La aventura de Michael Rowe
Por Sofía Ochoa (@SofOchoa)
En 1960, la película ganadora de la Palma de Oro en Cannes, L’avventura, de Michelangelo Antonioni, causó una fisura en la crítica. En gran medida porque no todos veían en las secuencias que no aportan al desarrollo de la acción, en las que aparentemente no pasa nada, una premonición, la de la interiorización de la trama. La misteriosa desaparición de Anna (Lea Massari) servía como excusa para desatar lo verdaderamente importante, la búsqueda interior de su amiga Claudia (Monica Vitti), la manera de llenar el vacío existencial que la burguesía a su alrededor evadía con fiestas, juegos y sexo. Pasaba en realidad que esas escenas de calma pasmosa eran la expresión visual de tormentas emocionales.
Para apaciguar las aguas de la crítica durante el festival, Antonioni, en su defensa, formuló la famosa declaración que fungía como diagnóstico de la burguesía: “Eros está enfermo, el hombre está inquieto, algo le está molestando. Y cuando algo le molesta, reacciona, pero reacciona mal, con impulsos eróticos, y es infeliz”. Haciendo a un lado la moralina (que en su obra avanzaría en reversa con el paso del tiempo) llama la atención cómo Año bisiesto de Michael Rowe coincide en más de un punto con la visión que Antonioni depositó en aquel clásico: en cuanto al contenido, el tema del sexo como producto del ocio; en lo formal, secuencias de larga duración sin actividad relevante. Destaca en la ópera prima ganadora de la Cámara de Oro que —a diferencia de muchas películas producto de una moda reciente, de una rebeldía contra la convención hollywoodense, en las que en verdad no pasa nada— se logre mantener de principio a fin la tensión dramática y hacer del tan llamativo sadomasoquismo un tema que se subordina al aburrido hastío de su protagonista, Laura (del Carmen).
Así pues la espera a la llegada del 29 de febrero, que Laura marca con taches en su calendario desde el día 1, al inicio, parece sólo una excusa para darle dirección a la película y, para ella, un sentido a su vida. Sola la mayor parte del tiempo, encerrada en su departamento (trabaja como escritora freelance para publicaciones de negocios), está desesperada. Sus deseos los deposita fuera de su ensimismamiento: en la pareja del departamento de enfrente que espía desde su ventana, en las mentiras que dice al teléfono (cené con alguien, comí algo mucho mejor que mi sopa Maruchan, trabajaré en la embajada en Suiza); su consuelo, en el otro: en su hermano (Zapata) que la quiere y en los amantes ocasionales que consigue.
La estética de la soledad y el aburrimiento en Año bisiesto es estática. La cámara fija toma lo que se le ponga enfrente, ya sea una cucaracha que atraviesa la estancia frente a dos pares de piernas que se entrelazan con desesperación sexual, el torso de una mujer que mira por la ventana o la mano de ella fuera de cuadro masturbando a su amante. Durante los primeros tres cuartos de la película, no dejamos de descubrir ese laberinto que es el departamento de no más de 50 metros en el que se desarrolla toda la acción.
Se nota un interés por mostrar lo cotidiano con indiferencia sin descuidar al espectador, y se logra. Rowe retrata la sordidez de lo común con la misma naturalidad con la que Laura se saca los mocos mientras escribe frente al monitor. Así se establecen conexiones (incómodas) con el espectador. Un rasgo clave, que el director se ha encargado de enfatizar en diversas entrevistas, es el fenotipo de Mónica del Carmen, su actriz, “una mujer que podríamos ver en la calle”. En la secuencia inicial, la única fuera del departamento, la cámara toma a un hombre que concuerda con el estereotipo de belleza impuesto por el cine en el súper. Es raro en México toparse con un hombre así haciendo el mandado, no en la televisión. La cámara contempla sus acciones y cuando Mónica aparece a cuadro, se ve tan común que pasa por personaje secundario. Año bisiesto tiene, también, a su manera, algo de humor.
En un largo silencio, con sólo tres personajes que hablan y durante el transcurso de 29 días casi iguales excepto por la violencia sexual que aumenta en cada encuentro, se desarrolla un drama común a muchos de los habitantes solitarios de ciudades de millones de personas, el de la soledad y el aburrimiento, es decir, el de luchar a diario para no enfrentar una pared vacía que obligue a pensar y a encarar a los fantasmas del pasado que en el menor descuido intentarán asomarse. La meta no sólo es llegar al 29 de febrero, sino darle la vuelta al calendario.