Poco después de completar su obra maestra muda de 1928, La pasión de Juana de Arco, el cineasta danés Carl Theodor Dreyer centró su atención en un género que aún no había explorado en la pantalla, y se comprometió a hacer una película de terror que, en sus palabras, “fuera diferente de todas las demás películas”. El producto resultante fue el aterrador, parecido a un trance, Vampyr (1932), que narra cómo un estudiante de ocultismo se encuentra con lugares sobrenaturales y malhechores locales en un pueblo a las afueras de París, es de hecho una obra muy singular, que se mantiene fiel a muchas de las convenciones de la forma de terror y al mismo tiempo experimenta de manera bastante radical con el medio cinematográfico.
Con Vampyr, Dreyer canalizó su genio para crear una atmósfera fascinante e imágenes austeras e inquietantes en el género de terror. El resultado es una película escalofriante casi inclasificable. Una gran cantidad de impresionantes trucos de cámara y edición y sonidos densamente estratificados crean un ambiente de terror de ensueño. Con sus brumas turbulentas, guadañas siniestras y ecos inquietantes, Vampyr es una de las grandes pesadillas del cine.
Trad. EnFilme
Fuente: YouHaveBeenWatchingFilms