Una de las preocupaciones formales en el cine del autor español Pedro Almodóvar es la confección de atmósferas sensuales y atractivas. Y aunque, desafortunadamente, solo podemos experimentar el medio cinematográfico con dos de nuestros sentidos disponibles, tenga la seguridad de que si los cinéfilos dispusieran de más modos de experiencia sensorial, es casi seguro que Almodóvar los explotaría.
Y, sin embargo, armado con la vista y el sonido, Almodóvar crea mundos, escenarios y momentos que bien podrían ser táctiles. Evoca festines visuales repletos de viveza, patrones y paletas. Espectáculos de escarlata, lima y ciruela. Incluso cuando incursionó en el suspenso (la extraordinaria La piel en la que habito) no pudo evitar coquetear con todos los dispositivos visuales a los que está acostumbrado. Pero Almodóvar también es un maestro del diseño de sonido, un ingrediente cinematográfico vital cuyo impacto a menudo se subestima porque, a diferencia de las imágenes, no está justo frente a tu cara. Es imposible captar la efervescencia de una copa de champán, la satisfactoria rebanada de un tomate reacio o la inimitable arruga del papel de aluminio. Desde las películas rudas y bulliciosas de su juventud posfranquista hasta el giro confesional meditativo de sus filmes posteriores, Almodóvar nunca se ha retenido, y eso se aplica tanto al sonido como a cualquier otra cosa.
Trad. EnFilme
Fuentes: Film School Rejects, Little White Lies