Entrevista con Ernesto Daranas
Chala (Armando Valdes Freire) está a punto de entrar a la pubertad. Vive en un pequeño departamento en La Habana, Cuba, con su madre, una drogadicta, probablemente prostituta. Cuida de ella. No solo le cocina y la acuesta a dormir, está al pendiente de que las cuentas se paguen a tiempo y provee el dinero para que se haga; es él quien se encarga de “llevar los frijoles a la mesa”. Es todavía un niño con responsabilidades de adulto. Para sobrevivir y mantener a su familia, entrena perros de pelea y palomas mensajeras. Su carácter y destino se debaten entre los perfiles de estos dos animales: como su canino, es leal y tierno pero fue condicionado para ser agresivo, temerario y suicida; como sus aves, vive demasiado encerrado para la libertad que bulle en él.
Aunque no es su actividad principal, asiste a la escuela. Allí está Carmela (Alina Rodríguez), su ángel guardián. Una maestra sexagenaria que no concibe la educación como un trabajo con hora de entrada y de salida, si no como una forma de vida, tanto para ella como para sus alumnos. A los chicos no los ve como seres que deben recordar datos y saber usarlos para resolver operaciones, si no como personas complejas, provenientes de contextos particulares, con padres y sueños únicos y específicos, y también con trabas distintas. Todos son para ella niños especiales que deben recibir, cada uno, un trato especial, que los impulse y que contribuya a evitar que crezcan torcidos en una Cuba que exige de mucha flexibilidad y maleabilidad para salir adelante.
En el salón de clases, se encarga de que prevalezca tanto el rigor, como el afecto; el humor, como la disciplina. Más allá de sus materias, lo que inculca Carmela son valores: habilidades basadas en creencias que sean capaces de formar y trascender todas las esferas de los niños, y todas sus etapas. Forma adultos; forma cubanos; forma seres humanos. Carmela es, pues, una especie en extinción, una avis rara en un país que parece atrapado –que no congelado– en el deterioro provocado por el paso del tiempo.
La relación entre maestra y el alumno es un encuentro entre un diamante nada bruto del pasado y la incertidumbre del futuro, fundidos en un presente injusto, ilógico y adverso, pero abordado con carácter, arrojo y ternura. Conducta, de Ernesto Daranas (Los dioses rotos, 2010), fue estrenada en el Festival Internacional de Cine de la Habana en 2014, meses antes de que Obama y Raúl Castro anunciaran los inicios de una reconciliación entre Estados Unidos y la isla, lo que inevitablemente derivará en una apertura mercantil que desde hace tiempo se olfateaba próxima; será, finalmente, el inicio de una nueva Cuba que sucederá a otra que en la película se olfatea casi insostenible, pero no por eso carente de profundas y sólidas raíces.
Antes de dedicarse al cine, Daranas fue profesor; él estudió pedagogía. La película la realizó con un grupo de alumnos a los que impartió un taller en la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual de la Universidad de las Artes (ISA). A partir de la fuerza del pilar de la educación, el equipo realizó una película destacando precisamente el papel central que ésta debe tener en la sociedad. Cuba ha pasado por una larga crisis de más de medio siglo. Buena parte de la juventud, la que ha permanecido en la isla sobre todo en las zonas más lastimadas, no ha vivido más allá de las consecuencias de estas circunstancias. Ante una crisis extendida, es natural que los humanistas no solo se pregunten, si no que busquen echar luz sobre los valores más ricos de su sociedad.
Daranas y su equipo encuentran varios de estos valores en las relaciones que Carmela teje con sus alumnos y que se van extendiendo, a veces a tropezones, otras a base de forcejeos, entre otros miembros cercanos. Cuando Carmela se ausenta de su clase durante varios días debido a un ataque al corazón, Chala, de carácter explosivo, queda indefenso frente a las autoridades de la escuela cuando comete travesura tras travesura. Y ellos, ciegos a la realidad, obcecados con las reglas, realizan los trámites necesarios para enviarlo a una Escuela de Conducta, un reformatorio donde no tendría que hacerse cargo de su madre y estaría más vigilado. Para ellos esta posibilidad es una solución. Para Carmela, sería otra marca más en la vida de Chala, de la que jamás podría zafarse.
La narración hace constantes elipsis a un discurso de Carmela, en el que habla sobre sus largos años de experiencia como docente, sus aprendizajes, sus deseos, y del que no sabremos las circunstancias hasta muy avanzada la trama. La historia de Chala se mezcla con la de otros alumnos: uno enfermo, en coma, en el hospital; otro con un padre en la cárcel; una más, Yeni (Amaly Junco), la mejor alumna, huérfana de madre, que no tendría que estar estudiando pues es una Palestina, es decir, oriunda de otra provincia y, por tanto, según las leyes cubanas, imposibilitada para residir, estudiar y/o trabajar en La Habana con su padre. Los actores niños son naturales. Algunos provenientes de La Habana Vieja, llevaron sus problemas al set. Las actuaciones, todas, están perfectamente sintonizadas. El casting es ideal. Con solo ver los ojos de Chala, el gesto decidido, su concentración al volar sus palomas en la primera secuencia, sabemos que nunca se dará por vencido, que luchará hasta romperse los brazos para después, seguir luchando. Tampoco Carmela, que conforme la película avanza va creciendo como ola, y se va llevando con ella al cuerpo de maestros, a las autoridades, a algunos padres, incluso se va contra el gobierno con una puntillosa línea, con tal de ofrecerles la mejor solución posible a los niños. “A lo mejor ha sido demasiado tiempo”, le pregunta una maestra joven, refiriéndose al tiempo que lleva dando clases, a la veterana Carmela, que no quita el dedo del renglón cuando defiende a sus alumnos. “No tanto como los que dirigen este país”, le replica ella. “¿Te parece demasiado?”.
Bajo el sentido común, las ideas de Carmela son básicas, pero han sido olvidadas no solo en Cuba; son pocos los países que realmente ponen al centro de sus preocupaciones la educación concebida como una responsabilidad compartida entre escuela, familia y el resto. Daranas y su equipo lo hacen con completa entereza, empatía y cinematografía. Lo hacen predicando con el ejemplo, en plena congruencia. Mucho tenemos que aprenderles a ellos, a Carmela. Y mucho, también, a Chala.