Han pasado ya unos días desde que el gran maestro del cine desafiante, del cine como expresión máxima del arte, el norteamericano David Lynch, cruzó una de esas puertas que sembró en secuencias a lo largo de una rica, magnífica filmografía, y que solían llevar a otras dimensiones. Sabrá Dios cuál es el destino al que conduce la que atravesó este intransigente, iconoclasta, complejo autor de cine. Cualquiera que haya sido, es muy posible que Lynch ya la haya antes imaginado, o tal vez soñado.
Leigh Singer, destacado analista de cine y creador de fabulosos ensayos visuales, hace algunos años abordó en uno de ellos la que para muchos (nos incluimos) es la obra fílmica cumbre de David Lynch: Mulholland Drive. Una auténtica obra maestra. Pero, dice Leigh, es más que ello, el filme probablemente representa la síntesis y la esencia de la filmografía entera de Lynch.
Contiene, nos desmenuza Leigh, desde “el surrealismo inmersivo y el paisaje de lógica onírica de Eraserhead, su ópera prima”, y también establece “portales que dirigen a lo prohibido”, pasando por una zona que borra los límites entre lo real y lo que deja de serlo, diseña “sitios encantados que cobran mayor fuerza al ser contrastados con la superficie del mundo que aparenta ser benigna”. Lynch, subraya, Leigh, no teme llevarnos a regiones donde prevalece el mal, agazapado detrás de fachadas y sombras “donde habitan seres bizarros en control de esos sitios”, e incluso de las vidas de quienes voluntaria o involuntariamente acceden a esos territorios. Pero, incluso en esos ámbito, le cuesta trabajo dejar de ser compasivo. En la segunda etapa de su carrera, continúa Singer, Lynch creó filmes en los que “las narrativas se dislocan y las líneas de tiempo se escinden”, y la prueba mejor lograda es, precisamete, Mulholland Drive que, en última instancia, apunta Singer, es una historia de amor, como lo es, asimismo, Wild At Heart; retorcida, pero de amor. Y, al mismo tiempo, es una carta de amor ácido a Hollywood, como también lo fue Inland Empire.
A través de una cuidadosa recopilación de fragmentos clave de su filmografía, Singer desentraña los códigos narrativos y visuales que convirtieron a Lynch en una figura única dentro del cine contemporáneo: su capacidad de transformar lo cotidiano en un soplo de lo extraño, de encontrar lo siniestro en la inocencia aparente y de explorar las profundidades psicológicas del ser humano mediante imágenes tan perturbadoras como hipnóticas.
El ensayo visual se enfoca, igualmente, en señalar el poder evocador de la atmósfera en la obra de Lynch. Porque Lynch utiliza el sonido, el color y la textura para construir experiencias que desafían las estructuras narrativas tradicionales. Más allá de sus tramas, las películas de Lynch operan como espacios emocionales, universos donde las reglas del tiempo y la lógica se diluyen, y donde el espectador queda atrapado entre lo bello y lo aterrador.
Este análisis, presentado en un formato visual que entrelaza escenas icónicas con el comentario preciso de Leigh Singer, no solo celebra la genialidad de Lynch, sino que también invita a reconsiderar el lugar que ocupa su obra en la historia del cine. Como señala Singer al revisar la obra de este maestro del, podíamos llamarlo, “realismo retorcido”, Lynch no es solo un creador de mundos únicos, sino un artista que desafió constantemente las expectativas del medio. Mulholland Drive nos queda como testamento y guía de su delirante pensamiento.
Fuente: Fandor