El silencio del Topo
Dir. Anaïs Taracena (Guatemala, 2021)
4 estrellas
Las dictaduras en Latinoamérica han causado mucho más daño que el perpetrado durante los años en que se gestaron y desarrollaron. La sufrida por los guatemaltecos duró 36 años (los setenta, los ochenta y parte de los noventa), pero sus heridas siguen sin terminar de cicatrizar, y no parece que pronto vaya a ocurrir. Anaïs Taracena intenta reconstruir parte de la memoria reciente de Guatemala, una sección de la historia de la que poco se habla, de la que casi nadie quiere hablar, de la que muchos prefieren olvidar. Lo hace a través de un personaje fascinante, El Topo (Elías Barahona y Barahona), periodista y miembro de la guerrilla que, tras desaparecer durante un tiempo, reaparece convertido en director de Relaciones Públicas de Donaldo Álvarez Ruiz, sanguinario y cruel Secretario de Gobernación durante la tiránica presidencia de Fernando Romeo Lucas García (1978-1982), en la que se secuestraban y eliminaban a los opositores vinculados a causas comunistas que, a su vez, habían tomado las armas. Varios de los amigos de causa de El Topo creían que los había traicionado; él, con todos los peligros que implicaba su misión, vivía al borde de la esquizofrenía evitando que los aparatos de inteligencia lo descubrieran, mientras filtraba información fundamental para la guerrilla, aunque en ocasiones fuera demasiado tarde para salvar vidas o golpes arteros al grupo rebelde.
Tomando como punto de partida el juicio en el que El Topo habló de la participación gubernamental en la tragedia de la Embajada de España (en la que murieron indígenas, guerrilleros y personal de la embajada, en 1980), Taracena asume una narración que apela a la construcción de frases e imágenes que conjuran poesía como intentando que ella, con su belleza, sirva de bálsamo para sanar tanto dolor; y, quizá también, como declaración de que la posibilidad de esperanza en la reconciliación nacional, quizá, algún día será posible. Pero solo a partir del reconocimiento del pasado.
Landfall
Dir. Cecilia Aldarondo (EEUU, 2021)
4 estrellas
El Huracán María, como todos los fenómenos de su especie, tras su paso por Puerto Rico en el 2019 dejó una estela de destrucción severa, acentuó la pobreza de quienes menos tenían, imantó a los codiciosos desarrolladores ávidos de explotar la situación y exhibió la corrupción y negligencia del gobernador de la isla (el representante del gobierno norteamericano), Ricardo Roselló. La idiosincracia de los lugareños, alegres, fiesteros, ligeros, y la belleza natural de la isla por mucho tiempo les nebuló la vista, pero al volver las aguas a su cauce dejaron al descubierto los problemas que no podían seguir siendo ignorados, entre ellos la gigantesca deuda de 72 billones de dólares que acarrea Puerto Rico además, claro, del sentido identitario que tanto trabajo les ha costado definir.
Cecilia Aldarondo establece una línea de narracion paralela que abarca distintas visiones, intereses, sensibilidades, necesidades de los habitantes de la isla y de quienes quieren beneficiarse de ella. Hábilmente consigue tener acceso a reuniones, juntas y eventos de quienes, ajenos e insensible al dolor de los que perdieron familiares, o patrimonios de una vida entera, solo buscan ganar dinero (mucho dinero), y de la forma más veloz posible. Al contrastarlo con las voces de quienes encuentras soluciones comunitarias a través de la unidad social, los otros terminan pareciendo personajes satiricos, aunque unos muy crueles. El empuje y la presión de la gente consigue que el gobernador sea el primero en la historia en renunciar a su cargo, y resulta de una contagiosa emotividad ver una multitudinaria congregación, por las calles del centro de la capital, con la gente cantando, de forma afinada y en armónico coro, esa bella canción que es Mi viejo San Juan, con ondeantes banderas de Puerto Rico a manera de estandartes de su acto de resistencia.
Fly So Far
Dir. Celina Eschar (El Salvador-Suecia, 2021)
4 estrellas
Ya con nueve meses de embarazo, Teodora Vásquez pierde al hijo que estaba a punto de tener, su segundo, como consecuencia de unos golpes que recibió durante un asalto apenas unos días de la fecha que tenía para dar a luz. Pese a haber pedido ayuda telefónica a la policía cuando sintió que la vida que llevaba dentro reclamaba su salida al mundo, su súplica fue ignorada y Teodora se desvaneció en plena calle, solo para despertar envuelta en sangre, esposada por la policía y con su bebé muerto. Apenas reaccionando, además, se enteró que sería acusada de abortar y que recibiría una condena a 30 años de prisión. El Salvador es uno de los países más estrictos en términos de legislación alrededor de este espinoso tema: no importa si la vida de la madre está en peligro, si el embarazo es producto de la violación pero, increíblemente, tampoco que se trate de un aborto espontáneo o de una emergencia obstétrica. En el colmo del absurdo y la crueldad, el cargo que se les aplica a quienes son en realidad víctimas es el de homicidio culposo. De ahí la exageración en el número de años a las que las somete el castigo.
El filme de Celina Escher se centra en el caso de Teodora pero, acompañándola en prisión, resulta que otras 17 mujeres viven despojadas de su libertad por circunstancias similares: una de ellas, perdió también a un segundo hijo tras una golpiza de su esposo; otra tras haber sido violada por su hermano y amigos de él, y posteriormente maltratada. Ninguna de las mujeres tenía la intención de interrumpir su embarazo de forma voluntaria y, sin embargo, el Estado salvadoreño, sus leyes y los hombres y mujeres que las aplican, criminalizan a mujeres que guardan dos puntos de coincidencia entre ellas: son inocentes y son pobres. Diez años lleva Teodora reclusa -en los que ha visto poco a sus padres y menos a su hijo que era un pequeño cuando fueron separados y se ha convertido ya en un adolescente- al momento en que su caso cobra fuerza mediática, en buena medida gracias al intenso activismo de grupos feministas y a la presión de los medios internacionales. Escher aprovecha la intensidad emotiva propia del caso, lo monta en una estructura con algunos elementos del thriller, lo reviste con ingeniosas animaciones que le dan profundidad estilística al proyecto, y lo blinda con enorme sentido de sensibilidad que evita a toda costa el sensacionalismo. El filme corre de pronto el riesgo de que la historia de Teodora y las otras 17 mujeres, bajo las condiciones específicas que se han comentado, termine arrollado por los afanes de la cruzada por la despenalización del aborto en sus términos más amplios (y, en un ámbito aún más general, por el desprecio que existe en El Salvador por los Derechos Humanos, particularmente de las mujeres, máxime, de nuevo, si éstas son pobres), pero sin quitar el dedo de ese renglón, termina regresando el foco a la historia concreta que se planteó testimoniar, que es suficientemente trágica.
El planeta
Dir. Amalia Ulman (Estados Unidos-España, 2021)
3 estrellas y media
En un Gijón golpeado por una terrible crisis económica con sobreoferta de pisos en alquiler y exceso de comerciales cerrados (esto incluso antes de la pandemia), viven Leo (Amalia Ulman) y su madre (Alejandra Ulman). La muerte del padre obligó a Leo a interrumpir sus estudios de moda en Londres y, para ser congruente con sus pasiones y también en esto estar a la moda, igualmente pasa por un momento de terrible escacez de dinero; incluso se plantea hacer algunos favores sexuales para poder subsistir, aunque las tarifas que ofrece están totalmente fuera de mercado. La falta de recursos les dificulta cumplir con sus hábitos alimenticios, tanto a la madre como a la hija, pero no detiene sus afanes consumistas para vestir de acuerdo a una realidad que, aunque les es ajena, las une, las hace cómplices y las arropa con una dignidad que, aunque prestada, les permite hacer frente a la fastidiosa repetición de días vacíos y huecos que cotidianemente se les presentan sin avisar.
Amalia Ulman actúa, escribe y dirige El planeta, una historia que a mucha gente le puede resultar común en estos días, y que nace de vivencias que la madre e hija de la pantalla experimentaron previamente fuera de ella, como si a manera de ensayo. La elección del blanco y negro, la puesta en escena, el humor seco y la improvisación constante hacen pensar en el cine temprano de Jarmusch. Y si bien el ritmo flaquea constantemente, y la resolución de algunas secuencias es torpe, el filo de la observación social es preciso. Las vistosas creaciones textiles de Leo, diseñadas ingeniosamente a partir de retazos de telas, simbolizan el comentario posmoderno sobre las vidas aspiracionistas de quienes buscan liberarse de la opresión parchando aquí y allá, a como dé lugar, las respuestas (sensatas o no) que asfixiantemente la realidad les exige presentar a cada momento. No es momento para pensar en las consecuencias.