Una manecilla del reloj
A pesar del spoilerísimo título en español 8 minutos antes de morir, la traducción en Source Code tiene un acierto. “¡¿Who’s the bomber?!” le preguntan constantemente a Colter Stevens (Gyllenhaal), y, como pocas veces, hay ganancia en el subtitulaje: “¡¿quién es el responsable?!”, se lee. Precisamente ese es el meollo, quién es el responsable y de qué.
En Moon, su ópera prima, Duncan Jones le dio más importancia a las preguntas filosóficas que se plantea el personaje principal que a la tensión narrativa a través del suspenso, revelando el giro de tuerca a los pocos minutos. Así es que quizá no se deba al catastrófico título en español sino sea algo más deliberado: La música hitcockiana, el tren como motivo, el encierro en un vagón, las tomas que enfatizan momentos que normalmente serían meros accidentes (un comentario, un café que se derrama, una llamada sin contestar), la cara de asombro de Colter contra la completa frescura de su coqueta acompañante, Christina (Monaghan), facilita que desde el inicio podamos deducir 1) que el protagonista está en una realidad paralela, 2) que está inmerso en una repetición a la que seremos arrastrados y 3) que esa realidad dura los ocho minutos antes de morir.
Después de morir en una explosión en el tren, Colter, un piloto militar que lo último que recuerda es una misión en Afghanistán, despierta en un capullo-bunker, en el que se comunica con Goodwin (Farmiga) a través de un monitor. Su interlocutora le explica que está en una misión, que debe salvar a dos millones de personas y que, para ello, deberá introducirse en la realidad del tren por periodos de ocho minutos y morir un número ilimitado de veces.
El superhéroe no es guapo, ni fuerte, ni posee poderes sobrenaturales. Se trata de un desafortunado que está pagando la condena de Sísifo. Vive para cumplir una empresa que parece extraordinaria pero que la repetición vuelve absurda. Sube una colina cargando una roca para dejarla caer y regresar a recogerla. Sus atributos y la tecnología lo someten a la vida eterna.
Source Code no es un blockbuster más aunque la cámara esté llevada con el suficiente vértigo para cumplir con todas las necesidades del cine de acción de Hollywood. Es rápida, entretenida, apelativa, intrigante y, además, inteligente. La repetición de la misma escena jamás se vuelve cansada. Hay preguntas que la hacen reflexiva: la validez del heroísmo, el cuestionamiento sobre la propia identidad, el sentido de la vida. Las mismas preguntas que hicieron única a Moon, en la que el único habitante de la luna tenía que encarar la muerte y a un clon de sí mismo al mismo tiempo. En Source Code, poco a poco, todas sucumben ante la historia de amor y de heroísmo. De no haber sido así, se hubiera tornado en una película asfixiante y pausada, y sólo se hubiera estrenado en un par de salas.
Duncan Jones hizo una película única, de ciencia ficción, con pocos recursos (Moon). En esta, que no escribió, ha mostrado inteligencia para apoderarse de los medios de Hollywood. Quizá en la siguiente pueda mezclar sus recursos de filósofo y de mago.