Inauguró la 2a edición del Red Sea International Film Festival en Yeda, Arabia Saudita
'Raven Song', 'Last Film Show', 'Hanging Gardens' en el Red Sea International Film Festvial
Más de 140 filmes y un número importante de cortometrajes, además de conversatorios con figuras como Sharon Stone, Luca Guadagnino, Guy Ritchie, Oliver Stone, Spike Lee, entre otros, se incluyen en la programación de esta 2a edición del Red Sea International Film Festival, aquí, en la ciudad de Yeda, en la costa oeste de Arabia Saudita, bañada por el Mar Rojo.
Dentro de los filmes En Competencia, una muestra tanto del talento emergente como del consolidado principalmente de los países de la región, revisamos dos ambiciosos filmes: uno que muestra los conflictos que padece el Libano contemporáneo y otro que atrapa el caos de la vida en la capital de Angola.
Dirty Difficult Dangerous
Dir. Wissam Charaf, Libano, 2021
3 ½ estrellas
Mehdia (Clara Couturet) es una chica inmigrante etíope que trabaja para un matrimonio de clase media y edad avanzada. Él hombre padece una especie de demencia senil que, indistintamente, le provoca sentirse el Nosferatu de Murnau o con el impulso de atacar a Mehdia, en su cama, por la noche; sin que ambas motivaciones necesariamente tengan que ser excluyentes, en realidad. Cuando está sereno, el hombre parece sentir afecto por ella, quizá también su esposa, aunque es claro que la chica para ellos es simplemente su sirvienta, y de un país negro. Por su parte, Ahmed (Ziad Jallad) es un refugiado sirio que compra chatarra en las calles de Beirut, gritando a su paso (una especie de “se compraaan, colchooneees…” pero en vivo y caminando); en la piel, además de diversas heridas, padece una extraña condición que parece corroerle los tejidos que son suplantados por materia metálica. Aparentemente como resultado de convertirse en anfritrión de múltiples fragmentos de metal como consecuencia de los constantes estallidos de bombas en su país. Mehdia y Ahmed están enamorados. Cuando ella escucha los clamores que anuncian la presencia de él, sale a buscarlo, se abrazan y se besan. Pero poca oportunidad tienen para consumar su deseo. No tienen ni espacio, ni dinero, ni respeto de nadie. Son seres inexistentes e invisibles en la sociedad libanesa, salvo cuando quieren estar juntos; entonces se vuelven ostensibles y reprochables. Desesperada, Mehdia introduce a Ahmed a su habitación en la casa donde trabaja pero lo único que se le viene encima son problemas variados que van desde la humillación hasta la amenaza de ser regresada a su país, previo pago de una enorme deuda que tiene por todo lo que se le consiguió para poder vivir y trabajar en un país ¿libre? ¿próspero? ¿democrático?
Parece que el humor inexpresivo tan emparentado con el absurdo y característico de Kaurismaki se adapta idealmente adaptable al entorno árabe (al menos por lo que hemos visto en este festival). Solo tienen que introducir su gélida dinámica al horno de microondas un par de minutos y, voilá, sus personajes e historias cobran vida en el agobiante calor de Oriente Medio. Solo que no es lo mismo plasmar conflictos sociales que muestran el lado oscuro de una de las sociedades más avanzadas del mundo (incluso también dentro de lo áspero que resuta la recepción de inmigrantes, como en The Other Side of Hope), que atajarlo en países que también han padecido y siguen padeciendo la guerra, donde el clasisimo y racismo ni siquiera son tema de discusión, donde es tan fácil ver chocar los predicamentos de unos tipos de inmigrantes, con las contrariedades de los otros. Habiendo dicho lo anterior, no es que el contexto descarte la opción si no se aborda a la escandinava (ahí está el exitoso caso del palestino Elia Suleiman, pero que ya tiene muy aceitada su fórmula que, paradójicamente, renueva en cada filme), aunque sí que exige o bien ser condimentado con otros sabores locales, o que la puesta en escena y la situaciones conjuradas tengan más fuerza y posibilidades expresivas y dramáticas (por más desdramatizadas que se presenten) para conseguir traspasar la pantalla y arañar las entrañas del espectador. Hay en Dirty Difficult Dangerous secuencias muy bien logradas (como la del campo de refugiados con el representante de la UNICEF), pero hay otras donde los actores se sienten vagando, un poco perdidos, sin dirección, abortos (más de lo que les las indicaciones recibidas les comandan). De cualquier forma, el director demuestra que es hábil para plantear los temas espinosos que ha vivido y sigue viviendo su país, que detecta los nervios que es necesario revisar acusiosamente, que conoce y ama el cine, y que se ha embarcado en la búsqueda de formas de plasmarlo que eluden las convenciones, por lo que es muy probable que en sus próximos filmes los detalles que ahora se llegan a sentir endebles vayan siendo afinados. Digamos un “se cooompraaan…colchooneees…” más melódico.
Dirty Difficult Dangerous ganó el Premio Europa Cinemas en el Festival de Venecia 2022.
Our Lady of the Chinese Shop
Dir. Ery Claver, Angola, 2022
4 estrellas
Por un lado está Dominga (Claudia Pucuta), que vive con su esposo, Bessa (David Caracol), un hombre permenentemente enfermo, en un departamento afectado por severas goteras (convertidas en cascadas hogareñas) que parecen llorar más de lo que ella lo ha hecho por la muerte de su hija; la mujer da la impresión deambular por su existencia, agobiada por el duelo, sofocada por su esposo, deseosa de encontrar consuelo y alivio, a como dé lugar, incluso recurriendo a la santería. Por otro lado aparece Zoyo (Willi Ribeiro), un joven que recorre los callejones del barrio bravo de Luanda, la capital de Angola, en donde se desarrolla este relato, persistentemente buscando a su perro, que tiende a escapar de él como aparentemente hace todo el mundo. Y, por supuesto, tenemos al comerciante chino, que también funge como narrador foráneo de la historia (Meili Li), que experimenta un moderado éxito en su tienda de chucherías vendiendo piezas plastificadas de la Virgen María con la promesa de solucionar cualquier tipo de problemas habido, pero también por haber, dentro de ese microcosmos en el que se cruzan historias, experiencias, dolores, frustraciones, insatisfacciones, resentimientos, recuerdos, esperanzas y, sí, también supersticiones. Todo ocurriendo en las calles menos favorecidas de una Luanda en proceso de constante renovación.
El filme de Ery Claver parece caótico y, sí, lo es, pero se trata de un caos ordenado, deliberado, aunque por momentos se sienta que escapa del control del director. Porque al perseguir los instintos de un rincón de la ciudad, refleja de forma vibrante el modo en que palpita la realidad en un lugar que aglutina manifestaciones diversas que chocan entre sí mismas, buscando integrarse o, cuando menos, acomodarse de la forma menos disonante. La madre busca respuestas y formas para sanar su duelo y no encuentra mejor camino que el de las calles para escapar de la opresión que siente en casa; políticos escupiendo discursos ante estadios llenos de, eh, ropa tendida, pues da lo mismo que la gente sea ya reemplazada por su pura ropa (o peor, por la mercancía usada que se vende en los tianguis); la ira acumulada que escudriña las válvulas de escape por donde canalizar sus explosiones; la religión como posible factor de unidad, pero también de manipulación y de choque. Una figura occidental (la Virgen María), en un país africano (colonizado por los portugueses) vendida por un chino (comunidad que no termina por integrarse a la sociedad angolesa, que es vista sin ser entendida y que también mira a los angoleses desde su propia óptica): el epítome de cuanto quiso ser articulado por el realizador y encapsulado en este filme que se ayuda de la poesía, en ocasiones de forma verbal, en otras visualmente urbana, para dar cauce a esta energética emanación de ideas y conceptos.