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The Invisible Woman (Dir. Ralph Fiennes, Reino Unido, 2013)
★★★1/2
Ralph Fiennes dirige y protagoniza la historia de amor prohibido, y hasta cierto punto resguardado, de Charles Dickens, el querido, ilustre, emblemático y clásico escritor inglés, y Nelly Ternan (Felicity Jones), una joven actriz. La historia es vista en retrospectiva, con Dickens ya muerto, recordada por ella cuando está montando The Frozen Deep con un grupo de niños. Ella no puede evitar (nunca pudo) ser una gran entendedora de Dickens. Su capacidad de visionaria lectora atrapó la mirada del famoso escritor y cambió la vida de ambos, aunque ella, por su bien social, aún ya pasado el tiempo, deba fingir que ese meteorito de pasión y locura jamás la transformó. Con una delicadeza que galopa el sutil ritmo de una narrativa convencional, The Invisible Woman refresca con su elegancia (aunque sin riesgos) el género de los filmes de época.
SOR (@SofOchoa)
Rags & Tatters (Dir. Ahmad Abdalla, Egipto, 2013)
★★★½
Hace 3 años tuve la oportunidad de ver Microphone, en el London Film Festival; filme egipcio del joven director Ahmad Abdalla, realizado en buena medida de forma clandestina, en el que mostraba con toques de humor y cierto optimismo la aspereza a la que debían enfrentarse los jóvenes que intentaban expresar su descontento, particularmente quienes elegían la música (el rock) y el arte, en la escena underground de Alexandria, en un Egipto cada vez más conservador y represor. Tres años más tarde, se aprecia a un Abdalla con mayor oficio y madurez en Rags and Tatters, una película mucho más ambiciosa. Pero, en más de un sentido, es una continuación de la anterior. En el lapso entre una y otra, primero hubo una revolución que tumbó al presidente (Mubarak), quien gobernaba al país que retrataba Microphone, y que propulsó lo que se conoció como la ‘primavera árabe’. Tras la caída de Mubarak subió Muhamad Morsi al poder, pero también fue pronto derrocado. La inestabilidad política, provocada en gran medida por la agitación social, el descontento ancestral y también el fanatismo religioso tienen a toda la región del Medio Oriente más inestable de lo de por sí volátil que suele ser. Rags and Tatters, combinando secuencias de intenso realismo, con episodios de auténtico documental insertados en la trama, se convierte en un turbador testimonio de los sucesos ocurridos en El Cairo, en 2011, en la icónica Plaza Tahrir, que fueron transmitidos a todo el mundo por televisión. Pero en lugar de centrarse en las escenas que la prensa internacional captó, Abdalla cuenta la historia de un fugitivo que en su escabullida recorre carreteras y todos los recovecos de la ciudad, presenciando asesinatos y violencia por doquier, descubriendo un país convulsionado y desorientado, al que no será fácil volver a encarrilar.
AFD (@SirPon)
Director, productores y protagonista de Rags and Tatters / Fotografía tomada con un Windows Phone Nokia Lumia 925. #SwitchToLumia
Locke (Dir. Steven Knight, Estados Unidos / Reino Unido, 2013)
★★★½
No ha sido del todo erróneo cerrar la versión del London Film Festival 2013 viendo Locke. Oficialmente el festival clausuró con Tom Hanks interpretando a Walt Disney, en un filme para sacar sonrisas al público. Nosotros preferimos un final menos cómodo y complaciente. Locke no es un filme para dar un cerrojazo por todo lo alto, con el espíritu reconfortado, con ganas de salir del cine a brindar, con el ánimo inflamado. Se trata de una película de bajo perfil, pero con los ingredientes necesarios para provocar un sube y baja emocional en el espectador. Es uno de esos filmes que fácilmente podrían desbarrancarse en cualquier momento. No es sencillo mantener la atención y la tensión del público con una cinta que se desarrolla en su totalidad dentro de un auto. Kiarostami lo hizo gloriosamente en Ten, pero él –además de ser un maestro del cine y de la observación de la naturaleza humana- cuando menos fragmentó la película en diez episodios con diferentes copilotos con los que interactuaba la protagonista. Steven Knight (guionista de Eastern Promises de Cronenberg y Dirty Pretty Thing de Frears) ratifica su control para escribir una historia compacta, inquietante con el desafío de no desmerecerla en su ejecución como director. Tom Hardy es Ivan Locke, el encargado de cuadrar el arribo de los materiales para el inicio de una monumental construcción arquitectónica. Tiene prestigio profesional y una familia envidiable. Pero en una misma noche, montado en su confortable camioneta BMW, manejando de Gales a Londres, llamada tras llamada, informa a sus superiores que no podrá estar físicamente presente para coordinar los millones de dólares en juego por la llegada del concreto, y tampoco llegará a ver el partido de futbol para el que su esposa e hijos tienen lista una reunión familiar. Un deber moral que él considera superior lo hace poner en riesgo trabajo y familia, mientras su auto va comiéndose, kilómetro a kilómetro, la distancia que debe recorrer para estar en paz consigo mismo. Una road movie actuada con templanza y ondulaciones anímicas, que pese a la escasez de recursos logra plantear las dificultades para malabarear responsabilidades, compromisos y fallas propias del humano que tiene el hombre en el mundo actual. Una buena síntesis de varios de los temas fundamentales que se trataron en los mejores filmes mostrados en el festival; un ejemplo adecuado de las capacidades del cine para, sin necesidad de artilugios y espectacularidades, dejar al espectador pensando en la penetración que las buenas películas, más allá de tramas y nacionalidades, alcanzan en los asistentes a las salas, a partir de lo que cuanto ven y escuchan en la pantalla resuena en sus propias vidas.
AFD (@SirPon)