Por Alberto Delgado de Ita (@delgado_deita)
¿Dónde se encuentra la línea trazada entre lo real y lo ficticio? Esta pregunta surge a lo largo de todas las películas que comparten el género del mockumentary o falso documental. Y justamente lo que las vuelve tan atractivas y poderosas es la capacidad de desdibujar esa frontera.
Aún Sigo Aquí (I’m Still Here, 2010) mockumentary de Casey Affleck y Joaquin Phoenix, construye una sátira a partir del supuesto retiro actoral de Joaquin Phoenix para convertirse en J.P., un hip-hopero que al estar harto de ser un títere de las pantallas de cine, busca su propia voz en el rap.
La entrega de Joaquin Phoenix a este personaje es excepcional. Durante toda la filmación iniciada en 2008 con la noticia de su retiro, hasta la terminación de la peli en 2009, tuvo que resguardarse en este nuevo personaje que dibuja su propia decadencia (o la de cualquier estrella de Hollywood) cuando deja de ser el producto deseado que se moldea dentro de nuestra cultura mediática.
El ahínco inminente en su transformación a J.P. nos conduce a la incertidumbre a la que nos orillaba Andy Kaufman al no saber si estamos siendo parte de un engaño o no, y si sí, hasta qué punto lo ridículo emigra de lo cómico a lo decadente. El arranque colérico del personaje de J.P. en una de sus presentaciones en vivo en un club, donde se avienta del escenario a golpes en contra de una persona del público, se asemeja a las provocaciones que hacía Kaufman desde los cuadriláteros de lucha libre, lo mismo con las visitas al show de David Letterman, ambos personajes piden que se les tome en serio ante las inevitables risas que provocan sus peculiares actitudes. Y es en ese punto en donde no sabemos si nuestra risa es cómplice de una comedia construida por el actor o de una burla hacia él.
La película surge como una derivación mordaz de los reality shows, esos programas donde colocan a personas reales en escenarios reales con situaciones artificiales, que buscan empatar emotivamente con las tramas de las películas malas. Solo que en lugar del voyerismo injustificablemente morboso propio de estos programas, el objetivo de la cinta es intimidar al espectador con la culpa de su inevitable participación en el fenómeno.
I’m Still Here no solo condena el deseo de ver, sino también de querer seguir viendo. En un principio se le proporciona a la audiencia cierta distancia presentando al personaje como se le conoce: en los medios, en los programas de T.V., en sus nominaciones al Oscar, saludando en las alfombras rojas, bien rasuradito, lúcido y coherente. Después presenta un Joaquin Phoenix desaliñado y desilusionado de un éxito innegable que solo un personaje poco convencional rechazaría.
Cuando vemos la cara distinta de este nuevo personaje comportándose de manera extraña, nos despierta inevitablemente el deseo de querer ver, y de reírnos de sus ridículas propuestas musicales para que las produzca Puff Daddy. Pero cuando la decadencia del J.P. formulado dentro de la película se nos restriega al verlo desquiciado, inhalando cocaína junto con prostitutas, golpeando a sus colaboradores, siendo víctima de parodias por T.V. y a donde sea que se presente, nuestra alegría se torna una risa nerviosa que busca de manera desesperada reestablecer su independencia emocional, porque resulta que el humor comienza a oscilar en un terreno distinto, el decadente, al cual no queremos pertenecer y tampoco ser cómplices. Pero ya es tarde para eso. Entonces se despierta finalmente un sentimiento de culpabilidad en nosotros, la audiencia, por rechazar el último reclamo de nuestro personaje diciendo: “Aún sigo aquí”.