Por Julieta Navarrete (@Juletiux)
“Vivimos tiempos de cambio”, fueron las palabras de Marina Stavenhagen, directora del IMCINE, en la inauguración de las jornadas sobre nuevos modelos para la distribución del cine y el audiovisual. Estamos ante la construcción de nuevos lenguajes audiovisuales y formas de distribución, y el papel del espectador también se ha renovado frente a estas transformaciones, exigiendo a los creadores y distribuidores pensar en formas de atraer al público y mantenerlo interesado. Jean-François Lyotard argumentaba que para definir la posmodernidad, había que vincularla forzosamente con el avance de la tecnología, y este punto es precisamente el centro del debate en las Jornadas sobre los nuevos modelos para la distribución del cine y el audiovisual.
Gilles Lipovetsky, estudioso de nuestra sociedad posmoderna, dice que vivimos en la época de la recepción inmediata, de un consumo masivo donde la información llega a nosotros más rápido que nunca. Con una oferta cultural vertiginosa, ilimitada y a veces inclasificable, el espectador ahora goza de una libertad de elección; es autónomo, lo que ha dado como resultado el fin del consumo cultural exclusivo de la élite. Los esfuerzos cosechados durante la modernidad, con las vanguardias y la búsqueda de la libertad, rinden frutos: ahora somos libres.
Lipovetsky habla sobre su concepto de cultura-mundo, el cual genera a partir de los preceptos del capitalismo, del avance de la cultura mediática y de la tecnología. Todo lo anterior ha contribuido al nacimiento de una cultura universal. Esta cultura, sin embargo, no homogeniza a los individuos; por el contrario, los diversifica y los reafirma a través del conocimiento sin límites. Según Lipovetsky, esta cultura-mundo juega un papel doble: provocar la diversidad y también unificar.
El siglo XX es el siglo de la pantalla y surge la pregunta: ¿la proliferación de pantallas ha hecho retroceder al cine?. Tomando en cuenta que el ritual cinematográfico consistió desde el principio en sentarse en la oscuridad ante una única pantalla, lo que sigue ahora es modificar los rituales sin eliminar los ya existentes. Tanto el uso de pantallas en espacios arquitectónicos distintos al de la sala de cine como la proliferación del 3D y el 4D forman parte de estos cambios, que no precisamente relegan al cine, sino que reconfiguran su percepción y aumentan las sensaciones. No desaparece, sólo se despliega de otras maneras.
De acuerdo a Lipovetsky, la posibilidad de ver el cine por internet, en el espacio de un museo o en una proyección en la calle, contribuye a la democratización del acceso a las obras de arte, lo cual es un punto en contra de la declarada muerte del cine a favor de la televisión. Estamos en una etapa de duda, en la que las peleas en contra de la piratería han descontextualizado esta democratización, pero Lipovetsky alude a que el mercado no será vencido. Asegura que con el tiempo se encontrarán modelos para la legislación y la protección del cine sin quitarle a los consumidores y espectadores la libertad que han obtenido con la nueva cultura mediática.
La creatividad también se diversifica, dice Lipovetsky. Para que se constituya una nueva estética hay que reformular lo ya hecho, lo que ya está ahí (en este caso, el cine) y cambiarlo de estado mediante nuevas propuestas y variables. No se trata solamente de pensar en nuevos modelos de distribución, Lipovetsky también llama a repensar la estética. Los creadores tienen en sus manos nuevas herramientas para aprovechar la posibilidad del acontecimiento instantáneo de las nuevas tecnologías. En el 2009, en Guanajuato, Peter Greenaway lanzó la interrogante: “¿qué habría hecho Rembrandt con Photoshop?”. Distribuidores, cineastas y espectadores tenemos el deber de aprovechar las probabilidades que esta cultura-mundo ofrece y debemos reflexionar sobre ello.
La resolución de Lipovetsky es firme: “no comparto la idea de una pérdida de creatividad en el cine”. Vivimos en el marco de un mundo de competencia y posibilidades infinitas, pero esto puede servir como un impulso positivo. No estamos ante una posible utopía cultural, pero sí ante la oportunidad de difuminar límites respecto al alcance y la creación del aparato cinematográfico. Se trata de buscar, precisamente, nuevos modelos.