Reseña, crítica Carol - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
Carol
Carol
 
Reino Unido, EE.UU.
2015
 
Director:
Todd Haynes
 
Con:
Cate Blanchett, Rooney Mara, Kyle Chandler, Jack Lacy, Sarah Paulson, Kk Heim
 
Guión:
Phyllis Nagy, Patricia Highsmith
 
Fotografía:
Edward Lachman
 
Edición:
Affonso Gonçalves
 
Música
Carter Burwell
 
Duración:
118 min.
 

 
Carol
Publicado el 12 - Feb - 2016
 
 
  • 'Carol' es el eficaz retrato de una época, pero también es una forma de hacer y pensar el cine. La obra de Haynes es el tipo de cine que busca representar, comprender y transmitir las pasiones humanas mediante una refinada seducción visual.  - ENFILME.COM
  • 'Carol' es el eficaz retrato de una época, pero también es una forma de hacer y pensar el cine. La obra de Haynes es el tipo de cine que busca representar, comprender y transmitir las pasiones humanas mediante una refinada seducción visual.  - ENFILME.COM
 
por Luis Fernando Galván

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El realizador estadounidense, Todd Haynes (Velvet Goldmine, 1998; I’m Not There, 2007), es un estudioso de la semiótica que utiliza con frecuencia el lenguaje cinematográfico, en su sentido más amplio (unidades de tiempo y espacio, tipos de plano, puesta en escena, decorados, locaciones), como una serie de signos que le permiten crear metáforas sobre las sensaciones de personajes sumergidos en situaciones adversas. Con Far From Heaven (2002), Haynes quería ver si podía llegar a despertar emociones en los espectadores del siglo XXI mediante el artificio del melodrama clásico de los años cincuenta. Además de imitar el estilo visual de Douglas Sirk (espacios opulentos, vestuarios suntuosos y una paleta de colores saturados) como en All That Heaven Allows (1955), Written on the Wind (1956) o Imitation of Life (1959), Haynes pretendía recurrir a gesticulaciones y ademanes de mayor estilización para expresar la desilusión y desesperanza de sus personajes sumidos en un mundo que visualmente luce brillante y perfecto. De esta manera, la belleza superficial de la zona residencial de Connecticut que habitan Cathy (Julianne Moore) y su esposo (Dennis Quaid) sirve como una estrategia inversa para representar la hipocresía de la sociedad moderna obligando a los personajes a hacer frente a los prejuicios entorno a la sexualidad, la homofobia y el racismo.

En Carol (2015), su más reciente filme, Haynes vuelve a demostrar su talento para construir con eficacia una máquina del tiempo en la que el espectador debe dejarse sumergir en la perfección estilística del director para rápidamente encontrarse con un melodrama clásico de Hollywood a la altura de los rígidos filmes de los años cincuenta de Sirk o Vincente Minnelli, aquellos que evocan bellas y perturbadoras jaulas de oro; elegantes escenarios que sirven como prisión de las pasiones de los personajes que, cuando arden debajo de la piel y explotan hacia el exterior, desembocan en incontrolables y desestabilizadoras situaciones emocionales.

Ambientado en la ciudad de Nueva York de los años cincuenta, el filme se basa en The Price of Salt, la novela de temática lésbica escrita por Patricia Highsmith, que fue publicada en 1952 bajo el pseudónimo de Claire Morgan, y se centra en cómo Therese Belivet (Rooney Mara), una joven empleada de una tienda departamental ubicada en Manhattan, coincide en una de sus rutinarias jornadas laborales con la elegante y enigmática Carol Aird (Cate Blanchett), una mujer que, a pesar de vivir atrapada en un matrimonio infeliz, acude a comprar el regalo de Navidad para su pequeña hija Rindy (Kk Heim). Su primer contacto visual es furtivo, fascinante, directo y sin la posibilidad de generar dudas respecto a una especie de atracción que pronto surgirá entre ambas.

No se puede negar la fuerza magnética con la que Carol llama rápidamente la atención de la joven Therese; la primera es el tipo de mujer ecuánime, segura de sí misma, de lo que quiere, y teniendo el control de cualquier situación. Se percibe una emoción real y sincera por parte de Cate Blanchett que nunca permite que su personaje se empañe de ataques nerviosos o desproporcionadas exaltaciones de carácter. Por su parte, la más joven apenas empieza a encontrar su camino en la vida; es dulce, un tanto frágil y poseedora de un asombro cándido –justo antes de que la tienda departamental abra para comenzar las ventas, Therese admira con deleite y tranquilidad un tren eléctrico– pero sin ser infantil, ni inmadura. Rooney Mara, cuyo cabello oscuro y corto recuerda a una delicada muñeca de cerámica, por no decir que su peinado alude a la icónica Audrey Hepburn, se muestra inocente y llena de curiosidad por descubrir el amor y la sexualidad.

Conforme las protagonistas procuran verse, el matrimonio de Carol con Harge (Kyle Chandler) se desmorona, por lo que ella se permite seguir conociendo a Therese en una relación de cordial amistad. Sin embargo, cuando el marido conoce a la joven, y es consciente de la relación anterior que Carol tuvo con otra mujer llamada Abby (Sarah Paulson) –madrina de la pequeña Rindy-, decide tomar medidas legales para mantener a su exesposa lejos de su hija. A partir de ese momento, la mujer desea continuar con la conexión desbocada que siente por Therese, pero no encuentra el momento oportuno para expresarle su amor; tampoco está dispuesta a perder a su hija.

Si la novela está narrada desde el punto de vista de la joven, con el personaje de Carol como figura etérea e idealizada, la película alterna los puntos de vista de ambas mujeres, sin perder el gran atractivo de la obra original que se erige sobre tres ejes fundamentales: una bella relación de amor prohibido; una joven en pleno descubrimiento sexual; y una mujer adulta insatisfecha en los confines del matrimonio. Todo ello sostenido en un delgado hilo de erotismo conducido con elegancia e ímpetu, capaz de integrar al espectador en una trampa emocional sin salida. La pareja Blanchett-Mara es impactante, lista para arar una profunda huella en la mente de muchos espectadores. La belleza y el talento de las protagonistas conviven en una mezcla armónica, sensual y magistral, capaz de enseñar más de lo que muestra, y expresar más de lo que se dice. Sus gestos, miradas, movimientos y roces conforman una bella danza cargada de deseo que se mantiene durante buena parte del relato, hasta que, finalmente, llega el ansiado beso como preludio al impostergable encuentro sexual.

Desde el realismo descarnado de la Gran Depresión en la miniserie televisiva Mildred Pierce (2011), hasta la exuberante atmósfera de los años setenta en The Virgin Suicides (1999), el cinefotógrafo estadounidense, Edward Lachman (colaborador cercano de Haynes y Ulrich Seidl), ha demostrado su maestría para recrear el aspecto visual del pasado de Norteamérica. En Carol, la lente de Lachman captura de forma naturalista el periodo previo al mandato de Dwight D. Eisenhower, aquel mundo que se encontraba saliendo de la Segunda Guerra Mundial. Con la influencia del fotógrafo Saul Leiter y filmada en 16mm, Lachman se apoya en los tonos verdes y grises, dejando a un lado los colores brillantes, para concebir composiciones en capas que están ocultas por abstracciones, es decir,  a menudo los personajes son parcialmente visibles debido a la presencia de cristales empañados o ventanas con polvo que permiten un rico juego visual de texturas y reflejos. Por ejemplo, al ver parcialmente a Therese detrás de alguna ventana es como si ella acabara de entrar en el foco de su propia identidad descubriendo su capacidad para involucrarse en una relación amorosa. De esta manera, el recurso visual es una forma de mostrar la mente amorosa de la joven para dejarnos entrar en su mundo interior.

En el personaje de Therese, el director logra recuperar la modestia y la delicadeza, en cierto sentido, de manera casi tímida, con la que se mostraba el amor y el sexo en el cine clásico de Hollywood, reflejando la naturaleza oculta con la que un romance lésbico “debía” conducirse en aquella época. Y ese amor que “debe permanecer oculto” es representado mediante miradas tímidas, pequeños gestos, emociones contenidas, habitaciones de hotel, miedos e indecisiones respecto a la continuidad o el retroceso en una relación de ese tipo. Los elementos expresivos más robustos, en este sentido, se manifiestan cuando se enseña el punto de vista de Therese, su dificultad en la comprensión de sus deseos y la incapacidad para expresarlos de una manera natural.

Todd Haynes es una especie de filólogo y el cine es su lenguaje. En este sentido deben interpretarse las diferencias obvias con la práctica (y posibilidades) del melodrama clásico. La delicada, pero explícita escena de sexo en Carol nunca habría visto la luz en los años cincuenta, ya sea por la autocensura o por las restricciones del Código Hays (1930-1967). Carol es un homenaje, una actualización y un ejercicio meticuloso y fascinante de estilo: Haynes plantea una de las posibles y todavía fértiles líneas estéticas del cine de Hollywood, estratificando significados en cada cuadro, tratando de maximizar la forma, el contenido y la narración. Además de ser un drama sentimental y narrar la historia de amor entre dos valientes mujeres, el filme es un retrato generacional y social. Es la puesta en escena que se anticipa a la implosión de los agitados años sesenta, específicamente respecto a la revolución sexual. Carol y Therese representan la ruptura de patrones que hombres como Harge o Richard (Jake Lacy) –el joven que pretende a Therese– han instaurado al sentirse frustrados ante el deseo femenino. Aquí, la homosexualidad femenina funciona como una condición límite, como la frontera entre la emancipación abierta y la sujeción social que una sociedad machista había establecido.

Carol es el eficaz retrato de una época, pero también es una forma de hacer y pensar el cine. La obra de Haynes es el tipo de cine que busca representar, comprender y transmitir las pasiones humanas mediante una refinada seducción visual. Es una película que eleva la imitación al arte. Y la superestructura estética de Haynes, lejos de caer en las trampas del chantaje emocional tan utilizado en el hipermelodrama que sólo desemboca en simulacros vacíos, funciona como una lupa que permite inspeccionar la interioridad de los personajes.

 
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