En la primera jornada de actividades del 16º Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) tuvimos la oportunidad de ver el cuarto largometraje de ficción del joven realizador estadounidense, Damien Chazelle (Guy and Madeline on a Park Bench, 2009; Whiplash, 2014; La La Land, 2016)
El primer hombre en la Luna
Dir. Damien Chazelle, Estados Unidos, 2018.
[Función inaugural]
★★★★
Con el avance de la Unión Soviética en la exploración espacial durante la década de 1960, Neil Armstrong (Ryan Gosling), un ingeniero aeroespacial con experiencia como piloto militar, decide aplicar para formar parte del ambicioso programa experimental de la NASA que tiene el objetivo de poner a un hombre en la luna. Sufriendo silenciosamente la pérdida de su hija de tres años debido a una enfermedad terminal, Neil comienza a descuidar a sus dos hijos y esposa Janet (Claire Foy) para concentrarse en su misión. El hombre hace equipo con otros astronautas, entre ellos Edward White (Jason Clarke) y Buzz Aldrin (Corey Stoll), para involucrarse paulatinamente en el programa Gemini, ingresando a una rutina de pruebas y análisis implacables a medida que Estados Unidos se abre camino hacia el espacio. Conocido por su autocontrol y dedicación a la causa, Armstrong avanza en las filas, observando cómo muchos de sus compañeros exploradores perecen a lo largo de las pruebas. En casa, Janet se niega a someterse al silencio de Neil obligándolo a enfrentar sus responsabilidades como padre, mientras él se prepara para hacer historia.
Después de habernos sumergido en los meandros más competitivos y despiadados de la música (Whiplash, 2014), y después de habernos guiado entre jazz, sueños, ilusiones y amores rotos en Los Ángeles (La La Land, 2016), el joven cineasta estadounidense, Damien Chazelle, cambia totalmente de género y registro para confeccionar el viaje físico y mental hacia la superación que emprende un hombre para desafiar sus límites y horizontes. El primer hombre en la Luna (First Man, 2018) es un viaje hecho de pasión por el descubrimiento y la exploración, al mismo tiempo que es un retrato de soledad, incomunicación y muerte, tejiendo un rompecabezas humano y emocional, y que en algunos momentos logra alejarse del heroísmo que a menudo adopta el cine estadounidense. El Neil Armstrong de Chazelle -escrito por el guionista Josh Singer (Spotlight, 2015; The Post, 2017)- es ante todo un hombre, con todas sus debilidades y fragilidad, nunca consciente de su heroísmo y arrojado por el destino y los trágicos eventos a territorios inexplorados y desafíos cada vez más difíciles, que enfrenta con el deseo y la pizca de inconsciencia necesaria para dejar atrás las adversidades que nos presenta la vida, para llegar a donde nadie había llegado antes. Pero alrededor de él, aunque no tan incisiva, se construye una narrativa ‘spielbergiana’ para aludir al triunfo estadounidense; por ejemplo, el izamiento de la bandera, la referencia al discurso de John F. Kennedy en la Universidad Rice sobre el Programa Espacial y cierta dosis de envidia que sentían los norteamericanos al enterarse de los avances soviéticos. El director organiza un homenaje a los hombres que han hecho posible la misión destinada a convertirse en un símbolo del progreso humano. El filme enmarca el ambicioso duelo tecnológico conocido coherentemente como "carrera espacial", insertando la legendaria misión Apollo 11 en un contexto tenso arropado por los disturbios civiles y la inestabilidad de la financiación para la investigación espacial y, sobre todo, los errores que ocasionaron un gran número de accidentes mortales. Chazelle desea recrear un trasfondo histórico preciso y debe tener en cuenta todo esto, especialmente este último punto: el peso de los errores humanos que cuestan la vida de los astronautas de la NASA se hace sentir en algunos de los momentos más dramáticos e intensos de la película. Aquellos que esperan secuencias espaciales persistentes y contemplativas al estilo de Gravity (Dir. Alfonso Cuarón, 2013), probablemente se sentirán decepcionados debido a que la narración permanece en órbita constante en una escala humana, poniendo en escena la capacidad del astronauta, pero centrándose principalmente en la persona Neil Armstrong, en su fragilidad y su relación con su esposa y colegas. Así que vivimos los dos momentos emocionantes dentro de una pequeña caja claustrofóbica con la que el personaje explora el universo. Los lugares asépticos y minimalistas de entrenamiento y los espacios estrechos de las naves espaciales se combinan con las paredes acogedoras y cómodas de la casa de Neil, convirtiéndose en los escenarios de un viaje humano tortuoso y articulado, constantemente entre el coraje más apasionado y un afecto creciente. En lugar de la ironía y el encanto utilizados en La La Land, Ryan Gosling tiene que recurrir a los matices de comportamiento enigmático que exploró magistralmente en Drive (Dir. Nicolas Winding Refn,2011); una mezcla de rencor reprimido, dolor no expresado y largos silencios complementados con breves frases de indiferencia y explosiones emocionales esporádicas. Evitando los clásicos y grandilocuentes encuadres para resaltar las hazañas, el cinefotógrafo Linus Sandgren evoca los esfuerzos y las tribulaciones del protagonista a través de una perspectiva subjetiva a nivel del ojo. En la secuencia inicial -durante un vuelo de prueba- Sandgren emplea las cámaras portátiles y temblorosas que hemos visto mil veces antes, pero la imagen granulada que evoca la época transmite una experiencia verdaderamente visceral y vivida que se vuelve a visitar a lo largo de la película. Finalmente, Chazelle saca a relucir lo mejor de sí mismo en la tan esperada secuencia en la Luna, perfecta fusión de realismo, magnificencia visual y participación emocional, y dejando que la banda sonora evocadora del siempre eficaz Justin Hurwitz guie la narrativa.
LFG (@luisfer_crimi)