Lee aquí nuestra minicrítica de La camarista
Video. Ve aquí nuestra entrevista con Lila Avilés, directora de La camarista
A partir de la colección de escenas fragmentadas, de forma coral y enigmática, pero alcanzamos a presentir que algo grave está por ocurrir, aparentemente. Son, tal vez, momentos previos a un gran drama los que varios de los personajes que, podemos advertir protagonizan el filme, viven al ser capturados por la cámara y que, aparentemente, pintan como inocuos pero que parecen guardar significados más determinantes para el futuro de sus historias, para el de la historia de todos ellos. Es todo lo que nos muestra el tráiler de Tótem, nuevo filme de Lila Avilés, retratado con una luz suave y cálida por Diego Tenorio (La paloma y el lobo), que contrasta con las señales ominosas que se agazapan en los planos tan cuidadosamente planteados, que nos recuerdan vagamante los que utilizó para contar su ópera prima, ese magnífico filme que fue La camarista.
Tótem forma parte de la Sección Oficial del Festival de Berlín.
Fragmentos de reseñas en la Berlinale:
Uno de los tan raros como auténticos milagros que puede lograr un filme es representar lo íntimo y lo aparentemente inconsecuente, y hacer con absoluta natualidad. La escritora y directora mexicana, Lila Avilés, consigue hacerlo con elegancia y perspicacia en Tótem, su segundo filme después de su tan alabado debut, La camarista. Mientras ese filme fijaba su estudio en la vida laboral dentro de la fría formalidad de un hotel de lujo, Tótem abraza el caos y el bullicio en el drama de ensamble de una familia pasando por una crisis. Esta pieza temáticamente rica ofrece un conjunto de estudios de vívidos personajes, al mismo tiempo que medita sobre la vida, la muerte y el tiempo, en buena medid desde la perspectiva de una niña. Sobrio pero emocionalmente satisfactorio, Tótem impulsará el ascendente perfil de la directora; ciertamente el filme ya ha sido vendido en múltiples territorios, incluyendo el del Reino Unido e Irlanda, incluso desde antes de su debut en la competencia de Berlín.
La acción se extiende a lo largo de un solo día, e inicia en un baño donde Sol (la debutante Naíma Sentíes) de siete años y su madre, Lucía (Iazua Larios) se alistan para una fiesta que tendrán más tarde; Sol ya porta su peluca de payaso y está ansiosa por empezar, pero el momento de exuberante complicidad de este par se torna melancólico cuando Sol revela su deseo para este gran día: “Que Papi no muera”.
El filme despliega un sentido maravillosamente intenso de lo que es la aburrición infantil, la curiosidad y su muy peculiar sentido del tiempo, pareciendo que el día corre a muy distintos tipos de velocidad para la pensativa Sol y para los agobiados adultos que la rodean. Mientras tanto, todos hacen lo mejor posible, incluso de modos extraños, por protegerla de las realidades en las que empieza a caer en cuenta: en una escena, conversando en un enredado español jugando con las palabras para disfrazar la conversación acerca de la quimioterapia.
A lo largo del filme, la cámara de Diego Tenorio explora los rincones de este pequeño mundo, aislando detalles como a una hormiga atrapada en un fulgor de sol y capturando la conmoción de momentos ostensiblemente bajos en dramatismo.
Los detalles del perfil de la familia, por otro lado, se construyen a partir del diseño de producción de Nohemi González Martínez, con sutil elocuencia acerca de su presente, pasado y sus sensibilidade artísticas. Otras cuestiones son presentadas de forma más oblicua, como el estado emocional de la relación entre los padres de Sol, algo que solo alcanzamos a descifrar parcialmente a través de las miradas y lo que alcanza a escuchar la niña.
El filme tiene una niña atrevida y llena de carácter en el protagónico con la debutante Naíma Sentíes; su interacción con los demás actores muestra la habilidad de Avilés para nutrir la confianza de los niños participantes, la compenetración intergeneracional exudando una espontaneidad manifiesta y cálida. Si bien es cierto que le lleva su tiempo al espectador el navegar la red de los lazos familiares, terminamos por confiar en Sol como nuestra guía en este agitado mundo, incluso cuando ella no es testigo de todo cuanto ocurre. Dentro del fabuloso ensamble actoral adulto, un rostro familiar es el de Teresita Sánchez como Cruz, su regreso del rol secundario como una avispada trabajadora en el hotel que interpretó en La camarista, y después de su protagónico como una solitaria destiladora tequilera en Dos estaciones, el filme del 2022 por el que ganó un premio en Sundance. Su áspera y perspicaz ternura representa una fuerza particularmente poderosa en el filme.
Hay una hermosa pero, para mí también, apacible tristeza al centro del nuevo filme de la actriz mexicana convertida en directora, Lila Avilés, cuyo debut del 2018, La camarista, admiré muchísimo, y que creo yo tenía mayor peso dramático y dientes que esta segunda obra, aún con lo conmovedora que es.
La pregunta surge: ¿cuál es el “tótem” al que hace referencia el título? ¿Es alguno de los muchos objetos a los que la gente adhiere significancia aquí, objetos con significancia en la historia de Mesoamérica? ¿O más bien objetos cotidianos, incluyendo un árbol bonsai y un pastel elabordamente decorado? ¿O el “tótem” es el protagonista: Tona (Mateo García), un talentoso artista joven que está muriendo de cáncer? Su familia extendida y amigos le están organizando a Tona una gran fiesta en su casa, que con actitud retadora celebra su vida y el amor que le rodea, quizá al mismo tiempo no queriendo reconocer su evidente miseria, y también el hecho de que el hacer un último gran esfuerzo para asistir a su propia fiesta tal vez termine por consumirlo.
Resulta interesante que el mismo Tona está ausente de toda la primera mitad del filme, que trata más sobre los varios miembros de la familia ocupándose con los preparativos, posiblemente con tácticas evasivas y actividades que desplacen sus pensamientos y les permitan alejar la mirada de la atroz verdad.
Pero, en realidad, nada de auténtica importancia ocurre: nada es de trascendencia comparado con el inminente fallecimiento de Tona y el amor que todos le tienen. Y probablemente ese es el punto. Pero yo he encontrado algo bordeando la preciosura en la inocente mirada infantil de Sol, en la atmósfera de aceptación Zen (imperfecta e idónea como, por supesto, es) y en la enigmática y reticente figura de Tona que no tiene nada de sustancia que revelarnos acerca de sí mismo. Pero es este, claramente, un proyecto muy personal para Avilés, y la desolación se siente muy real.
-Peter Bradshaw, The Guardian (3 de 5 estrellas)
“Los ciclos regresan en cierto punto, pero no siempre en el mismo punto. Es una aspiral ascendente que rota hacia diferentes puntos, aunque parezca que siempre es el mismo”. No se equivoquen, Tótem, de la mexicana Lila Avilés, presentada en competencia en la Berlinale, no es de ninguna manera una faena intelectual; por el contrario, escarba en los diversos matices que existen en una familia que no podría ser más ordinaria y universal. Pero esta información acerca de la percepción del tiempo que tenían en la Mesoamérica precolombina, pronunciada por un invitado en el jardín iluminado por lámparas chinas en el que encuentran acomodo las personas amadas de un joven que se encuentra muy cercano a la muerte, bien podrían servir como programa explicativo para este emotivamente refinado filme que cuenta una historia íntima, brillante, que se desdobla en un solo día, en una sola locación.
Con esta fascinante continuidad de tiempo-espacio, extremadamente elaborada, un acertijo impresionantemente naturalista que revela un raro talento para detectar las emociones más diminutas, Lila Avilés confirma todo ese potencial que fue develado en primera instancia en su ópera prima, La camarista. Al enfocarse intensamente en un microcosmos (una casa, una familia) y al situarse fuera de los patrones de narración tradicionales, la directora combina exitosamente toda la fuerza emotiva de un documental con los horizontes más amplios de la imaginación humana condensados en la ficción (la naturaleza, la infancia, el fin del mundo). Se trata de un filme lleno de vida y alma y un trabajo engañosamente modesto, pues su significancia es enorme.
El aclamado debut de la escritora y directora mexicana, Lila Avilés, La camarista, se desarrollaba en un elegante hotel de Ciudad de México cuyas habitaciones la heroína del título estaba siempre limpiando afanosamente, tratando de modo perpetuo de borrar las evidencias de sus huéspedes. Su segundo filme, Tótem, en la competencia principal de la Berlinale de este año, también se desarrolla casi todo en un mismo espacio, pero es como el lado opuesto de la lupa respecto a la austeridad clínica de La camarista. En esta ocasión, el ámbito no es una posada anónima, sino un hogar amoroso, totalmente habitado rebosante en familiares, alboroto, mascotas, productos alimenticios y recuerdos que vagan a través de la luz del sol como motas de polvo.
Ruidosa, jubilosa y tan extenuante como el festejo multigeneracional en el corazón de este historia, Tótem contiene un considerable número de golpes para un filme que apenas dura 95 minutos, y que deberá solidificar la reputación de Avilés como una autora con una visión única y habilidades excepcionales para trabajar con actores, especialmente los no profesionales.
Tal vez debido al abundante sentido de vastedad y a la densidad con que explora las relaciones, el filme se siente más largo de lo que es, pero no de una manera desagradable. Como algunos de los dramas de la Nueva Ola Rumana que incluyen ensambles extendidos, Tótem aglutina una enorme cantidad de drama dentro de un espacio reducido, y la gratificación es inmensa.
-Leslie Felperin, The Hollywood Reporter
Trad. EF
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