En días anteriores les compartimos la crítica que Jorge Luis Borges realizó de Citizen Kane (1941) de Orson Welles. En esta ocasión les presentamos otra de sus incursiones en la crítica cinematográfica. Como es bien sabido, Borges era un apasionado admirador de Charlie Chaplin:
¿Quién iba a atreverse a ignorar que Charlie Chaplin es uno de los dioses más seguros de la mitología de nuestro tiempo, un colega de las inmóviles pesadillas de Chirico, de las fervientes ametralladoras de Scarface Al, del universo finito aunque ilimitado, de las espaldas cenitales de Greta Garbo, de los tapiados ojos de Gandhi?
Las críticas de Borges eran generalmente humorísticas. Por ejemplo, respecto a la versión de Crimen y Castigo (1935) de Josef von Sternberg escribió lo siguiente:
Adoctrinado por el populoso recuerdo de Capricho Imperial, yo aguardaba una vasta inundación de barbas postizas, de mitras, de samovares, de máscaras, de espejos, de caras bruscas, de enrejados, de viñedos, de piezas de ajedrez, de balalaikas, de pómulos salientes y de caballos. Yo aguardaba, en fin, la normal pesadilla de Sternberg. Yo esperaba la asfixia y la locura.
Pero la obra maestra de las descalificaciones fílmicas de Borges es sobre el icónico desastre que fue King Kong (1933), en la versión dirigida por Merian C. Cooper y Ernst B. Schoedsack, y con la que se opone de manera tajante a las críticas que alababan la película en la época:
Un mono de catorce metros de altura (algunos entusiastas dicen que quince), es evidentemente encantador, pero tal vez no basta. No es un mono jugoso; es un reseco y polvoroso artificio de movimientos esquinados y torpes. Su única virtud -la estatura- parece no haber impresionado mucho al fotógrafo, que se obstina en no retratarlo de abajo sino de arriba -enfoque a todas luces desacertado, que invalida y anula su elevación. Falta añadir que es jorobado y de piernas chuecas: rasgos que lo achican también. Para que nada tenga de extraordinario, lo hacen luchar con monstruos muchos más raros que él, y le destinan alojamiento en falsas cavernas de catedralicio grande, donde se pierde su afanosa estatura. Un amor carnal o romántico por Miss Fay Wray perfecciona la ruina de ese gorila monumental y también la del film.
Queda así de manifiesto que las imponentes dimensiones no lograron impresionar a Borges, quien al ser el visionario detrás de abismales laberintos, eternidades e infinitudes, había presenciado verdaderas visiones de lo imponente y avasallador.
Carla T. Morttiz (@carlioshka)
Fuente: Open Culture