Reseña, crítica American Hustle - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
Escándalo americano
American Hustle
 
EE.UU.
2013
 
Director:
David O. Russell
 
Con:
Christian Bale, Amy Adams, Bradley Cooper, Jeremy Renner, Louis C.K., Jack Huston, Jennifer Lawrence, Robert De Niro
 
Guión:
David O. Russell, Eric Singer
 
Fotografía:
Linus Sandgren
 
Edición:
Alan Baumgarten, Jay Cassidy, Crispin Struthers
 
Música
Danny Elfman
 
Duración:
138 min.
 

 
American Hustle
Publicado el 21 - Ene - 2014
 
 
  • American Hustle es tan convencional como predecible. Armada con receta, suma una voz en off que te ayuda a que no te confundas, tomas en cámara lenta, una banda sonora con música de la época ad hoc y mucha actitud.  - ENFILME.COM
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por Ricardo Pohlenz

La barriga de Christian Bale o el “josle” del “jostle”

Por Ricardo Pohlenz (@rpohlenz

El argot gringo para una movida o una estafa, to hustle, no ha sido debidamente hispanizado, como “jostle” o jostlear; a lo mucho, se ha llegado a decir “Hustlero”, un poco por la revista de caballeros, otro poco para decirles a los vivillos latinos de una manera que los distinga como machos en hipérbole. Esto lo digo porque American Hustle es una película de machos, no sé si machos-machos, machos-de-por-sí o machos dispuestos a superarse, no sé si esto sólo sea por la época que retrata, los años setenta en la zona entre Long Island y New Jersey, cuando se bailaba música disco mientras había crisis energética. ¿Por qué digo que es una película de machos? Porque es una película de desplantes, de alardes, de apostar a lo grande; los gallitos no paran de cacarear y las gallitas (que no pollitas) tampoco.

American Hustle es tan convencional como predecible. Armada con receta, suma una voz en off que te ayuda a que no te confundas, tomas en cámara lenta, una banda sonora con música de la época ad hoc y mucha actitud. Sigue la sociedad de negocios de Christian Bale con Amy Adams, quienes estafan a la gente con la promesa de un préstamo con un banco inglés. La premisa de esto, la esperanza de conseguir mucho dinero sin hacer nada, se convierte en la mística del filme. Son atrapados por un agente del FBI con delirios de grandeza (tal cual, Bradley Cooper), quien los obliga a poner en evidencia a varios funcionaros públicos. Es un milky way que quieren hacer pasar por chocolate de verdad, y, bueno, no lo es. Tiene el mismo esquema narrativo que El Lobo de Wall Street; lo que da pie a una discusión sobre los esquemas y los apuestas que sigue la industria: ¿qué hace el otro y como puedo hacer que lo que estoy haciendo se le parezca tanto como para sustituirlo? Las comparaciones, claro, se quedan en lo básico: testimoniales a partir de estafas basadas en hechos de la vida real, la ilusión de sinécdoque (léase los Sopranos son Nueva Jersey) y hasta ahí. Russell maquila un melodrama fársico con pretensiones, le pone un poco de Robert DeNiro para dar el gatazo, ya lo hizo una vez. No hay revisión del género; no hay revisión de la época; nada más, alarde; es un falo visual. Es tan macha, que Bradley Cooper y Jeremy Renner figuran antes de Amy Adams, quien tiene el coprotagonico. El primero de todos los machos, por supuesto, es el director David O. Russell, quien parece más preocupado en denostar un grupo social a partir de una caricatura verista, que en hacer una reflexión desde el cine de los lugares comunes detrás de un imaginario estadounidense de época.

Como es una película macha, todo mundo se luce, lo cual no deja de ser divertido. Primero lo primero, Christian Bale como nunca lo habías visto, resulta inolvidable, no es tanto el bisoñé con el que se afana para parecerse a sí mismo, como la barriga enorme que muestra a cuadro. Dado que es cine, no puedes dejar de preguntarte si es una prótesis, como la calva falsa que cubre con el bisoñé, pero no, la barriga de Christian Bale es de verdad. La barriga aparece a cuadro el tiempo suficiente como para mirarla con detenimiento y preguntarte de nuevo si es una prótesis, o más bien, por qué no es una prótesis. No es que vaya a necesitarla toda la película. Pero no es tan importante lo que haya hecho o dejado de hacer para este papel o el siguiente, importan más bien las razones de verismo que han sido explotadas por la industria hollywoodense para vender algo que no deja de ser –que no puede dejar de ser– cartón piedra. Está siempre la pregunta sobre la verdad de las cosas, sobre lo que sucedió o dejó de suceder en el plató mientras se filmaba tal o cual película.

Antes de que aparezca la barriga de Christian Bale se nos ha advertido a cuadro que algunos de los hechos que serán vistos en pantalla tienen algo de verdad, no puedo dejar de preguntarme si es sobre el operativo hecho por el FBI al final de los setenta para atrapar servidores públicos corruptos. No deja de haber “jostle” o movida detrás de un filme de época donde todo puede estar hecho para que parezca feo (o al menos de mal gusto) y lo feo que resulta la “realidad verdadera”, si se me permite el oxímoron. En eso, tiene un mérito David O. Russell, en ese sentido es despiadado (o más bien, descarnado) con sus actores. Es cosa de preguntarse qué hicieron los maquillistas (o, para el caso, también los iluminadores) para que Amy Adams y Jennifer Lawrence se vieran todo lo paliduchas que pueden verse un par de gringas. Porque eso es lo que busca capturar Russell, el-tal-como-se-ve de una época y un lugar. En ese sentido, el peinado con laca de Jeremy Renner es ganadorsísimo, y eso, por no hablar de los chinos de Bradley Cooper, para los que se tiene que aplicar –al menos en la película– y dormir con rulos (eso sí, pequeñitos), y bueno, si hablamos del peinadito de sundae de Jennifer Lawrence…

En esto es congruente Russell con lo que quiere vender con la película, todo está en función de las apariencias; todo es falso pero todo es real, todo depende si te lo crees o no. Es una apología, si se quiere, del arte del engaño –de eso se trata, a fin de cuentas, de quien madruga a quien…– y de la maestría que se necesita para llevarlo a cabo. Para mayor énfasis, nos pone con Christian Bale y Amy Adams frente a un Rembrandt del Museo de Arte de Worchester. Christian Bale dice que es falso, Amy Adams no le cree. Christian Bale habla del genio que se necesita para hacer un Rembrandt tal cual es, un Rembrandt que parezca un Rembrandt aunque no lo sea. Si quieres creértelo, es de verdad. De la misma manera, es de verdad esta película, si quieres creértela, todo es cosa de morder el anzuelo.

Las actuaciones son electrizantes. Jennifer Lawrence resulta delirante (casi casi podría decir que apoteósica, pero exageraría) como “la Picasso de lo pasivo agresivo”. Así es descrita, en off, por Christian Bale. La voz en off, como palo de ciego para un público donde todos están viendo, se convierte casi en un leitmotif a lo largo de la cinta. No se trata de esta trampa testimonial que usó como recurso formal Scorsese con los buenos muchachos de Ray Liota o los lobos de Leonardo DiCaprio, sino de un recurso que, por una parte, apela al encanto de lo tautológico (todavía en la mística de la estafa, en el sentido en que si te lo dan masticadito es más fácil que te la creas y caigas) y, por otra, quiero pensar, a las exigencias de la productora en función de la rapidez de pensamiento del público target. Se trata, a fin de cuentas, de un filme sobre engaños y tejes-manejes; no queremos que el público se confunda y no entienda (y se salga porque no acaba de entender) sino que se ría mientras juegan en pantalla el dónde-quedó-la-bolita y el quién-es-más-macho (o macha, para el caso). La voz en off es como el ruido de las moscas, parece que te lleva pero lo que hace es distraerte. Me hace recordar cómo abusó Alexander Payne de la voz en off en Los descendientes (The Descendants, 2011) para explicarnos, en voz de George Clooney, sobre el latifundismo familiar en Hawaii, lo que me lleva a la trifulca legendaria que tuvo Russell con Clooney en el set de Tres reyes (Three Kings, 1999), razón por la cual, quiero pensar, Russell –por muy macho que sea– no pudo llegar más lejos en cuanto a superproducciones, y debe de conformarse con figurar –como el propio Payne– en ese extraño campo de explotación entre la comedia romántica y el cine independiente. Él vive el “silver lining” de un cine que es bipolar, tan violento como complaciente, tan efectivo como defectuoso, y que se queda a mitad de camino, como se queda también el sueño americano para la mayoría silenciosa. Es una falsificación muy bien hecha, pasa por buena, te diviertes un rato y ya. De pilón, tiene cinco minutos de Robert DeNiro haciéndola de capo bilingüe (habla inglés de Brooklyn, pero también árabe). No puedo dejar de sonreír cuando lo veo entrar a cuadro, es un rayo de sol; tampoco se me olvida que no hay voz en off en Taxi Driver

ABSCAM: el verdadero Escándalo Americano detrás de American Hustle

Ver reseña de The Wolf of Wall Street

Escuchar el soundtrack de American Hustle

 
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