Dancer
Dir. Steven Cantor
Para quienes son aficionados y, más aún, admiradores del arte del ballet el nombre de Sergéi Polunin resulta en exceso familiar y gozar de Dancer, el filme que registra la vida que hay detrás del ascenso a la gloria y la tempestuosa relación que con ella tuvo el bailarín ucraniano, será un gozo. Para los que no lo conocen, probablemente será todavía más placentero. El trabajo de Steven Cantor (GB-Rusia-Ucrania-EE.UU, 2016) es al mismo tiempo intenso –mucho muy- y reflexivo. Y es intrépido por la forma en que aborda los vertiginosos años en que Polunin pasó de ser un pequeño con excepcional talento para la danza, a convertirse en el mejor bailarín que se haya visto desde Nureyev. Cantor utiliza constantemente el pop-rock (desde Black Sabbath hasta Coldplay), siempre con tino, con ritmo preciso, con gracia notable para acompañar las expresiones de rebeldía, pero también de vulnerabilidad de un artista atormentado, consiguiendo un juguetón contraste con el excelso pero rígido mundo de feroz e implacable exigencia en el que se desenvuelve Polunin desde que tiene apenas cinco años.
Acompañar su periplo es fascinante. El realizador se apoya en flashbacks que nos permiten ver y conocer a Polunin como el niño de una familia humilde de un pueblo ucraniano con dotes fuera de lo común, que impulsan a sus padres a renunciar a la unión familiar con tal de poner al niño en el lugar idóneo para desarrollar su talento. El padre tiene que irse a trabajar a Portugal, su abuela paterna también debe que alejarse para cooperar con la manutención de Sergéi y su madre en Kiev. Desde pequeño cayó en él la terrible responsabilidad de que en su cuerpo y su esfuerzo estaban depositadas las esperanzas de toda la familia. Los niveles de exigencia que él mismo se impuso pronto lo llevaron a Londres, y en pocos años, lejos y desconectado de los suyos a convertirse, a los 19 años, en el bailarín más joven en ser “principal” del Royal Ballet de Londres. Pero, más allá del poder que tiene el filme para engancharnos en el seguimiento de la narrativa que establece, es la destreza con que plantea la turbulenta relación entre su mente y su cuerpo mediante el certero montaje de elocuentes imágenes que la película logra su trascendencia. Ver a Polunin desplazarse por escenarios y pistas de ensayo es un deleite; máxime sabiendo todo lo que hay detrás de cada salto, de cada giro, de cada movimiento lleno de expresión, de pasión, de historia personal, de alma. Una relación de amor y odio exultante. Pocas veces en fechas recientes se ve el trabajo de un artista en el absoluto dominio de la perfección de su arte, y capturarlo con fidelidad, sin quedarse cortos al momento de capturarlo era un desafío enorme. Cantor consigue hipnotizarnos, dejarnos levitando como Polunin en medio de una ejecución genial; nos deja deseando que Sergéi no deje nunca de bailar, de moverse, haciéndonos saber, empero, el castigo al cuerpo al que un ser humano se debe someter y el rompimiento interno (traumas sobre la irrecuperable pérdida de su familia, su desconexión emocional con los demás, sus abusos con las drogas para no sentir dolor físico ni anímico) que debe padece un ser humano para alcanzar esa gloria que, pese al legado incontestable que pueda dejar, siempre terminará resultando efímera.
Aquí pueden ver "el último baile de Polunin", en un video dirigido por David LaChapelle, que también forma parte de la película.
AFD (@SirPon)