Óscar Naranjo era dueño de un restaurante famoso en San José, capital de Costa Rica. Vivía de forma holgada, era el pilar de una familia muy unida y, además, ayudaba constantemente a la gente necesitada que trabajaba para él, o incluso a quienes vivían en algunas de sus propiedades, o a quien él supiera que requería ayuda. Era un buen hombre. Pero un día sufre una afección cerebral y su mundo se transforma de un día para el otro. La enfermedad no sólo le impide, naturalmente, continuar con la vida afanosa aunque alegre y despreocupada que llevaba, sino que consume buena parte de su modesta fortuna, devela que ésta es menos robusta de lo que sus allegados pensaban debido a la ya mencionada generosidad de don Óscar y, por encima de todo, divide a su familia. Es claro que al quedarse sin la figura medular, y sin el dinero al que aspirar, se fragmentó el núcleo, se secaron los cariños, se avivaron las rencillas y toda la dinámica familiar se transformó; el papel de la esposa de don Óscar, en una familia educada a la antigua, parte de una sociedad patriarcal, fue insuficiente como factor de cohesión. Por el contrario, fue la señora la primera en sufrir el resquebrajamiento de lo que era una vida que parecía ideal: no pudo oponerse cuando los hijos decidieron enviar a don Óscar a una casa de asistencia, tuvieron que vender el hogar con el que tenía tanto apego, y tuvo que irse a vivir con una hija que le guardaba mucho resentimiento por asuntos guardados desde la infancia, así que pronto decidió salirse de ahí y, poco después, también fue remitida, por acuerdo entre los hijos, a la misma institución que su marido, aunque en un ala distinta; hombres y mujeres deben habitar espacios separados. El declive definitivo en ambas vidas fue inexorable.
Óscar Herrera, uno de los directores del filme, es nieto de Óscar Naranjo y, por lo mismo, tiene vínculos afectivos que podrían enturbiar su postura respecto a cuanto muestra en su filme. Sin embargo, junto a su codirectora, Patricia Velásquez, no solo procuran y en buena medida consiguen preservar un punto de vista neutral en el que muestran luces y sombras de todos los involucrados (incluso los más cercanos a él, como la madre de Óscar, con quien la abuela tiene los desencuentros más ásperos), sino que logran que la película trascienda el ser solo un testimonio de historia personal: La sombra del naranjo se convierte en una reflexión sobre cómo la sociedad actual se desentiende o, incluso, desecha a quienes no sirven a sus intereses o a su infatigable obsesión de progreso, sean personas discapacitadas, desempleadas, o ancianas, sin importar que se tengan vínculos familiares o afectivos con ellos. En Europa, en cierto círculos sociales, sucede desde hace décadas de modo normal, pero en Costa Rica (en realidad en toda Latinoamérica) es un fenómeno relativamente nuevo, al menos en lo que se refiere al manejo de los padres que se han convertido en estorbo para el funcionamiento de la cotidianeidad de los hijos, en el ámbito de las clases medias. La película se beneficia visualmente del vasto material de archivo que Óscar, el director, recuperó de las filmaciones en 8mm. que gustaba hacer su abuelo y que se integran con fortuna a la narración. Sin embargo, el nuevo material es retratado renunciando a toda propuesta visual o estilística, abusando de los ‘talking heads’, sin buscar que las imágenes hagan aportaciones tanto en el nivel estético como en el conceptual, y menos aún en el discurso; le dejaron al 8mm. toda esa responsabilidad y es desmedida. Es un documental con poco refinamiento, de los que hacen que la gente le siga tomando distancia al género. De cualquier forma, el armado del montaje que parece presentar una historia que a pocos puede importar e interesar y gradualmente se convierte en un relato con temas de carácter universal con relevancia especial en los días que corren, dimensiona los alcances de la película. El naranjo, en última instancia, termina sacudiéndose su sombra.