Diseñadora gráfica de profesión, cineasta por autoformación, Maria José Cuevas ha contado en varias entrevistas que su interés por las vedettes que protagonizan su ópera prima, Bellas de noche, se remonta a su niñez, cuando su padre, el famoso pintor mexicano, José Luis Cuevas, acostumbraba a rodearse de ellas, sus amigas de fulgurantes presencias, vestuarios fastuosos, talentos inesperados y seguridad inusual. Bellas de noche se alimenta de esa mirada limpia de niña curiosa y azorada. A pesar de que ya han pasado los años, con esa inocente curiosidad, Cuevas explora las vidas de cinco vedettes que tuvieron su época de auge en las décadas de los setenta y ochenta –Lyn May, Rosy Mendoza, Olga Breeskin, la Princesa Yamal y Wanda Seux: cada una era por sí misma un clásico instantáneo para los habituales visitantes de los teatros de revista y para los espectadores de los programas nocturnos de televisión y películas en las que ellas eran suficiente imán para atraer multitudes a las salas. Las protagonistas son retratadas no como los pedazos de firme carne que alimentaban la provocadora publicidad de la época, las revistas de chismes y las fantasías de los calenturientos, sino como profesionales entregadas y preparadas, y como mujeres complejas, fuertes y frágiles, que además de la llegada de la vejez, incidentalmente atraviesan, en soledad, una de las etapas más retadoras de sus vidas, cuando el glamour y la admiración parecen haberse desvanecido.
Ximena Cuevas –hermana de la directora- llevó a cabo la áspera tarea de discriminar material de años de filmación y crear un montaje que contara simultáneamente cinco historias individuales y una colectiva, y que además mantuviera un diálogo abierto con el espectador. Sin que se vean las costuras, la película resalta los asombrosos paralelismos en el quinteto de biografías de esta opulenta quíntupla que fueron capturadas por Cuevas. Después de establecer que ser vedette es una profesión que requiere de conocimientos, talento y preparación, rápida pero claramente se repasa la trayectoria profesional de las cinco protagonistas con cautivador material de archivo, hasta dejar en claro el estatus de leyendas de la cultura pop mexicana que todas alcanzaron gracias a años de trabajo exitoso. Todas juntaron modestas fortunas; eran pequeñas empresas por sí mismas, pero ninguna logró mantener esa opulencia a través de las décadas. Cruzaron los años de su juventud sin percatarse de que esta se iba quedando atrás, y María José las encuentra ya sexagenarias, solas y emocionalmente deambulantes. La directora entra a sus casas, las captura en la complejidad de su vida cotidiana, a veces con maquillaje, a veces de cara lavada, en fachas, en tacones, e incluso se visten y bailan para la cámara en personaje; vemos los contrastes entre la bisutería que las adorna ya avejentadas con sus más modestas habitaciones, lejanas de las magnificentes dimensiones de los escenarios.
Los temas de Bellas de noche emergen en raudal. El ascenso y la caída de la fama. La vida privada contra la pública de una estrella. El disfrute y la pérdida de la juventud. La belleza física como medio de subsistencia y de culto al cuerpo. Los hombres como compañeros de trabajo, de vida o como una decisión de ausencia. El sexo como una asunción y no una imposición social. No voy a nombrarlos todos, porque emanan concatenados a través de la fuerza de las imágenes, y a través de las palabras de estas mujeres que ya son sabias por viejas pero también porque al no haber asumido un rol tradicional, se hicieron diablas. El escenario les dio una tenacidad inusual sobre su sentido de identidad, y el documental captura cómo las cinco despiertan del olvido producto de la soledad y la pérdida de la fama frente a la cámara, para recuperarse a sí mismas, no sin antes superar algunos de los estragos con los que la vida tiende a sorprendernos: enfermedad, muerte, pérdida… El papel de la cámara en todo este proceso es evidentemente protagónico. Es difícil medir su repercusión en el curso de la historia que retrata, pero dada la naturaleza histriónica de las cinco, parece ser fundamental.
María José evade por completo la mirada explotadora, y se decanta por la exploradora que con los años se fue haciendo íntima, facilitando que las protagonistas se despojaran tranquilamente del maquillaje que las protegió en los ambientes de farándula en los que florecieron, para que se buscaran y se reencontraran a través de la lente de la directora. Bellas de noche captura un proceso mágico que combina la complicidad amistosa con tintes de terapia psicoanalítica, sin la necesidad de que Cuevas aparezca a cuadro –solo escuchamos su voz algunas veces pidiendo precisiones, preguntando.
Sobra decir que Cuevas no está interesada en la objetividad como un atributo periodístico, tanto como en la subjetividad como una posibilidad de conexión humana. Dado que el periodo de filmación fue muy largo, que la confianza fue cambiando durante este proceso y que las protagonistas están acostumbradas a complacer a su público, no siempre es fácil distinguir cuándo están siendo honestas. La anatomía de Bellas de noche no es la de la verdad de los hechos, sino de las personalidades. Bajo este audaz y poco convencional principio para un documental, la directora decide dejar fuera de la pantalla el contexto mediático que rigió la fama de las protagonistas y, con ello, este periodo de la historia del entretenimiento mexicano, de la educación mediática sexual y del imaginario mediante el cual se vendió la figura de la vedette durante décadas, en el que ellas eran una construcción que lo mismo atentaba contra las costumbres morales, que satisfacía el morbo latente debajo de esas “costumbres morales”. El documental no solo da espacio para que conozcamos a las divas a través de la esencia de sus protagonistas, al margen de afiches, chismes y encabezados; también permite que la ignorancia y el conocimiento previos del espectador sobre este tema, contribuyan a la experiencia de redescubrimiento de estas figuras.
La intensa relación que guardan las vedettes con su cuerpo expone algunas de las paradojas de las que han sido partícipes. Se sienten muy orgullosas de cómo fue su cuerpo en la juventud; lo cuidan y lo miman en proporción a la fama que les dio. Pero los extraordinarios esfuerzos para mantenerse en forma, aunque amortiguan el deterioro, no han sido suficientes para permitirles vivir bajo los estándares impuestos por los medios hegemónicos para los que trabajaron, que prácticamente dictan: “no aparentarás más de 30 años”. Este fracaso contra el tiempo que acabó alejándolas de los reflectores no evita que se exhiban semidesnudas en la tercera edad con la misma vanidad y porte que en sus veintes. Esa actitud de engreimiento, que puede parecer fuera de lugar en una sociedad tan conservadora como la mexicana, incluso ridícula, hace todavía más visible que el morbo y la objetivación que explotaron los medios para venderlas como productos de entretenimiento sexualizado –del que ellas se beneficiaron- fue una creación de los medios mismos, en total complicidad con ellas, pero no un valor inherente a ellas. Si hubo cinismo en su propia explotación, si han asimilado la vejez con madurez como una condicionante del orgullo, eso no permite saberlo el documental, aunque lo sugiere.
Otra paradoja surge a partir de la relación de las cinco con los hombres. Aunque la figura de la vedette existe principalmente gracias al deseo carnal de ellos, y ellas dedicaron largos años a mantenerlos al borde de la fantasía, en lugar de desarrollar algún tipo de aprensión hacia los hombres, acabaron emancipándose y amando su libertad. Ninguna parece necesitar de un hombre para sentirse completa, mucho menos segura, es más, ni siquiera deseada. El único deseo que parecen necesitar es el de ellas mismas. Todas alcanzaron la autosuficiencia emocional, y a la mayoría esto la hizo prescindir de ellos en sus vidas.
En tono amoroso, lúdico y contundente, Bellas de noche atenta contra uno de los prejuicios más profundos latentes en la historia reciente del espectáculo mexicano: el de la “encueratriz”, el de las mujeres guapas y exitosas pero putas, tontas y frívolas. Maria José supera las etiquetas machistas que han permeado el lenguaje audiovisual popular mexicano para mostrar una realidad mucho más rica y cercana a las luchas diarias de cualquier persona. Al desmitificar la figura de estas estrellas que en el escenario eran lo mismo semidiosas que blancos de ataque, el filme acerca a las vedettes a su público y engrandece así a ambas partes. Al reivindicar la figura de las vedettes, María José cuestiona y compromete nuestra capacidad para mirar más allá de los cuerpos, de los prejuicios y de la educación mediática. Con risas y guiños, lleva a cabo una agitación de percepciones. Tarea nada fácil y muy urgente.