Vladimir Durán que estrenó su ópera prima, Adiós entusiasmo, en el Forum de la Berlinale, se llevó este lunes el premio a Mejor Director en la 57 edición del Festival Internacional de Cartagena de Indias. Te compartimos nuestra minicrítica:
En un apartamento en Argentina viven tres hermanas con su pequeño hermano, Axelito, que ronda los diez años. Ah, y también con ellos vive su madre, pero la tienen encerrada, bajo llaves y cerraduras, dentro de un baño. Pero el encierro en que la tienen no impide que se mantenga la comunicación entre ellos, de un lado y el otro de las paredes que los separan. La madre se involucra en las conversaciones, pide mantener el contacto verbal con ella para no sentirse sola, reprende a quien considere necesario y, de igual forma, les exige la dejen salir de su reclusión. Para su desgracia, sus hijos no están en condiciones de cumplirle esta última demanda; o, simplemente, no quieren. No lo sabemos. Al director no le interesa aclararlo y, en realidad, para el funcionamiento de este peculiar filme, no es del todo importante. A la casa también llegan el novio de una de las hijas, el pretendiente de otra, la hermana de la madre e incluso algunos invitados adicionales pues la madre se ha obcecado en que le festejen su cumpleaños pese a que faltan tres días para cumplirlos. La celebración, con cánticos y representaciones teatrales incluidos, en un ambiente de júbilo enturbiado, se interrumpe súbitamente debido a una áspera discusión de la madre con su hermana en la que los insultos y recriminaciones se ponen rudos. Los demás invitados prefieren retirarse, o son invitados a hacerlo.
La ópera prima de Vladimir Durán, director colombiano radicado en Argentina, está cuidadosamente ensamblada pero, al mismo tiempo, se oxigena de evidentes alientos de espontaneidad e improvisación. Desde el planteamiento mismo, la realidad se disloca y a partir de esa clave es que todo el desenvolvimiento de las situaciones y acciones debe entenderse. En todo momento ese tono que flirtea con el absurdo se mantiene, sin desbocarse hacia el rompimiento de todo vínculo con lo real, al tiempo que preserva una cualidad enigmática bien sustentada en todas las decisiones formales y conceptuales del filme, con un humor seco que permea constantemente un ambiente que podría volverse opresivo. Las interpretaciones de todo el reparto son muy destacadas y la forma en que Durán exprime los espacios de la casa, ayudado tanto por el diseño de sonido (a la mamá, por ejemplo, nunca la vemos, siempre su voz surge fuera de campo), como por la elección de sus cuadros (algunos primerísimos planos, capturados en el formato anamórfico elegido por el director, enfatizan con elocuencia la fragmentación de todo cuanto se desarrolla en la casa: relaciones, tiempo, el espacio mismo, el sentido de la realidad) permite la construcción de un mundo personal que centra en Axelito la mirada de quien no termina de entender por completo a qué se debe el caos provocado por los adultos en el reducto último de la vida íntima de las personas: la casa familiar. No será raro que los espectadores piensen en Dogtooth, de Lanthimos, aunque en versión menos delirante.
AFD (@SirPon)