Durante el tercer día de la 8ª edición de FICUNAM revisamos dos filmes de la sección "Manifiesto contemporáneo": Buena suerte de Ben Russell, y Érase una vez Brasilia de Adirley Queirós.
Buena suerte
Good Luck, Dir. Ben Russell, Francia, Alemania, 2017.
★★★★½
[Manifiesto contemporáneo]
El retrato de dos comunidades mineras, una en Serbia, donde los hombres trabajan a más de 400 metros bajo tierra, y otra en las selvas de Surinam, donde los trabajadores de una mina ilegal de oro hacen todo lo posible por manipular el estado natural de las cosas, para encontrar menos de un puñado del metal precioso, sin afectar su relación de respeto con la naturaleza. Dos culturas totalmente distintas con costumbres y creencias, incluso, aparentemente opuestas, que encuentran a través de la cámara del cineasta similitudes que trascienden a las diferencias culturales: las condiciones de trabajo y los motivos por los que se encuentran encadenados a él; el sacrificio y la esperanza.
La primera hora del filme transcurre en casi absoluta oscuridad, con no más que las luces guía de los mineros para iluminar los espacios laborales bajo tierra de la mina en Serbia y para que Ben Russell (A Spell to Wall Off the Darkness, 2013) logre mostrarnos las durezas del trabajo, cuyos resultados son, ciertamente, descorazonadores, como dicta el poema de Henri Michaux que sirve de epígrafe al filme: “Ahora estoy frente a la piedra. Se divide. No, ya no está dividida. Está tan concreta como antes. De nuevo, se divide en dos. No, ya no está dividida, otra vez. Se divide una vez más. No […]”. La luz es devorada por la oscuridad y no es más que una promesa, simbólica y física a la vez, de que vendrán mejores tiempos. Es trabajo duro, hora tras hora, y la cámara lo retrata todo, como en un ejercicio de absoluta inmersión y sin trastocar la rutina diaria, hasta que llega el descanso. Ahí, tanto en Serbia como en Surinam, Russell realiza dos discretos actos que lo cambian todo y que nos muestran a los seres humanos bajo aquellos rostros duros y toscos, bajo aquellos cuerpos de hombres-máquina creados para el trabajo inagotable. Primero, cuando están todos en grupo comiendo, fumando, Russell los aborda con preguntas personales que los incomodan y a las que, sin duda, responden desde sus prejuicios culturales: “¿Tienes miedo?”, pregunta en Serbia. “No. No tengo miedos. El miedo no existe aquí”. Los mineros serbios mienten, pensamos, sus rostros lo dicen todo, y esto se confirma con el segundo acto de Russell: sentar a cada uno de ellos, por separado, con la cámara tan cerca de sus rostros que parece invadirlos, y así es. Las escenas filmadas en blanco y negro resultan poéticas porque, en la quietud y bajo la extraña sensación de ser observadas, las personas frágiles escondidas bajo aquellos músculos y pieles curtidas, surgen y sus espíritus se manifiestan. En la quietud se revela la belleza humana, aún en las condiciones más infernales. En Surinam ocurre lo mismo y se repite hasta que, al fin, aparecen unos miligramos de oro: la alegría se apodera del filme; al fin han encontrado, como dice el texto de Michaux, ese “miserable milagro”. Sabemos, sin embargo, que las sonrisas durarán poco.
Érase una vez Brasilia
Era uma vez Brasilia, Dir. Adirley Queirós, Portugal, Brasil, 2017.
★★★½
[Manifiesto contemporáneo]
Un exconvicto intergaláctico del planeta Karpenstahl es enviado a la tierra a cambio de la seguridad de su familia y con una sola misión: asesinar al presidente de Brasil. Después de un largo y desastroso viaje, y tan pronto aterriza, WA4 (Wellington Abreu) se une a un pequeño ejército de hombres y mujeres de otros planetas que intentan realizar la revolución social del país.
Un filme desconcertante de alta carga simbólica y que apela a la capacidad crítica del espectador y a su imaginación para complementar los silencios e intuir los indicios de lo que se nos está queriendo relatar. Los pocos recursos económicos con los que Adirley Queirós (White Out, Black In, 2014) acostumbra a trabajar y los límites que esta situación otorga, lo obligan a desmantelar el género fílmico de la ciencia ficción, a ceñirse a una estética casi surrealista y a hacer uso de los elementos cotidianos de la realidad de Brasil para resignificarlos y adaptarlos a su historia. Este último punto resulta ser uno de los más destacados: Queirós nos coloca desde la perspectiva de sus personajes, ajenos al funcionamiento de la realidad en el mundo, y añade un carácter siniestro a todo lo que los rodea: el metro, los helicópteros, los automóviles, como si formaran parte de la seguridad del gobierno brasileño, quien, aparentemente, los está buscando. Si bien podría pensarse que la persecución de la que se sienten víctimas está en su imaginación (por momentos parecen niños, amigos, reunidos para jugar a la guerra), lo cierto es que el filme es un retrato de la paranoia social que se vive y de la parálisis política y el militarismo pasivo de los ciudadanos: todos tenemos en mente una rebelión, pero no hacemos más que imaginarla. Al menos, eso puede interpretarse al considerar los anacronismos que presenta el filme: los soldados intergalácticos fueron enviados para eliminar a Juscelino Kubitschek (presidente de Brasil de 1956 a 1961), pero los discursos que se escuchan en la radio fueron promulgados por Dilma Rousseff (presidenta del 2011 al 2016) y Michel Temer (presidente actual), como si, realmente, no se hubiera hecho nada desde entonces más que esperar un cambio, o, quizá, como si, simplemente, fuera demasiado tarde ya para intentar hacer algo. El título hace referencia a los cuentos de hadas —Érase una vez Brasilia (Era uma vez Brasília)—, tal vez porque sólo mediante los cuentos infantiles y la imaginación pueda ser posible creer en un final feliz para esta historia.