Por Jimena Garza (13 años)
“Yo soy Kirikou y sé lo que quiero…”, y lo sabe incluso antes de su nacimiento. Desde la primera escena de este filme de animación, el pequeño Kirikou —aún en el vientre materno— decide darse a luz por sí solo.
Kirikou y la hechicera es la historia de un diminuto niño africano que nace con el conocimiento revelado y viene al mundo para liberar a su aldea del hechizo de la malvada Karabá, que los ha dejado sin agua y ha “devorado” a los hombres para convertirlos en una suerte de súbditos robotizados.
Sin aceptar los mitos y explicaciones fantásticas de los aldeanos, el pequeño Kirikou emprende una aventura en la búsqueda de respuestas: ¿por qué Karabá es tan mala?, ¿por qué no brota agua del manantial?...
Con la ayuda de su abuelo, un viejo sabio que habita detrás de la Montaña Prohibida, Kirikou descubre el origen de la maldad de la hechicera: la perversidad de los hombres, materializada en una espina venenosa clavada en su espalda, la transformó en una mujer vengativa.
En cuanto al manantial, Kirikou se aprovecha de su minúsculo tamaño para introducirse por el conducto que vierte el agua y se encuentra con un gigantesco animal —colocado ahí por la hechicera— que se ha tragado el preciado líquido. Consciente del riesgo de morir ahogado y en un acto de ejemplar valentía, Kirikou revienta el hinchado bebedor y el agua vuelve a fluir, hecho que le vale el reconocimiento de “héroe” y “salvador” de la empobrecida aldea.
Mediante la lógica implacable de este pequeñín, los tabúes y creencias mágicas de los aldeanos se desmoronan a la luz de la razón y los hechos. Tras descifrar el secreto del hechizo, Kirikou decide no sólo acabar con el yugo opresor de Karabá, sino que encuentra la manera de convertirla en una persona de bien y, aún más, presentarla ante los aldeanos como su compañera. La redención de la hechicera simboliza el triunfo de las fuerzas del bien, y el pequeño héroe, alegoría de las virtudes humanas, recibe su recompensa: de un diminuto e hiperactivo niño se transforma en un bello y fornido hombre, y en el indiscutible líder de la aldea.
Michel Ocelot dedicó cinco años a la realización de este largometraje de animación que involucró a cinco países europeos. Los resultados están a la vista: Tan sólo en Francia logró superar el millón de espectadores y ha ganado distinciones como el Gran Premio del Festival de Animación de Annecy en 1999; el Premio del Público en el Festival de Cine de Zanzíbar; el Primer Premio del Festival de Animación de Kecskemet y el de la Mejor Película de Animación en el Festival Internacional de Películas Infantiles de Chicago, por mencionar algunos.
Al margen de la aceptación y éxitos en taquilla en diversos países, Kirikou y la hechicera demuestra que las producciones de animación ajenas al monopolio de Disney pueden competir y superar en calidad a la oleada de películas para niños que llevan el sello distintivo de Hollywood.
Kirikou y la hechicera destaca por la sencillez narrativa, por la manera natural de presentar a los personajes —niños desnudos, mujeres con el pecho descubierto—, por la belleza plástica de los paisajes, el respeto a algunos ritos y tradiciones del África Occidental y, en especial, por la participación de Youssou N’Dour con la música y la presencia de voces originales de niños africanos grabadas en Dakar.
Una fábula sencilla —no obstante su profundidad—, con una carga de magia y razonamiento lógico poco usual en las películas infantiles, que invita a la reflexión de un público de todas las edades.