Para ser un thriller apocalíptico, la mirada es bastante más amplia que a lo que Hollywood nos tiene acostumbrados. EnContagio, la pandemia viral que provoca el casi fin del mundo no está contenida en una sola ciudad, en San Francisco o Nueva York, sino, aunque la mayor parte de la trama sí sucede en Chicago, hay vistazos a otras ciudades dentro y fuera de las fronteras estadounidenses que permiten dimensionar la redondez del globo, la magnitud y rapidez del contagio, abordarlo –aunque siempre con mirada occidental– desde varias aristas, y hacer desfilar un amplio cast de personalidades sin que todas tengan que sobrevivir al caos mortal que de una u otra manera combaten.
A partir del día dos, Steven Soderbergh hace un relato de la expansión de un virus desconocido, parecido al H1N1, que mata en pocas horas y que crece de manera exponencial. Los cuadros cotidianos de la familia que intenta proteger a todos sus miembros se traslapan con los del caos social (cuando la epidemia está más avanzada y la gente mata por una lata de frijoles), con el fervor de los científicos que intentan encontrar el origen y la vacuna, con la frialdad de los políticos que toman medidas no del todo justas y no del todo perfectas para contener lo más posible el saldo de mortalidad, y con la ambición y locura de un curioso personaje de dentadura desgastada, interpretado por Jude Law, que intenta erigirse como un mesías bloggero denunciando las ‘verdaderas’ causas, consecuencias y maneras de prevenir el contagio a cambio de miles de dólares.
El mosaico multidramático ofrece una vista panorámica del caos sin que necesariamente nos identifiquemos con alguna de las historias. Es probable que no lamentemos alguna de las muertes y que las medidas desesperadas que toma la población nos parezcan exageradas; pero sí se nos plantean dilemas éticos irresolutos importantes, derivados principalmente de la mezcla de las esferas públicas y privadas, como: ¿en casos de vida o muerte quién debe tener acceso a la información vital? o ¿cómo debe jerarquizarse el derecho a la salud?
Soderbergh no ofrece respuestas a estas preguntas, pero sí una historia verosímil con un final poco plausible y predecible, dosis de heroísmo privado (los científicos son las figuras más nobles y poderosas), a Gwyneth Paltrow con los sesos de fuera, y distinciones entre el primer y tercer mundo similares a las que hace en Traffic (atmósferas de tonos gélidos para el primero, cálidos para el segundo). Alimenta la fórmula estadounidense del thriller con preguntas inteligentes evitando los tintes melodramáticos y las falsas y espontáneas victorias (bueno, casi), sin alterar su resultado y sin arriesgar demasiado.