'Raven Song' de Mohamed Al-Salman; 'Last Film Show' de Pan Nalin; 'Hanging Gardens' de Ahmed Yassin Al Daradji en #RedSeaInternationalFilmFestival - ENFILME.COM
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'Raven Song' de Mohamed Al-Salman; 'Last Film Show' de Pan Nalin; 'Hanging Gardens' de Ahmed Yassin Al Daradji en #RedSeaInternationalFilmFestival
Publicado el 05 - Dic - 2022
 
 
Revisamos una primera ronda de los filmes mostrados en competencia, una que se regodea en el amor al cine, que hace comentario social y político y que demuestra miradas estilizadas para retratar distintas realidades. - ENFILME.COM
 
 
 
por Alfonso Flores-Durón y Martínez

@SirPonFDyM

Inauguró la 2a edición del Red Sea International Film Festival en Yeda, Arabia Saudita

Más de 140 filmes y un número importante de cortometrajes, además de conversatorios con figuras como Sharon Stone, Luca Guadagnino, Guy Ritchie, Oliver Stone, Spike Lee, entre otros, se incluyen en la programación de esta 2a edición del Red Sea International Film Festival, aquí, en la ciudad de Yeda, en la costa oeste de Arabia Saudita, bañada por el Mar Rojo. Pero, sin duda, su sección más atractiva es la de los filmes En Competencia, pues muestra tanto el talento emergente como el consolidado principalmente de los países de la región, una oportunidad única de ver filmes a los que de otro modo es muy difícil tener acceso. Aquí revisamos una primera ronda de los filmes mostrados. Una que se regodea en el amor al cine, que hace comentario social y político y que demuestra miradas estilizadas para retratar distintas realidades. 

 

Raven Song (Ughneyat Alghurab)

Dir. Mohamed Al-Salman, Arabia Saudita, 2022

4.5 estrellas

Como muchos que lean esto comprenderán, Nasser (Ibrahim Alkhairallahvive) hundido en una confusión existencial, que trata de sobrellevar mientras trabajo como recepcionista en un hotel en Riad, la capital de Arabia Saudita. Su padre piensa que es un bueno para nada y, para complicar ligeramente las cosas (¿o, quizá, para mejorarlas?), le diagnostican un tumor cerebral y, además, desempeñando sus labores cotidianas, conoce a una hermosísima mujer (Kateryna Tkachenko), con rasgos que claramente son ajenos a los que está acostumbrado a ver. Y, claro, se obsesiona con ella (quién podría culparlo) de forma instantánea. Pero ¿cómo hacer para acercarse a ella, para conquisarla? Sus amigos, no particularmente expertos en el tema de la seducción (por lo que se ve) le sugieren toda una serie de recetas para el fracaso, incluyendo la escritura de un poema (canción). Su doctor, por su parte, le señala lo imperioso que resulta operarle el cerebro (literalmente). Entre sus temores, sus deseos, sueños bizarros y alucinaciones estrechamente vinculadas con su realidad y la de Arabia, se juega no solo su sanidad mental, sino también su satisfacción amorosa y emocional (¿también sexual?). 

Con Raven Song debuta Mohamed Al-Salman en la dirección de filmes de largometraje. Pero su carrera como cortometrajista ya auguraba que su voz sería especial. Con la seguridad, el aplomo pero, particularmente, la sabiduría fílmica de un veterano, convierte lo que a primera lectura parecería una historia sencilla en el pretexto para articular un filme complejo, altamente estilizado, compuesto por diversas capas de lectura, en las que vierte comentarios personales, sociales e incluso políticos con idéntica agudeza, sensibilidad, mucha gracia y, también, toques de fina poesía. Es como si trasladaramos al gran Aki Kaurismaki (o a Suleiman) con su humor inexpresivo y en ocasiones absurod del frío nórdico al desierto árabe, pero envuelto en realismo mágico con lírica esperanzadora (o cómicamente engañosa). Si en la Magnolia de PT Anderson el cielo escupía sapos, en este filme son masas encefálicas las que llueven desde arriba, como severos recordatorios de la tortura que aflige a Nasser; y la secuencia en la que es atrapado por un grupo de personajes ataviados en túnica, y encerrado en la parte trasera de una camioneta donde es severamente interrogado por todos ellos al unísono queriendo conocer hasta el aliento de sus pensamientos, alrededor de una mesa, me comentan varios locales, hasta hace poco tiempo tenía todo menos surrealista. El humor seco, el cuidado formal en cada escena, la precisión de los encuadres y la utilización de los lentes adecuados para cada momento, y la puesta en escena, todo en conjunto, muestran a un director confiado, en control absoluto de lo que dice y cómo lo dice. Un joven director que conoce de cine y lo proyecta amorosamente. Un talento para seguir muy de cerca. 

Raven Song es el filme representante de Arabia Saudita para los premios Oscar 2023. 

 

Last Film Show

Dir. Pan Nalin, India, 2021

4 estrellas

En Gujarati, una provincia rural en India, vive Samay (Bhavin Rabari), un niño de 9 años, con sus padres y hermanita. El papá, pese a pertenecer a una de las castas superiores de la estricta división jerárquica del país, se dedica a vender té en la estación de tren del pueblo; es decir, un hombre pobre, cabeza de una familia pobre. Un día decide llevar a la familia al cine y la iniciación de Samay al acto de ser expuesto a historias proyectadas en una pantalla gigante en compañía de muchas otras personas lo deja apabullado. Una de esas experiencias que marcan de por vida. Desde ese momento, para él no existe otra cosa más allá del cine. Bueno, sí, la luz, pero precisamente a partir de la relación indisoluble que tiene con el cine. “Con la luz surgen las historias, y con las historias surgen las películas”, en algún momento se comenta en el filme. Entonces Samay comienza a irse de pinta de la escuela para asistir a la sala de cine (pese a que queda a varias horas de su casa), y como no tiene dinero para pagar la entrada, sencillamente se cuela…hasta que lo descubren. Entonces es que forja una conmovedora relación con Fazal (Bhavesh Shrimali), el proyeccionista del cine, un encantador hombre que adora su trabajo…y la comida que le prepara a Samay su madre, por lo que el trueque queda establecido. Si la trama hasta ahora les suena parecida, es porque de forma similar, sí, ya la vieron antes. Pero como esta historia está situada en tiempos más recientes, el desenlace tiene que ver con la posibilidad de que el filme, la esencia de la que estaba hecha el cine, desapareciera para dar paso a la digitalización. Y, claro, también queda la incertidumbre sobre el futuro de Samay que quiere dedicarse al cine contra los deseos de su padre. Fazal le ha advertido que si quiere cumplir su sueño, deberá irse a la ciudad, ahí su futuro terminará en el mismo sitio que la enorme colección de latas llenas de película: en el basurero.

No, para nada intenta Pan Nalin esconder ni sus referencias fílmicas, ni sus homenajes, tampoco sus recuerdos. Desde el inicio de los créditos agradece a varios directores (Tarkovsky, Sayajit Ray, Kubrick, Maya Deren, Eadweard Muybridge…), aunque no menciona a Cinema Paradiso de Giusseppe Tornatore cualquiera encontraría las evidentes semejanzas (el director comentó en el Q&A que cuando de niño vio el filme italiano pensó que se trababa de él), y también la forma de abordar la historia deja en claro que estamos ante un material colmado de elementos autobiográficos (que, igualmente, el director certificó durante la charla posterior a la proyección). Para distanciarse del filme de Tornatore, Nali invierte dedicación en la inventiva tanto de los sucesos narrativos, como de su imaginerio visual en Last Time Show. Los modos en que Samay y su grupo de amigos ingenian la imitación de un rodaje (un niño andando en motocicleta, encuadrado en el rectángulo de un cartón, con otros niños arrojándole aire y unos más corriendo fuera del cuadro cruzándose con ramas para dar la sensación de movimiento), o traman sus propias proyecciones en un cine que improvisan dentro de un granero abandonado (con los pedazos de cinta que le regala Fazal, llantas, pedales -para dar la velocidad al movimiento que exige la proyección del cine-, sonidos generados en vivo y, claro, una tela blanca en la pared, siempre todo supeditado, claro, a la caprichosa utilización de la luz), son secuencias que deberían volverse icónicas en la historia del cine, si sólo más gente pudiera llegar a verlas. Además, como se espera de un proyecto indio, se trata de un filme muy colorido. Es evidentemente una declaración de amor al cine, un apasionado recuerdo de infancia y, también, como ya antes no lo dijo Fellini en I Vitelloni, Tornatore en Cinema Paradiso y Sorrentino recientemente en Fue la mano de Dios, la proclama de que en la encrucijada de ciertas vidas, la única opción posible para avanzar no es quemando las naves, sino al revés, treparse en ellas para zarpar cuanto antes. Incluso a los 9 años, como cuando Samay debe hacerlo. El tributo metafórico que hace el director al filme (la materia de la que estaba hecho al cine) torna un momento triste en celebratorio. 

Last Film Show es el filme representante de India para los premios Oscar 2023.

 

Hanging Gardens

Dir. Ahmed Yassin Al Daradji, Irak, 2022

4 estrellas

De recoger desperdicios de metal y plástico en un inmenso y pestilente basurero de Bagdad (irónicamente llamado “Jardínes colgantes” en clara alusión a la maravilla del mundo en la cercana Babilonia) viven As’ad (Wissam Diyaa), un chico de doce años, y su hermano mayor Taha (Hussain Muhammad Jalil), ya un adulto. Sus padres murieron como consecuencia de episodios enmarcados en la turbulenta historia de su ciudad, de su país. En el sector destinado a los desperdicios de la base militar estadounidense (donde incluso hay tanques en desuso), As'ad encuentra revistas pornográficas que recorta y vende entre su camarilla, para agenciarse unos centavos (bueno, su equivalente iraquí) extra. Sin embargo, así como en alguna ocasión su hermano descubre el cadáver de un bebé (incluso aún con su chupón en la boca), escondido entre toda la porquería, también As’ad tiene la suerte de toparse con un hallazgo: una bella muñeca inflable, rubia y de ojos azules. A escondidas, el chamaco la lleva a casa, la limpia no solo delicadamente sino también con ternura. Además, descubre que también se le puede enseñar a hablar. El niño tiene algunos problemas de deudas con algunos jóvenes malvivientes de la zona, que dependen de un caudillo religioso con matones a su cargo, pero su mayor problema nace cuando su hermano se percata de esa extraña presencia femenina en casa. De inmediato se lanza a ella con un cuchillo para matarla, bueno, en este caso poncharla (que no es lo mismo que ponchársela, en el contexto dado), pero su As'ad trata de impedirlo a toda costa, recriminándole además la forma en que él se masturba espiando a una vecina. Milagrosamente salvando a la chica (es decir, muñeca) de la muerte por falta de aire (la materia de su existencia, valgan los términos), concibe una gran idea que puede ser lucrativa, si bien riesgosa y que le provoca ambivalencia sentimental: asociarse con un chico al que le debe dinero para, en la parte trasera de su carreta-motoneta, vender los servicios de la muñeca al mejor postor. Para hacerlo, contratan a un trabajador para que les acondicione el lugar, poniendo como techo la bandera iraquí; los chicos, respetuosos, le cortan la figura de Dios al símbolo patrio. Y, pronto, tienen filas de mejores postores pagando por tiempo para recibir los placeres que la chica rubia les otorga (o creen que les brinda). Hasta que, evidentemente, la corrida…de voz, esto es, alcanza oídos indeseables, al menos para el negocio, y los chicos quedan involucrados en un serio problema de dimensiones bíblicas, eh, coránicas, para ser más exactos. 

En un tono que mezcla juguetonamente pero con seriedad el realismo social con ingeniosas metáforas y debrayes de la mente que hacen recordar la tan perturbadora como simpática Air Doll del gran Hirokazu Kore-eda (basada en una serie de manga), Ahmed Yassin Al Daradji deposita buena parte del peso de su historia, y su discurso, en los hombros, pero también en los ojos, del joven Wissam Diyaa (quien en la sesión de preguntas y respuestas emotivamente rompió en llanto, siendo la primera vez que veía el filme terminado y en pantalla grande). En algunas secuencias parece como si la carga fuera demasiado dificultosa para el joven actor no profesional, pero en buena medida Wissam lo solventa simplemente tratando de ser él en cada escena y, al hacerlo, derrama una candidez lejana al sentimentalismo. Su relación con la muñeca se establece en distintas capas: la usa, pero la quiero, pero tal vez hasta la mira como figura materna, y también representa la posibilidad de hacerse de un estátus en el barrio. Y esa singular relación barniza de profunda humanidad y, es cierto, también de delicado humor, un filme que de otra forma podría ser abrumadoramente opresivo y hasta árido. En una sociedad que históricamente ha sido tan castigada, de forma tan repetida y contante, en ocasiones es necesario recurrir a formas poco ortodoxas de dar y recibir un cariño que complemente el que incialmente pueda tenerse (si es que siquiera hay algo para comenzar). Que haciéndolo incluso se puedan paliar los desalmados efectos de la pobreza, se establece como estampa de lo difícil que es escapar, de un lado y del otro, de las fauces del consumismo que todo desgarra.

 
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