Podría escribir que Cincuenta sombras de Grey es un filme sobre la imposibilidad del amor, que no se concreta por falta de comunicación, por no poder confrontar y superar inseguridades internas, por narcicismo; podría escribir que, como en La fierecilla domada (William Shakespeare, 1593), Cincuenta sombras de Grey retoma el tropo clásico de que en una relación la parte femenina debe subyugarse a la masculina para consumar el amor; o, por el contrario, que Cincuenta sombras de Grey propone que la mujer evada someterse a los deseos exclusivos del hombre para conservar su individualidad y su libertad, y para que ella misma guíe su propio despertar sexual; podría escribir que Cincuenta sombras de Grey demuestra cómo el amor puede y debe transformar al amante, y al amado en reflejo; incluso podría escribir que explora la sexualidad de una pareja de una forma abierta como no se había visto en una película de Hollywood; podría seguir buscando y buscando temas, pero sería darle demasiada importancia a un trabajo basado en un guión que es una concatenación de clichés, actuado de forma sosa, dirigido en la ambigüedad, sin ritmo, sin misterio y sin fuerza erótica; eso sí, con harto humor involuntario… aunque esto también acabe por desgastarse.
Cuenta la historia que una fan de Twilight escribió un fanfiction BDSM (bondage, disciplina y dominación, sumisión y sadismo y masoquismo) inspirado en la saga de vampiros. Un fanfic consiste en tomar a los personajes de una película e imaginar qué sucedería si estuvieran en un mundo alterno; en este caso, qué sucedería si el protagonista de Twilight, el vampiro enamorado Edward, fuera un empresario millonario sádico sexual. Así surgió Master of the Universe, que fue publicado en entregas en los sitios fanfiction.net, Twilighted.net y, más adelante, en 50shades.com, y que posteriormente, tras una reescritura, se convertiría en uno de los libros más vendidos de la historia: Cincuenta sombras de Grey. Detalles más o detalles menos, la película se siente justo como una fantasía desbocada, más que de una adolescente hormonada, un ensueño producto de “una crisis de mediana edad”; estas últimas son palabras de la propia autora, la londinense Erika Leonard que firmaba como E.L. James, y que antes de esto trabajó como ejecutiva de la televisión. Llevaba muchos años queriendo sentarse a escribir hasta que decidió dedicarle todo su tiempo libre a este anhelo. Y, claro está, esta determinación cambió su vida. Quizá es por eso que bautizó a su protagonista como Anastasia, “la que tiene fuerza para resucitar” en griego.
Los límites de Cincuenta sombras de Grey solo están impuestos por los alcances de la imaginación de sus creadores… En el guión, están acanalados por el sexo y el dinero. Y así, en este tono ultracomplaciente, comienzan a sucederse los lugares comunes. Nada bueno, mucho menos verosímil, puede esperarse de una película en la que la protagonista encuentra lugar para estacionarse justo en la puerta del edificio de lujo al que se dirige a una cita que no le correspondía en un inicio, pero en la que conocerá al hombre de su vida. La base de la trama es, como en las telenovelas mexicanas, el ascenso económico y social de una joven a través de un hombre millonario que se enamora inevitablemente de ella; o sea, la reescritura de la Cenicienta, ceñida a la idea de un autodescubrimiento erótico. Claro que, como debe ser, el ascenso social es aparentemente involuntario y secundario, sustentado por el gesto de boba de la protagonista interpretada por Dakota Johnson. En este caso, la bella joven no limpia casas, sino que, como un buen número de consumidoras jóvenes en el mundo, asiste a la universidad. Ella, Ana, estudia Letras Inglesas. Trabaja medio tiempo en una abarrotería. Vive con una roomie. Y no sabe qué hará después de graduarse, lo que sucederá muy pronto. Anastasia, además (y esto no creo que suceda con la mayoría de las universitarias del mundo, al menos no con las londinenses ni estadounidenses, y menos con las que ponen tan poca resistencia con un hombre que les gusta cuando les hace un regalo “muy especial”) es virgen, pues ha estado esperando al hombre ideal, que resulta ser Christian Grey (Jamie Dornan), un pedante y soberbio joven millonario. Un misterio encarnado a quien jamás se le ha visto con una mujer. Tiene 27 años, una fortuna, un pent-house con pisos y trajes italianos hechos a la medida, un garaje lleno de Audis, un pasado oscuro y doloroso. Además, como cualquier joven millonario salido de un comercial de algún producto exclusivo, tiene un cuerpo que parece photoshopeado.
Cuando Christian y Anastasia se conocen, salen chispas: ella se sonroja, tartamudea, se cae artificiosamente, reforzando la llegada de una miríada de falsedades; él se mantiene tranquilo, dominante. Pero dentro de la torpeza de la jovencita, hay un corazón sumamente sensible (como siempre sucede con este tipo de heroínas), que presiente que hay algo raro, no tan perfecto como la decoración de su oficina y su porte, en el corazón de Grey. Y eso lo toca a él al instante y lo deja prendado. Él la busca, ella lo busca, él la rechaza, ella lo rechaza, y luego todo vuelve a empezar. En realidad no pasa mucho, y la acción se prolonga como si los productores tuvieran que cubrir tiempo aire. Claro, lo central aquí es lo sexual, cuya trama consiste en lo siguiente: él, ya lo sabemos, es adicto al BSDM, y quiere a Ana como su Sumisa, lo que, en los términos que explica la película, lo convertiría a él en su Amo, uno totalmente entregado a ella. Como es millonario (supongo que esa es la explicación), quiere que ella firme, además de un contrato de confidencialidad, otro que deje muy en claro las reglas del juego para evitar posteriores demandas judiciales. Ella lo considera. Y él está como perro esperando el momento en el que la firma de Anastasia lo confirme como Amo y entonces pueda golpearla a placer... Porque tener sexo, ya lo hacen. El hecho de que Anastasia sea supuestamente casta parece más bien una mojigatería para recalcar que se está pensando lo del sadomasoquismo únicamente por amor, no porque sea una mujer fácil, libertina, zorra o entregada completamente al placer, ideas que muy probablemente pasaron en la mente de la escritora; la aclaración permite que las mujeres castas de nuestra sociedad, o por lo menos las que así se ven, se identifiquen con ella con mayor facilidad. Su primera vez juntos (la primera de siempre de ella) rompe con las costumbres de él: no es violenta, sino tierna, a la luz de la luna, y concluye con él al piano, tocando una melancólica melodía. ¿Más clichés? Cuando las compañeras de la universidad de Grey lo ven, exclaman con fuerza lo guapo que es, alimentando el orgullo de Ana. Christian no le regala flores y chocolates a Ana (no es su estilo), pero sí una Mac, ropa y un auto. Como se enamora, él hace cosas que nunca había hecho, como presentarla con su familia. Aunque es millonario, nunca está ocupado, hasta que algo sucede (no sabemos qué, eso sería demasiado rebuscado) que lo enoja y termina por colapsar el conflicto entre ambos.
La parte sexual, la posibilidad de desarrollar a un personaje que se está descubriendo sexualmente, que está luchando contra la imposición de un hombre, es lo que probablemente atrajo a la artista y directora británica, Sam Taylor-Johnson, para realizar el proyecto o que por lo menos le dio elementos a ella para justificar su elección. En su carrera como artista había realizado fotografías, instalaciones y videos, con vasos comunicantes hacia este tema, que exploraban también la rebeldía y la confrontación, el lado sensible de la aparente frivolidad. Pero aunque estudió en las mejores escuelas de arte, formó parte del grupo Young British Artists junto con Damien Hirst (uno de los artistas más importantes y con más visión comercial de nuestros tiempos), adquirió prestigio, ganó algunos premios; nunca creó una obra o un cuerpo de obras que la consolidaran. Su trabajo despierta las mismas sospechas que el grueso del arte contemporáneo: ¿realmente es arte o es una tomada de pelo? Su primer largometraje, sobre la relación maternal entre John Lennon y su tía Mimi, Nowhere Boy (2009), es elegante, conmovedora, pero convencional, sin riesgos. Aún así, nada explica que Taylor-Johnson haya decidido enterrarse profesionalmente con una película tan mediocre. ¿Creyó que tendría más libertad de la que le dieron los productores? ¿Intentó ser sarcástica todo el tiempo, y de ahí el humor involuntario, e incluso la alusión a su matrimonio con el actor Aaron Taylor-Johnson, 23 años más joven, con la mención de Mrs. Robinson? ¿O fue más simple y solo la acabaron seduciendo los reflectores y el dinero de Hollywood, la posibilidad de hacer una carrera ahí? O quizá solo provocó su muerte para, como Anastasia, resucitar en el futuro.
Sus defensores dirán que la película rescata la libertad sexual femenina. Pero esta es la parte más lamentable de todas; linda con lo criminal. Aunque la trama intente demostrar algo, toda la puesta en escena no deja de ser machista. Otro cliché más: retrata a la mujer como un objeto a la venta que está ahí para satisfacer los deseos de un hombre, y que fácilmente puede controlarse con artículos de lujo y sexo. Cincuenta sombras de Grey cae en la trampa del falso feminismo: oculta su conservadurismo y misoginia con regalos para Ana, sus conatos de rebeldía y una supuesta liberación con cuerpos desnudos. 2015 y éste es el primer blockbuster del año. En Cincuenta sombras de Grey, el placer no viene a través del amor, sino a través del tener: poder, dinero, belleza, juventud, a otra persona. Es un largo anuncio aspiracional, que ostenta cosas inaccesibles para la mayoría de la población. Es la historia de la Cenicienta kinky donde todo parece encantado por la mano de la publicidad: la música de moda que quiere volverlo todo en un video de Beyonce con Rihanna, la fotografía sin propuesta, que embellece los lujos y el cuerpo de ambos protagonistas, pero protege la doble moral de esta industria, mostrando todo el cuerpo de ella, pero ocultando el miembro de él, como siempre se ha hecho en Hollywood (porque implicaría otra clasificación y perderían público, o sea, boletos, que al final es lo que les importa), aunque supuestamente se vende como una película atrevida y transgresora. Las actuaciones son tan lamentables como los diálogos que parecen sacados de una caja de citas vacuas. Los intentos de personalidad de Ana son tan enclenques como los de él que, aunque supuestamente es un férreo empresario BDSM, no es capaz de cumplir una sola de las reglas que están en el contrato que quiere que Ana firme.
El éxito que tuvo la novela y que seguramente tendrá la película nos balconea como sociedad: aunque la publicidad, la televisión, el cine, el arte, están invadidos de sexo cada vez más explícito, la educación sentimental y sexual que se brinda en las familias y en la escuela es prácticamente nula. La consciencia del cuerpo y de la sexualidad que resguarda el cerebro, de su potencial erótico, está en los niveles más básicos. La intensa exposición a la sobreestimulación sexual crea en las consciencias más frágiles una frustración que potencia la vulnerabilidad a la compra. Y las consciencias más frágiles podrán ser mujeres y hombres insatisfechos sexualmente, pero también jóvenes en formación: pubertos inseguros, adolescentes en transición, niños que aunque en la mayoría de los países no podrán entrar a las salas (en Francia los mayores de 12 sí podrán verla), también son propensos a la publicidad del filme iniciada desde el año pasado, que seguramente pronto estará a su disposición en línea. También habrá quien alegue que Cincuenta sombras de Grey es simple escapismo. Ellos sabrán de qué escapan y por qué prefieren escapar que intentar solucionarlo. O no.