Las raíces fílmicas del gran Luchino Visconti se pueden encontrar en el movimiento del eorrealismo, ya que para muchos su filme Obsesión, de 1943, fue la primera obra genuinamente neorrealista en el cine. Posteriormente, su estilo evolucionó hacia un abordaje mucho más aristocrático, que reflejaba la forma de vida en la que el propio Visconti creció.
Situado en Sicilia, en la década de los sesenta del siglo XIX, su relato de nostalgia, drama y prosperidad que es Il Gattopardo (una de las obras maestras mayúsculas del cine) se desarrolla a lo largo de los años finales del Resurgimiento italiano, el período en el que los estados italianos se independizaron del dominio extranjero y quedaron establecidos en un estado democrático unificado.
El personaje principal del filme, el Príncipe Fabrizio Salina (interpretado magistralmente por Burt Lancaster), una figura trágica y Visconti lo retrata como un hombre -que al igual que el propio filme- está colmado de culpa y melancolía debido al resquebrajamiento del imperio que ocurre delante de sus ojos. Al observar la reflexión de Visconti respecto a la mortalidad en su filme, nadie lo representa mejor que el Príncipe. Se encuentra a sí mismo en el centro de uno de los momentos históricos cruciales de Italia, incapaz de controlar el futuro, y mucho menos el impacto que tendrá en él. El Príncipe es un hombre de gran dignidad e integridad personal pero, incluso él, se da cuenta que el cambio es inevitable. En la fastuosa secuencia del baile, que dura alrededor de 45 minutos, la asunción de mortalidad en el personaje del Príncipe se hace del todo evidente.
Este ensayo visual analiza la forma en que uno de los mejores directores de la historia, Luchino Visconti, despliega todo su talento y la fuerza de su expresión fílmica para presentar a nuestros ojos y mentes su reflexión sobre uno de los temas fundamentales de la experiencia humana.
Trad. EF
Fuente: The Cinemateque