Bailar es una expresión de alegría. Va bien con un acuerdo de amor eterno entre dos, preferiblemente más, personas. Es perfecto para celebrar la virilidad recién descubierta de un joven judío. En algunos lugares del mundo particularmente privados de agua, el baile también es el ritual de acción requerido para llamar a las fuerzas sobrenaturales. Para algunos, la idea de extremidades, músculos y partes del cuerpo agitándose y convulsionándose podrían ser sinónimo de dolor, sufrimiento y horror.
Cuando los cineastas recurren al acto de los cuerpos en movimiento y lo pervierten para mostrar algo terrible. En el ejemplo más literal de The Fits (2015), los ataques de Toni se transforman en danza ante nuestros ojos, su cuerpo sufre espasmos más allá de su control. La niña bailarina de Possession (1981) es incapaz de estirar más su cuerpo y su mente, mientras que su maestra pierde el control de su cuerpo cuando un niño huye de su útero. Las bailarinas de Black Swan (2010) o The Red Shoes (1948) están controladas directamente por fuerzas externas, mientras que los hombres de Waltz with Bashir (2008) y Jacob's Ladder (1990) son peones en el tango ajeno. El bailarín incontrolable del sueño de Eraserhead (1977), el toque no deseado en A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence (2014), el despertar sexual de Raw (2017): todos estos son recordatorios conmovedores de que nuestros cuerpos no son nuestros, que tenemos un control limitado de lo que le sucede a nuestra cabeza, pies y manos, al menos así lo examina Dance the Dance of Death, un videoensayo elaborado por Luís Azevedo para MUBI.
Trad. EnFilme
Fuente: MUBI