¿Hasta qué punto es cuestionable acusar a un artista de hacer una exposición de sí mismo? Para su ópera prima, el realizador francés Guillaume Galliene, actor de formación y miembro de la Comédie-Française (teatro que cuenta con su propia compañía de actores), decidió adaptar su biografía –que ya había montado en teatro como una especie de monólogo donde él interpretaba a todos los personajes– para revisitar su juventud, la búsqueda de identidad sexual y las confusiones que se desprenden de ese trayecto. La decisión del actor y director de hacer un filme sobre su vida, es valiente y arriesgada. Chicos y Guillermo, ¡a comer! (2013) funciona como un confesionario que, en tono cómico, festivo y alegre, expone la crianza de Guillaume, la relación con su madre y el complicado camino de la vida donde las demás personas asumen que él es homosexual, aunque éste aún no tiene clara su preferencia sexual. Aunque el tema de la angustia sexual y las fricciones en el círculo familiar pueden ser susceptibles a un tono áspero, melodramático o trágico, Galliene opta por un tratamiento lúdico para abordar su compleja autobiografía desde la comedia, elaborando una obra afectuosa y divertida.
Guillermo (interpretado por el propio Galliene) entra al escenario para presentar su nueva obra; un ejercicio escénico donde, a manera de monólogo, empieza a relatarle su historia al público que se ha dado cita en el teatro. La historia que cuenta el personaje es la misma que nosotros –espectadores de cine– vemos en pantalla. Para hacer la transición evidente (del teatro al cine), Galliene emplea una sobria puesta en escena (mínimo de elementos escenográficos, iluminación tenue) para representar los orígenes teatrales del texto; éstos los trasciende en golpes vertiginosamente extravagantes y coloridos para subrayar la condición cinematográfica de su obra (escenas que ocurren al interior de una fastuosa casa francesa de decoración Rococó) o las constantes referencias cinematográficas (la España festiva, colorida y femenina que recuerda el cine de Pedro Almodóvar, y la elegancia de los paisajes idílicos como alusión a la obra de James Ivory). Nacido en una familia muy pudiente, el niño Guillermo (interpretado por el adulto Gallienne) está dedicado por completo a su madre (Gallienne de nuevo), una dama culta y elegante, perteneciente a la aristocracia francesa, de una frialdad amarga. La manera de resolver la doble interpretación de Galliene como el hijo y la madre, cuando ambos aparecen en pantalla, es mediante un pulcro y delicado trabajo de postproducción.
El padre machista (André Marcon) comparte más tiempo con sus dos hijos mayores quienes practican diversos deportes. La elección del director para que él mismo interprete al protagonista desde que es niño hasta la edad adulta puede resultar poco convencional generando breves confusiones temporales. No obstante, a diferencia de otras películas que optan por usar varios actores para que encarnen las distintas edades de los personajes, la solución de Galliene permite una identificación con el personaje, así como un grado de continuidad temática –más que temporal– y lúdica.
Incondicionalmente aceptando su papel femenino en la vida, Guillaume se identifica con su madre tanto que conforme crece (de niño a joven) perfecciona la personificación de su progenitora que poco a poco se convierte en impecable. El joven extiende su repertorio de imitaciones tomando como referencia a otras mujeres, incluyendo a su abuela (Françoise Fabian), y en particular haciéndose pasar por una dama de la aristocracia austriaca, ante la indignación y repudio de su padre. En mayor o menor medida, todas las anécdotas que narra el protagonista están vinculadas a la figura materna; existe una complicada relación de amor-indiferencia entre ellos. La madre es una mujer segura de sí misma e imponente. Guillermo, el hijo, también es culto y de buenos modales –debido a la educación que ha recibido, incluso estudiando en el extranjero–, pero es tímido, inseguro y débil; detesta los deportes, pero aprende a bailar las sevillanas como ningún otro hombre, es decir, ejecutando a la perfección los movimientos de la mujer. Su timidez e inseguridad las esconde bajo la imitación de su madre; Guillermo copia sus movimientos, aprende a hablar, posar y caminar como ella. Ahí, en esa eficiente imitación, él se siente más seguro, y su madre, que alimenta su ego a partir de esa admiración, no se siente incómoda al ver a su hijo como una pequeña princesa. De ahí el título del filme; cada que la madre le avisa a sus hijos que la mesa está lista les grita, “Guillermo y los chicos, ¡a comer!”, haciendo hincapié en la diferencia que existe entre Guillermo y sus otros dos hermanos. Ellos son “hombrecitos”; él, no. Más que un ejercicio de terapia, el filme sí exhibe todos esos años en los que Guillermo asistía a sesiones con psicólogos, donde expresaba sus confusiones alrededor de sus deseos, miedos y traumas sexuales. El joven es tan ingenuo que cada que desea definir su sexualidad termina en otros enredos que no deseaba, como una orgía con otros tres hombres.
Spoiler alert
A Gallienne le gusta proyectarse como un alma incomprendida, solitaria, débil y perdida. El lenguaje corporal del actor es, por momentos, exagerado; constantemente enfatiza su amaneramiento y su debilidad física al entrar en contacto con los demás. Gallienne es un actor cómico formidable (carismático, versátil e ingenioso) que, también, muestra la confianza necesaria para cambiar el tono y asumir eficientemente los pocos momentos de intensidad dramática que hay en el filme, incluyendo la breve dosis de sentimentalismo por la que opta hacia el final cuando, por primera vez, lo vemos confrontando a su madre. Pero ese momento es, también, el instante en el que el personaje se desprende de la máscara de lo femenino provocando no sólo su crecimiento, sino también el de su madre, quien debe comprender que el amor, que siente su hijo hacia otras mujeres, no significa la aniquilación del amor hacia la madre.
Fin del spoiler
La inventiva y el encanto excéntrico hacen de esta propuesta cinematográfica una extraña mezcla entre comedia de tinte comercial y una propuesta auténtica de cine de autor. La película obtuvo dos premios en la Quincena de los Realizadores 2013 (sección paralela al Festival de Cannes) y fue la gran ganadora de los Premios César 2014 (el equivalente francés de los Oscar de Hollywood) con cinco galardones, incluyendo el de Mejor Película. El filme es la historia de un joven que es definido como homosexual, principalmente por su madre, antes de serlo. Guillermo, demasiado pasivo y educado, es incapaz de ocultar su fascinación por lo femenino. Él aprecia tanto a las mujeres, específicamente a su madre, que desea imitarlas, que aspira poseer las cualidades de ellas: hermosas, inteligentes, divertidas, educadas, cultas y bondadosas, declarando en algún momento del filme “aprendí cada aliento, cada respiración que hacía latir mi corazón al unísono con cada mujer”. De esta manera, además de ser una historia de descubrimiento sexual, Chicos y Guillermo, ¡a comer! es una declaración de amor hacia las mujeres y sus virtudes.