a la altura de la aromatizada promesa de su título en las abundantes escenas de preparación culinaria-, el francés-vietnamita, Hùng ha retornado a la cocina cinematográfica por una plancha de abundante espectáculo gastronómico al nivel de El festín de Babette o Como agua para chocolate, solo que aún mayor. La comida es el tema, el objetivo y el motor de esta historia de amor con escasa trama pero tremendamente cautivadora, situada casi enteramente dentro de los confines de un castillo gourmet francés, a fines del siglo XIX; para clarificar el término “historia de amor”, sus dos humanos protagónicos están enamorados uno del otro, pero quizá un poco más de la comida. Cuando menos, luchan por separar ambos amores. 

Esto es cinematografía a un tiempo profusa y serenamente contenida, y Hùng se siente mucho más en casa en este modo que en sus previos esfuerzos en francés, como el arrebatador melodrama que abarca todo un siglo, Eternity. El director prodiga The Pot au Feu con riqueza atmosférica y de imagen, pero el filme nunca se siente sobrecargado ni sobresazonado. La iluminación de Jonathan Ricquebourg es precisamente dorada, conjurando la iridiscencia de la hora mágica incluso en sombríos rincones de la cocina, mientras que el diseño de producción de Toma Baquéni es atento a la textura de cualquier vacilante baldosa o estriada superficie de madera en que trabajan. Y, sin embargo, contrario a cualquier truco de pornocomida en el recetario, Hùng se resiste a sobreponer la acción con música, mucho mejor se enfoca en cada rebane y corte y chisporroteo del proceso culinario, cada gruñido de placer al comer, cada instrucción suspirada o sotto voce (en voz baja) entre estos dos enlazados chefs. Un auténtico intercambio sensualista, que empero conoce el valor de la ocasional moderación.

-GuyLodge, Variety

Aquí tenemos una película hermosamente filmada del estimable realizador Tran Anh Hùng, pero es un género del que me considero agnóstico, en la vena gastronómica, en el que supuestamente debemos desmayarnos por todos los interminables detalles culinarios y suculentos platillos, y en el que la comida tiende a ser de alguna forma elocuentemente presentada como metáfora del compartir, de la familia y de la amistad. (Una conversación reciente con un amigo terminó con él diciendo que los filmes sobre comida no son peores que los filmes sobre filmes a los que les doy la vuelta, con sus inagotables tomas de “carta de amor al cine” de los rayos del proyector en la oscuridad y los entrañables cines emotivamente cerrando después de ochenta años, etc. Todo muy bien: chacun à son goût (cada uno con su gusto).)

Hay aquí encanto y delicadeza, y a Magimel y Binoche interpretando impecablemente, aunque yo no estuve totalmente seguro que ellos vayan bien juntos como ingredientes de una historia de amor. Como filme gastronómico, tiene abundantes elementos para recomendarlo y yo lo encontré atractivo, aunque quizá como el Dr Jekyll para el Mr Hyde de La gran comilona de Marco Ferreri. Tal vez después habrá un versión de 230 minutos con el corte del director en el que se registre la secuencia del maratón que fue el lavar todos los platos al final. 

-Peter Bradshaw, The Guardian (3 de 5 estrellas)

le pot

La Chimera

Dir. Alice Rohrwacher (Italia, Francia, Suiza)

En La Chimera, el pasado remoto se anida apenas unos centímetros por debajo de la superficie del presente, eventualmente irrumpiendo en la tierra y alterando, si no la continuidad del espacio-tiempo, sí el más mundano orden de las cosas. Las fronteras entre la vida y la muerte se siente similarmente endeble y permeable, como si con facilidad simplemente pudieramos movernos de una a otra, tan sencillo como dormir y despertar. Arthur (Josh O’Connor), el británico errante al centro del maravillosamente terso y sinuoso nuevo filme de Alice Rohrwacher, está habituado a este tipo de estados de limbo. También lo están los admiradores del cine de Rohrwacher que, en este excéntrico y romántico relato sobre ladrones de tumbas rivales en el centro de Italia, toca lo trascendente sino sumergirse en el descarado fabulismo de Happy as Lazzaro, su filme del 2018.

Aterrizando los extravagantes impulsos de La Chimera -un regreso para Rohrwacher a las meditaciones metafísicas después de los sencillos encantos de su corto nominado al Oscar, Le Pupille,- está, bueno, literalmente la tierra: mugrienta y áspera y, en esta región de Italia, colmada de delicias arqueológicas de la era etrusca. Aquí, puedes tomar una pala y enterrarla en casi cualquier tramo de terreno y, en unos minutos, descubrir literalmente un patrimonio de vacijas, utensilios y ornamentos milenarios. Son inicios de los ochenta, y las bandas de tombaroli (ladrones de tumba con buen ojo para las reliquias) sacan provecho, desenterrando lo que alguna vez fueron objetos sacrados y vendiéndolos a la élite de los mercados de antigüedades. ¿Qué utilidad tienen estando bajo tierra, después de todo? Los tombaroli no sentimentalizan los bienes que excavan, como no lo haría un sembrador de papas con su cosecha: Es su forma de vida y, no obstante la interferencia policial y las broncas entre ellos, es una más noble que muchas otras. 

Filmada de modo fluido en múltiples formatos -35mm, 16mm y Súper 16- en los deslavados azul cielo y tonos terregosos que se han convertido ya en un sello de su paleta, Rohrwacher y su habitual directora de fotografía, Hélène Louvart, convierten en virtud esta escurridiza cualidad visual cambiante en formas, que con la variación de grano, luz y dimensiones de cuadro de una secuencia a la otra, denota la propia transitoria sensación de realidad del filme, y el estado de terrenal pragmatismo y lúgubre ensoñación entre los que se desplaza Arthur. ¿Está degustando la muerte cada vez que se aventura bajo tierra, tomándolo como entrenamiento al menos hasta que encuentre algo por lo qué vivir, arriba, en la superficie? ¿Es comerciando con divisas del pasado un modo de distanciarse de un solitario presente?

-Guy Lodge, Variety

 

El nuevo filme de Alice Rohrwacher es una fascinante comedia fantástica de amor perdido: locuaz, alborotado y celebratorio en su estilo absolutamente distintivo. Es una película vibrante y rebosante de vida, con personajes peleando, cantando, robando y rompiendo la cuarta pared para hablarnos directamente. Como con su filme previo, Happy As Lazzaro, Rohrwacher apuntala el sentido punzante de ver a Italia como el arca de glorias pasadas, una cultura necropolitana de excelencia ancestral. Puede ser despojada por los artefactos del presente y los espíritus levantados de entre los muertos, pero al costo de incurrir en una terrible tristeza: el sentimiento de rodearte de fantasmas. 

La Chimera es un filme que ocupa en su totalidad su propio espacio ficticio; expresa su excéntrico romance con su propio y fluido dialecto cinematográfico. Quedé absolutamente cautivado por esta triste, despechada aventura de amor.

-Peter Bradshaw, The Guardian (5 de 5 estrellas)

 
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