Sound & Vision presenta Better Things de Duane Hopkins en Cine Tonalá y Cinépolis Perisur
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Después de haber realizado dos cortometrajes (Field, 2001; Love Me Or Leave me, 2003), ambos observaciones sobre la violencia latente en la vida diaria de jóvenes en zonas rurales inglesas a partir del enfoque en un solo grupo de personajes en cada caso, en Better Things (2008), su primer largometraje, Duane Hopkins confeccionó una compleja estructura a partir de breves historias que se entrelazan, sobre personajes que aunque transitan por dos distintas etapas de la vida –la juventud o la vejez–, comparten el entorno de la Inglaterra rural contemporánea que arrulla un estado mental aletargado por el exceso de tiempo libre, las drogas, la muerte o padecimientos más específicos del cuerpo y la mente.
Las viñetas de Better Things se sitúan en Cotswolds, la zona de origen de Hopkins, al sureste de la Gran Bretaña, una región en la que la industria se trasladó a países del tercer mundo y dejó tras de sí un espacio donde las posibilidades y esperanzas de desarrollo y estabilidad fueron sesgadas, y abrieron un abismo entre las expectativas de los jóvenes y los recuerdos de los ancianos. Cotswolds es conocida por su belleza natural, pero Hopkins no ofrece una visión totalmente placentera de este espacio. Confronta la imagen idílica de la campiña inglesa que proponían los escritores románticos como John Keats, Samuel Taylor Coleridge y William Wordsworth, quienes rechazaban la sociedad burguesa e industrializada para evadirse en el paisaje rural, en donde encontraban la máxima expresión de la belleza, así como un refugio ante la indiferencia urbana.
Gail (Rachel McIntyre), una chica agorafóbica, confinada a la soledad de su cuarto, aislada de todo contacto con el mundo exterior, solo se relaciona a través de la lectura de sus novelas. Balbucea en off líneas sobre la vida y el amor intentando experimentar a través de ellas, pero la profundidad de lo que lee contrasta con el miserabilismo en el que vive. “Real life was difficult, at best”, escuchamos. La elección del fragmento que recita no es fortuito y enmarca la reflexión que se abordará desde distintas perspectivas a lo largo de la película.
La cotidianeidad de Gail se ve interrumpida por el retorno de su abuela (Patricia Loveland) que atraviesa una etapa terminal y vuelve del hospital para pasar con ella y su madre sus últimos días. Nieta y anciana deben permanecer encerradas bajo el mismo techo –mientras la madre se ausenta para ir a trabajar–, pero parecen habitar casas distintas. Apenas se comunican entre sí. Lo mismo pasa con el resto de los personajes. Aunque comparten cierto estado anímico y es evidente que el pueblo que habitan es pequeño –lo que acentúa su cercanía geográfica y social–, la desconexión es constante en todos los niveles.
El señor y la señora Gladwin han estado casados durante seis décadas y su relación aún se ve afectada por un acontecimiento que tuvo lugar en su juventud. A pesar de los esfuerzos de ella, él no puede dejar ir el pasado. De manera paralela, dos jóvenes lidian con otras circunstancias que merman la relación con sus parejas: la muerte por sobredosis de heroína de Tess, la novia de Rob (Liam Mcllfatrick), y la distancia geográfica entre otra pareja, Larry (Kurt Taylor), que refleja su enojo hacia el pasado desquitándose con su actual novia, Rachel (Megan Palmer). En ambos casos, las adicciones no solo están presentes, sino normalizadas. La muerte de Tess es una tragedia, pero nadie se muestra demasiado alarmado ni sorprendido. Es más bien una amenaza común entre los jóvenes. Casi cualquiera podría morir así. Al utilizar actores no profesionales, que padecieron adicciones, para recrear su experiencia tanto física como psicológica con las sustancias, Hopkins evade el cliché y capta los gestos profundos que llevan a la incidencia en el consumo de heroína, crack, éxtasis y mariguana. Para algunos, su adicción es lo más cercano que tienen a una relación real. La dealer no es una figura tétrica e imponente, sino maternal, que silenciosamente retira los billetes de sus clientes mientras disfrutan los efectos del consumo, como si fuera una madre tratando de resguardar el sueño de sus hijos.
Más que enfocarse en el desarrollo temporal de cada uno de los eventos, la cinta se centra en la interioridad de los personajes, en las diversas formas de experimentar y enfrentarse a conceptos como el amor, la decepción y la pérdida en distintos tipos de relaciones, así como en la fragilidad de las mismas. Better Things ofrece una mirada austera y perspicaz de sectores marginados de la sociedad, mediante un enfoque fundado en el realismo social británico y que, no obstante, se distancia del mismo mediante una creación de atmósferas sombrías que funcionan como espejos de la soledad y la confinación de sus personajes. Así, la palidez típica del paisaje inglés es acentuada aún más mediante una paleta de colores azules y grises, planos largos de cielos cerrados y negros que reflejan el tedio y la tristeza de la cotidianeidad, espaciosos campos fríos que se encuentran abandonados y dan la impresión de ser interminables, con lo que se acrecienta la insignificancia y angustia existencial de los personajes. El filme muestra una realidad desoladora del estado actual de la Gran Bretaña dilapidada por una inequidad avasalladora. Encontramos una generación que busca de manera desesperada huir de su soledad física y espiritual a cualquier precio. El nombre de la película funciona de manera paradójica: expresa el anhelo no satisfecho de los personajes que se nos presentan y que contrasta por completo con su realidad.
La búsqueda de la belleza en Hopkins es, sin embargo, constante y disciplinada. Su insistencia refleja la esperanza que quisiera darle a sus personajes a través de su aguda preocupación estética. Visualmente, toma la forma de una bruma omnipresente, recalcada por los tonos melancólicos, en encuadres inspirados en pinturas que evocan un estado mental obnubilado. En términos sonoros, amplifica ciertos sonidos y cancela otros para enfatizar la manera en que sus personajes perciben sus alrededores. Cuando David y Jon (Freddie Cunliffe) están conversando en un coche, el sonido del motor desaparece de repente para dejarnos únicamente con el diálogo de los dos personajes aislado de cualquier interferencia sonora, emulando la elasticidad del tiempo tras haber inhalado crack. Ambos parecen transitar a velocidades desconocidas por una carretera sin fin.
Nadie en la película atraviesa una situación ideal. La muerte por sobredosis de la joven Tess parece permear el humor pasmoso del resto de los episodios, creando una atmósfera que los conecta sin que haya una narración de por medio. Justo esa es la fuerza de la meticulosa y quirúrgica edición de Hopkins que acomoda mosaicos dispersos a partir de detalles que los unen: demuestra que a pesar de la desolación individual esta fragmentación tiene –en realidad– hilos de comunión que los personajes son incapaces de ver y sentir. Pero cuando logran abrirse, incluso a pesar de ellos mismos, estas coincidencias se transforman en compasión y ofrecen una oportunidad de salvación que no siempre podrá ser tomada.
Better Things de Duane Hopkins se estará proyectando en nuestro ciclo Sound & Vision (Nuevas Miradas del Cine Británico), organizado por EnFilme y British Council, el 18 de agosto en Cine Tonalá y el 24 de agosto en Cinépolis Perisur. En ambos casos la función será a las 7pm. Aquí puedes consultar el programa completo.