Los filmes de la Competencia Oficial en Venecia 2022
Bardo de Alejandro González Iñárritu en Venecia 2022
Tár; Athena; y Bones and All en Venecia 2022
The Whale; L'immensità; y The Banshees of Inisherin en Venecia 2022
En la 79a edición del prestigiado Festival de Venecia se ha proyectado el nuevo filme de la talentosa directora británica, Joanna Hogg, haciendo mancuerna de nuevo con Tilda Swinton (quien protagonizó su cortometraje de graduación en la National Film and Televisión School de Londres: Caprice), después del díptico autobiográfico de los Souvenirs (The Souvenir y The Souvenir Part 2), a partir de otra reflexión sobre su propia vida a través del ángulo de la relación con su madre, con la talentosa y camaleónica atriz cargando la responsabilidad de interpretar tanto a la madre como a la hija en el drama The Eternal Daughter; el consagrado autor de cine independiente norteamericano, Noah Baumbach, adapta la inadaptable novela posmoderna White Noise de Don DeLillo, escrita hace 40 años y que visionariamente abordaba muchas de las problemáticas que padecemos actualmente, en términos ambientales y del voraz consumismo; y el director italiano, Gianni Amelio, habla sobre la sociedad represiva italiana de la posguerra contando la historia sufrida por una pareja homesexual de un hombre maduro y su amante joven en la Roma de los sesenta en The Lord of the Ants.
Les presentamos fragmentos de las primeras impresiones que algunos medios importantes de cine han escrito sobre estos filmes.
The Eternal Daughter
Dir. Joanna Hogg
Ciertamente hay un fantasma en la hermética bruma de Joanna Hogg, pero quién está embrujado, y por quién, es la preocupación de esta pieza. Justo desde las primeras notas de flauta quejumbrosa, hasta las manejadas al amanecer y anochecer al entrar y salir de la locura de hotel almenado en Gales que hospedará la celebración cumpleañera y escapada amorosa de la directora de cine Julie (Tilda Swinton) y su madre Roslind (también Tilda Swinton), Hogg saluda la herencia de su espeluznante filme, con girones del horror de casa de la campiña británica deslizándose por debajo de la puerta con la interminable neblina de noviembre.
Con la producción ejecutiva de Martin Scorsese y respaldada por Ireland’s Element después de su apoyo al díptico The Souvenir, The Eternal Daughter compite en Venecia, marcando el largamente demorado reconocimiento para Hogg en los niveles más altos del cine de arte global; si bien con su filme más modesto e íntimo. Filmado durante el encierro por la pandemia, apenas dispone de un elenco de cuatro personas para batir su vida dentro de la pantalla de cine, prosiguiendo la fusión de ella misma con Swinton y su familia --la colaboración inició cuando Swinton protagonizó el corto de graduación de Hogg en la National Film School y después la hija de Swinton, Honor, fue quien interpretó a Julie en The Souvenirs (2019, 2021)
Los amantes del género se decepcionarán, pero Hogg usa esas trampas en realidad para examinar el vínculo madre/hija, tan evidente en The Souvenir Part 2, particularmente. Las dos tan fresas y sofisticadas como siempre, con sus claras exigencias para que el staff las cumpla de forma expedita, el perro en la cama, sus puntillosas frases a medias y disculpas, y las cosas que cortésmente se dejan sin decir, como siempre. El menú se jacta de ofrecer queso feta galés. “Tan bueno cuando es local”, señala Rosalinda. Pero el amor es amor sin importar de la clase social que provenga -y también lo son los arrepentimientos, las pérdidas, las ocasiones desaprovechadas.
Mientras más se vuelve Hogg como guionista y directora, más resonante se vuelve su trabajo…The Eternal Daughter se vuelve más punzante cuando se hunde en lo personal -en la madre que se retrae y la hija titubeante interpretadas por Swinton, podemos sentir el poder de la directora creciendo mientras continúa reconociéndose.
-Fionnuala Halligan, Screen Daily
Hay intimidad real y generosidad emocional en este misterio psicológico de Joanna Hogg -un filme personal que parece provenir del mismo universo de sus previos Souvenirs (The Souvenir y The Souvenir Part 2)- o uno muy parecido a aquél.
Se trata de una historia de fantasmas cuyo propósito es algo más que asustarte, un filme acerca del enigma de la vida de tus padres, sus inconocibles existencias antes de que nacieras y, de hecho, incluso después de que naciste; ese sentimiento de que tus padres son simultáneamente tan familiares (valga la expresión) como un par de pantuflas y, al mismo tiempo, un auténtico misterio, escondiendo de ti el significado de la vida y la muerte. Y quizá la única forma de descifrar el código, resolver el problema, es finalmente convertirte en madre o padre, para sentir lo que ellos sintieron desde adentro, y sin embargo incluso entonces no estar del todo seguros.
Tilda Swinton ofrece una conmovedora e ingeniosamente diferenciada doble interpretación como una directora de cine que lleva a su envejeciente madre a un hotel casa de campo por su cumpleaños -el hotel fue en realidad alguna vez una residencia de lujo donde su madre pasó tiempo cuando niña. Además espera poder avanzar en un guion en el que trabaja.
Swinton, por supueto, personifica a ambas: la hija y la más bien amigable, grandiosa y aristócrata madre, cuya auténtica membresia a las clases altas está sellada por el hecho de que ha traído a su perro con ella, Louis. (Si bien Hogg juguetonamente confunde algunos significados de clase aceptado al tener a la madre esperando cuchillos para pescado en la cena -contraviniendo la famosamente satírica desestimación del poeta Betjeman sobre este tipo de vajilla.)
La mujer de mayor edad, con toda su renuencia generacional a permitir que sus emociones afloren, aprecia (aunque un poco avergonzada) todo lo que su hija está haciendo. La hija, por su parte, vive mortificada sabiendo de la tristeza que le provoca a su madre el que ella no tenga hijos; por el hecho de que ella eternamente será la hija y nunca la madre.
The Eternal Daugher es un momento serio, un delicado momento de autorevelación para Joanna Hogg.
Ve aquí nuestra Entrevista con Joanna Hogg
White Noise
Dir. Noah Baumbach
La tremendamente estilizada película de Noah Baumbach, White Noise, adaptada de la novela de Don DeLillo de 1985, es una comedia inexpresiva de catastrofismo, una meditación sobre la prosperidad occidental y sus malestares, sus ansiedades, su hartazgo intelectual.
Es una ensoñación sensual y apocalíptica fundada en la asunción de que nada puede ir mal, ¿o sí? ¿Podría ser que nuestras preocupaciones con el desastre ecológico no son representadas al servicio de medidas racionales anticipadas, sino se medios ocultos irracionales, inoculaciones naturales contra la muerte?
El filme de Baumbach amplifica no solamente la riqueza del libro como una pieza de sus días (hace 40 años) que habla de la moda del posmodernismo como espíritu de la época en los campus de Norteamérica, pero cómo fue tan visionario acerca de los temores de la época actual. El horror en el corazón de los Estados Unidos suburbanos de cara a la nube envenenada de químicos flotando sobre sus cabezas -el “evento tóxico aéreo”- se siente como una advertencia sobre el Covid y el encierro, y sobre el tomar incómodos acuerdos normalizadores con la pandemia.
Y trata sobre la obsesión con la creciente ubicuidad de la información y la interpretación, la disponibilidad de datos que muestran una cosa y, aparentemente, otros datos igualmente válidos que muestran lo contrario. Este es el “ruido blanco” de los hechos sustitutos: el ruido sibilante de la mala recepción de la televisión en la que la conspiración y las noticias falsas (fake news) echan raíz: una bruma de partículas amorfas. Cuando leí la novela en un principio pensé sobre lo que hacíamos cuando niños: poner la cara muy cerca de la pantalla de la televisión mientras se trasnmitía un programa para ver nada más que diminutos pixeles.
Adam Driver interpreta a un académico en las artes liberales del oeste medio norteamericano llamado Jack Gladney, en su edad mediana y cargando con lo que pensé era una barriga falsa pero en una escena en el consultorio del doctor se quita la camisa y revela una gran panza. Greta Gerwig personifica a Babette, su amable y distraída esposa -ambos previamente divorciados, presiden una vibrante unidad familiar de irritantes hijos e hijastros precoces.
Hay mucho que apreciar en el intento alternadamente estimulante y enervante de Noah Baumbach por domar White Noise, la comedia de muerte de Don DeLillo, sin desestimar el espíritu temerario y la ambición con la que el guionista y director y su elenco se zambullen en este espinoso material. Pero poco en este delirio episódico da en el blanco con tanto tino como la locura de la secuencia de los créditos finales, un número de baile en un supermercado suburbano en el que todo el ensamble se menea entre los estantes colmados con productos coloridos, acompañados por el éxito de LCD Soundsystem titulado “New Body Rhumba”. Con esta euforia visual, Baumbach le pega a un tema central del libro -los estadounidenses buscando consuelo a su mortalidad en el consumismo.
La novela de 1984 es una sátira posmoderna de invasivo desasosiego y caos cacofónico que, particularment en el retrato de la catástrofe ambiental y los desastres provocados por el hombre-, ahora se sienten aún menos como paranoia de la época de lo que parecieron entonces. Pero aunque está atiborrada de personajes y eventos, es también fundamentalmente un tren en marcha lleno de ideas, probablemente la razón por la que ha sido considerada infilmable por mucho tiempo.
“Somos creaturas frágiles rodeadas por un mundo de datos hostiles”, comenta Murray (Don Cheadle) en la parte final del filme, articulando una tésis acerca de aprender a apagar ese mundo, aunque sea temporalmente, que se cohesiona solo de modo intermitente en el filme. Más a propósito es el comentario de Jack (Adam Driver), casi al principio: “Disfrutemos estos días sin rumbo mientras podamos”. Solo en la explosión de baile en el supermercado de la conclusión es que esa exortación se vuelve verdaderamente infecciosa. Pese a la inconsistencia del filme, al menos te suele en una nota alta.
-David Rooney, The Hollywood Reporter
Lord of the Ants
Dir. Gianni Amelio
Gianni Amelio andaba en sus tardíos sesenta cuando salió del clóset hace unos pocos años. El anuncio precedió el lanzamiento de su documental Happy to Be Different, que se inclinaba hacia un júbilo predominante al contemplar los juicios y desafíos de ser gay en Italia durante varios puntos del siglo XX. Al virar hacia un proyecto narrativo con temática gay, Amelio estrecha su foco y atenúa el ánimo: Lord of the Ants toma como su sujeto de estudio al autor italiano, Aldo Braibanti, y la oposición social y legal que enfrentó por cuestiones de su sexualidad a mitad de los sesenta en Roma. Solemne, señorial y quizá un poco reprimido, es el tipo de declaración de principios homosexual que puedes esperar de un director de cine veterano que no hasta hace relativamente poco no había salido ni se sentía orgulloso, y es más bien conmovedor por eso.
En una escena medular, el hombre de edad mediana, Braibanti (interpretado con garbo por Luigi Lo Cascio), lleva a su amante y protegido de veintitantos, Ettore (Leonardo Maltese) a una fiesta privada con un viejo estadista de la élite gay romana. “¿Por qué tanto exceso?” pregunta el joven, confesándose desconcertado por los comportamientos y atuendos descaradamente exuberantes. “Los homosexuales pierden todas sus inhibiciones cuando se sientes libres de los juicios de los demás”, contesta su mentor de voz suave. “No soy como ellos, pero me gustan”.
A pesar de lo mucho que uno desearía que Amelio contara su historia con un poco más de nervio y cruda honestidad -y porque el director de fotografía, Luan Amelio Ujkaj regresara a los filtros amarillos, que le dan incluso a las escenas más ligeras un atmósfera más pesada- Lord of the Ants es eomocionante y consterna cuando es necesario. Una esena final de adiós entre los frustrados amantes, acompañada por la intensa aria de Aida cantada por Renata Tebaldi, finalmente alcanza los picos más altos de la escala en términos de sentimiento, poesía y romanticismo que previamente le fueron esquivos al filme. El filme concluye impregnado de la culpa y la rabia de Amelio, cómo un hombre gay que resistió y sobrevivió una época represiva debe admitir y recordar muy bien.
La mirmecología es una rama de la ciencia que estudia la vida, la sociedad y la jerarquía de las hormigas. Los primeros mirmecologistas creían que la cultura de las hormigas era utópica y pensaban que estudiándolas en granjas encapsuladas de hormigas podrían encontrar soluciones a problemas humanos. De cualquier forma, en el drama de Gianni Amelio situado en la Italia de la posguerra, The Lord of the Ants (Il Signore Delle Formiche), da vuelta a la idea. Examina cómo sociedades estrictas favorecen culturas de opresión en las que todo mundo debe cumplir con su rol o ser castigado. El guion escrito por Amelio, Federico Fava y Edoardo Petti elige sus diálogos con precisión. Quieren que sepamos que ellos sienten resentimiento hacia la Europa de la época posterior a Mussolini por el hecho de que no solo los homosexuales sino cualquier persona en los márgenes era oprimida bajo el régimen fascista.
Amelio es un escritor y director apasionado que hace muy bien al exploner la desenfrenada histeria de una cultura aún obsesionada con el consenso. El tema es más relevante que nunca, especialmente con el conservadurismo creciendo por todo el mundo, tomando comunidades marginadas bajo dictaduras. El mensaje, sí, se vuelve moralizante e hiperbólico por momentos. De todos modos, The Lord of the Ants es un poderoso recordatorio sobre lo que ocurre cuando la gente prefiere subordinarse más que tomar control sobre su destino. Mientras se permita que mentalidades fascistas proliferen, todos nos encontramos en peligro.
Trad. EF