La aclamada Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002) comienza con un pollo que huye desesperadamente de una olla. La edición rápida y la acción intensa crea la tensión y la capacidad técnica de la película. Pero este momento humorístico se ha desvanecido desde el momento en que llegamos al final de esta visión fatalista del crimen organizado y la corrupción policial en un barrio pobre de Río de Janerop. En el camino, descubrimos que el pollo representa a las personas inocentes condenadas a vivir en la favela Cidade de Deus; tarde o temprano, caerán en la sartén metafórica, o el fuego. El escape es más raro que el diente de una gallina.
En 2002, Ciudad de Dios fue una revelación. ¿Cómo un director de publicidad de clase media de mediana edad y una joven documentalista idearon un thriller épico de crímenes para competir con los autores más brillantes y respetados de Hollywood?
Es una nota al margen que la codirectora acreditada Kátia Lund a menudo no pudo recibir reconocimiento por su trabajo en la película. Llamada para ayudar a Fernando Meirelles, quien aparentemente nunca había puesto un pie dentro de una favela, su contribución fue esencial. Sin embargo, Meirelles, como el “director” oficialmente designado, obtuvo la mayoría de los premios y las oportunidades de carrera internacional resultantes. Es una situación frustrante que ni siquiera es única, vea también a Loveleen Tanden (Slumdog Millionaire), o Christine Cynn (The Act of Killing), que son, quizás no de manera casual, también mujeres. Este videoensayo explora este problema, además de analizar por qué Ciudad de Dios, a través del trabajo de todos sus colaboradores talentosos, sigue teniendo ese impacto.
Trad. EnFilme
Fuente: Fandor