Por Enrique Sánchez (@RikyTravolta)
La historia de Sixto Rodríguez tiene todo lo necesario para convertirlo en leyenda. Se trata de un hombre con un gran talento musical, salido de entre la clase obrera de Michigan, con el rostro oculto entre gafas oscuras y cabellera larga, y cuyas canciones llegaron a ser censuradas en Sudáfrica por haberse convertido en himnos de protesta para la juventud. Allá por la década de los setenta, mientras el mundo presenciaba con asombro el retiro autoinfligido de Syd Barrett –y su deserción de Pink Floyd, una de las bandas más importantes de la historia–, este hijo de padres mexicanos fue orillado al retiro sin que el mundo se enterara, hasta que alguien llevó su primer disco Cold Fact (1970) al continente africano.
Searching for Sugar Man no se centra en la biografía de Sixto Díaz Rodríguez, sino en la empedernida búsqueda que dos fanáticos sudafricanos, Stephen “Sugar” Segerman y Craig Bartholomew, realizaron a finales de la década de los noventa para descubrir qué había sucedido realmente con el músico. A lo largo del documental, la iniciativa de estos dos hombres va sembrando en el espectador un ansia igual de grande por conocer a la figura que dejó huella en el corazón de los sudafricanos. Al ser hijo de padres inmigrantes mexicanos, Rodríguez dedicó sus canciones a los oprimidos, y quizá por eso se convirtió, sin saberlo, en un icono de la música en Sudáfrica, en una época en la que sus habitantes estaban en busca de una voz que los representara. “The mayor hides the crime rate / council woman hesitates / public gets irate / but forget the vote date”. Frases como éstas hicieron que miles de sudafricanos de la clase media y baja encontraran en las canciones de Rodríguez un himno para el movimiento en contra del apartheid.
El documental parte de un limbo en donde Rodríguez se ha convertido en un mito conocido por unos cuantos, pero ignorado por la mayoría. La teoría más famosa de su desaparición sostiene que se prendió fuego en el escenario, y aunque el director Malik Bendjelloul entrevista a personas que supuestamente lo conocieron de cerca, sus testimonios dejan en claro que Rodríguez fue, por encima de todo, una figura fugaz. En esta primera parte vemos de manera intercalada clips de un hombre vestido de negro y oculto entre gafas, que camina por calles desoladas mientras se escucha en el fondo la música de Rodríguez; es una manera simple pero efectiva de introducir al público a la obra de este hombre que muy pocos conocerán si no ven el documental.
La carrera del Sugar Man comenzó a finales de la década de los sesenta con la grabación del álbum Cold Fact. Un año después grabó Coming from Reality, y ambos discos tuvieron tan poca fama que Rodríguez prefirió retirarse del mundo artístico –aunque más que una decisión, fue una necesidad, pues durante toda su vida se vio obligado a trabajar como obrero para sobrevivir–. Su ascenso a la fama se dio por una serie de eventos curiosos que ni éste ni otro documental podrían explicar. En algún momento llegó a Sudáfrica una copia de Cold Fact, y el disco pasó de mano en mano hasta que terminó en la colección de Segerman, quien se encargó de distribuir las primeras 500 mil copias, lo que en ese país significó un logro más grande que el de The Beatles con Abbey Road (1969). De su autor, sin embargo, la gente solo llegó a conocer su silueta borrosa en la portada de Cold Fact. Nadie sabe qué pasó con las ganancias (lo único seguro es que no llegaron a Rodríguez), y luego de una incómoda entrevista con Clarence Avant de Sussex Records, podemos inferir que el dinero terminó en manos de gente adinerada.
Al igual que con Man on Wire (2008), el productor Simon Chinn nos entrega un documental que comienza por estudiar a un artista, y después se enfoca en el fenómeno cultural provocado por su trayectoria. ¿Cómo es posible que en una sociedad como la nuestra, fanática y acosadora, Rodríguez haya pasado desapercibido por tanto tiempo? Hay algo sobre la naturaleza de la fama que aún nos resulta incomprensible, y la historia de Rodríguez es un ejemplo claro del desajuste en la ecuación. Es por esta razón que Bendjelloul incrementa el suspenso al omitir ciertos detalles de la carrera de Rodríguez luego del fracaso de sus dos discos. El director pudo contactar a los parientes de Rodríguez por internet, y es de esta misma manera que uno se puede enterar fácilmente de que este artista no estuvo tan inactivo durante la década de los setenta como lo hace ver el documental –queda omitido, por ejemplo, que durante esa época estuvo de gira por Australia y Nueva Zelanda–. La intención, por supuesto, es sorprender con el desenlace, que de cualquier manera hubiera sido sobrecogedor y emotivo.
Rodríguez es un artista como pocos: culto, humilde y talentoso. Al no conseguir cambiar al mundo con su música, se postuló como alcalde de Detroit, para luego estudiar una carrera en filosofía. Su verdadera historia rebasa a la leyenda, y aunque la cinta adopta al final un tono optimista, es inevitable pensar qué hubiera pasado con Rodríguez de haber obtenido el reconocimiento que merecía en un principio. Desde que Searching for Sugar Man triunfó en el Festival de Cine de Sundance de este año, la fama del artista ha tenido no un segundo aire, sino el verdadero arranque de su carrera, y a pesar del optimismo, el documental puede plantar una idea inquieta en la mente del espectador: ¿a cuántos talentos como Rodríguez habremos empujado hacia el olvido?
Diciembre 19, 2012