Por Verónica Sánchez Marín (@SofiaSanmarin)
Una pareja de 23 años, el estadounidense Jesse (Ethan Hawke) y la francesa Celine (Julie Delpy), se conocen de manera casual en un tren mientras viajan por Europa. Tienen una conexión inmediata que provoca el reconocimiento del uno en el otro, los dos muchachos están dispuestos a entregarse al juego de la seducción por la calles de Viena durante las siguientes 24 horas. Aquel primer encuentro entre ambos —aderezado por poemas de Wystan Hugh Auden y piezas de J. S. Bach—, y una noche que los marca de por vida, es el argumento de Antes del amanecer, la cinta de 1995 de Richard Linklater. Nueve años más tarde llega Antes del atardecer (2004), el reencuentro de ambos, en París, una secuela en la que Ethan Hawke y Julie Delpy parecían disolverse en las palabras y los gestos de Jesse y Celine; el suspenso alimentado durante nueve años se liberaba en ochenta minutos de pura tensión sentimental nunca del todo resuelta; y el crescendo emocional culminaba en uno de los finales más sobrecogedores de la historia del cine, un final abierto en el que Jesse llegaba a una encrucijada: debía terminar con su infeliz matrimonio y retomar o no su relación con Celine. Antes de la medianoche dilucida estas dudas y los muestra como una pareja que tiene que lidiar con la paternidad y su vida a los cuarenta años.
Antes de la medianoche arranca bajo el sol abrasante de las islas griegas. Ambos están de vacaciones, con dos niñas gemelas. Jesse y Celine se entregarán al más dulce pasatiempo del universo de Linklater (Escuela de rock, 2003): conversar por conversar, sin mayor pretensión que la de activar la cinética neuronal, intercambiando experiencias e ideas en un bucle inagotable de curiosidad y generosidad. Jesse es un novelista de éxito y es profesor; Celine es una frustrada activista ecológica. Sus días, los de ambos, se han llenado con el tedio de la rutina y las presiones de la crianza de los hijos (Jesse también tiene otro hijo de su primer matrimonio).
Antes de la medianoche no tiene la misma dulzura de sus predecesoras, pero tiene el lógico desarrollo de sus personajes con el paso del tiempo y la vida en pareja, temperadas por ese afán cursi que discurre, por momentos, en todos los diálogos. El romance y la armonía en este caso es opacado por el tedio, que incluye peleas, una vida sexual repetitiva, pases de factura, replanteamientos personales de los protagonistas: el mundo real se cierne sobre ellos.
Antes de que el reloj marque la medianoche, su historia volverá a aflorar. La pareja formada por Ethan Hawke y Julie Delpy prosiguen el tríptico iniciado en Viena (Antes del amanecer), hace casi veinte años desde su visita particularmente intensa al “Cementerio de los sin nombre” (Friedhof der Namen Losen). En aquella ocasión, Celine tomaba consciencia del transcurso del tiempo al observar la lápida de una niña. Melancólica por el paso del tiempo, preocupada por el futuro relató en esa primera entrega de la trilogía: “Yo tenía trece años la primera vez que vi esta tumba, ahora soy diez años mayor y ella sigue teniendo trece años, supongo”. Una tumba abandonada en la que se manifestaba su fugacidad. En Antes de la medianoche, Celine relata de viva voz la secuencia de los cuerpos calcinados de la película Viaggio in Italia (1954) de Roberto Rossellini, como una metáfora de los sinsabores al transcurso del tiempo.
En una comida con varias parejas, Jesse y Celine observarán con una cierta nostalgia el ingenuo romanticismo de unos jóvenes enamorados, pero sin renunciar en ningún momento al sentido del humor —ni Jesse ni Celine han perdido el gusto por la ironía, inclinada aquí hacia el poco elegante y cada vez más ácido sarcasmo.
El director mantiene la estructura de los filmes anteriores. La trama se desarrolla en el tiempo limitado de un par de horas. La narrativa se compone de largos planos secuencia y extensas escenas de diálogos que en algunos casos superan los quince minutos. La novedad sobresale en el enfoque del conflicto donde se retrata a Jesse y Celine lidiando con la responsabilidad de la paternidad, sus aspiraciones profesionales y las fisuras que produce el paso del tiempo en una relación amorosa.
Desde su título hasta su desarrollo dramático, Antes de la medianoche lleva a cuentas regresivas en las que la hora cero siempre puede ser la separación, el final de Jesse y Celine, una amenaza latente en cada interacción entre ellos desde que llevan ya casi veinte años de haberse conocido. Con iguales medidas de ansiedad, felicidad y temor.
En uno de sus múltiples juegos de malicia, en una lujosa habitación de un hotel griego —el hotel aún un recurso recurrente desde Antes del amanecer—, los protagonistas se reprocharán mutuamente las fallas cometidas por el otro, lo que hubiesen evitado si no se hubieran encontrado en aquel momento, dieciocho años atrás. Se adentran en un vertiginoso laberinto de estados de ánimo: una montaña rusa de complicidades y recriminaciones..
La tercera entrega de Linklater cierra una trilogía que ya ponía en juego una estimulante constelación temática: la transitoriedad de la existencia, la tensión entre cinismo e idealismo en el seno de las relaciones de pareja, la delgada frontera entre la realidad y el sueño, la áspera fascinación mutua entre la cultura europea y la norteamericana. Una disección del mundo de la pareja, en 109 minutos de imperfecto amor, de miedos, de celos, de sexo conyugal, de susurros, de deseos ocultos… casi como la vida misma. Antes de la medianoche se transforma en uno de los más bellos e hirientes documentos sobre lo que significa amar (y dejar de hacerlo) del cine reciente.