Reseña, crítica Cuatro lunas - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
Cuatro lunas
Cuatro lunas
 
México
2014
 
Director:
Sergio Tovar Velarde
 
Con:
Alonso Echánove, Alejandro Belmonte, Gabriel Santoyo, César Ramos, Gustavo Egelhaaf, Antonio Velázquez, Alejandro de la Madrid, Hugo Catalán
 
Guión:
Sergio Tovar Velarde
 
Fotografía:
Yannick Nolin
 
Edición:
Max Blásquez, Sergio Tovar Velarde
 
Música
Enrique Espinosa
 
Duración:
110 min.
 

 
Cuatro lunas
Publicado el 12 - Feb - 2015
 
 
  • Reseña: Cuatro historias de amor y autoaceptación son ingeniosamente narradas por el guionista y director mexicano, Sergio Tovar Velarde, en Cuatro lunas (2014). Sin seguir un esquema meticuloso en cuanto al orden de presentación de los relatos, pero no por ello desorganizado, el director entreteje los hilos de las cuatro historias para que el espectador reconfigure en su mente algunas etapas y vivencias del desarrollo humano.  - ENFILME.COM
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  • Reseña: Cuatro historias de amor y autoaceptación son ingeniosamente narradas por el guionista y director mexicano, Sergio Tovar Velarde, en Cuatro lunas (2014). Sin seguir un esquema meticuloso en cuanto al orden de presentación de los relatos, pero no por ello desorganizado, el director entreteje los hilos de las cuatro historias para que el espectador reconfigure en su mente algunas etapas y vivencias del desarrollo humano.  - ENFILME.COM
  • Reseña: Cuatro historias de amor y autoaceptación son ingeniosamente narradas por el guionista y director mexicano, Sergio Tovar Velarde, en Cuatro lunas (2014). Sin seguir un esquema meticuloso en cuanto al orden de presentación de los relatos, pero no por ello desorganizado, el director entreteje los hilos de las cuatro historias para que el espectador reconfigure en su mente algunas etapas y vivencias del desarrollo humano.  - ENFILME.COM
 
por Luis Fernando Galván

Cuatro historias de amor y autoaceptación son ingeniosamente narradas por el guionista y director mexicano, Sergio Tovar Velarde, en Cuatro lunas (2014). El realizador retoma las fases del ciclo lunar para crear una alegoría sobre el proceso de aceptación del individuo. Sin seguir un esquema meticuloso en cuanto al orden de presentación de los relatos, pero no por ello desorganizado, el director entreteje los hilos de las cuatro historias para que el espectador reconfigure en su mente algunas etapas y vivencias del desarrollo humano. Se representan en pantalla el primer despertar sexual (luna nueva), el proceso de enamoramiento (cuarto creciente), las dificultades del amor de pareja (luna llena), y el cumplimiento de un deseo reprimido (cuarto menguante). Aunque las historias son independientes una de la otra, los relatos transitan de manera fluida en un ir y venir constante. El filme es protagonizado por homosexuales complejos, no caricaturas: se separa por completo del tipo de caracterización risible y desdeñosa que tradicionalmente en el cine y la televisión se ha hecho de ellos. Trasciende la etiqueta de cine gay, para ser un filme sobre la complejidad de las relaciones humanas. Sin embargo, Tovar Velarde es sumamente condescendiente con sus personajes al polarizar las situaciones en extremo donde el frágil e inocente está en una pugna constante contra el rudo e indiferente, y también es complaciente con el público al entregar, como resultado global, una obra esperanzadora que celebra el amor y las relaciones humanas, que pretende examinar cómo el hombre construye su identidad, pero que es sumamente repetitiva en las acciones representadas y en el discurso sobre respeto y tolerancia que busca edificar.

Mauricio (Gabriel Santoyo), un niño que se enamora de su primo Oliver (Sebastián Rivera); Fito (César Ramos) y Leo (Gustavo Egelhaaf) son dos jóvenes universitarios que comienzan un noviazgo; Hugo (Antonio Velázquez) y Andrés (Alejandro de la Madrid) son una pareja en crisis debido a la presencia de un tercero, Sebastián (Hugo Catalán); y Joaquín (Alonso Echánove), un anciano obsesionado con un joven escort (Alejandro Belmonte). En el mundo de Velarde, los hombres batallan entre el dolor, la vergüenza y la humillación que surgen cuando el individuo rechaza su verdadero ser, ya sea por miedo o por vergüenza de afrontar un entorno hostil. El director recurre al manejo de espacios específicos (la comodidad de una habitación, la convivencia en un billar, los jardines de una universidad, la intimidad de un sauna) que posibilitan las interacciones masculinas –no necesariamente homosexuales– para generar los contactos oportunos entre hombres y, a partir de ahí, desprender una relación de atracción-repulsión, cuyo trayecto está lleno de anhelos, deseos, satisfacciones y placeres, pero también hay angustias, tormentos y llantos que pueden llegar a desembocar en el rechazo y la burla.

La primera fase, la luna nueva, muestra la atracción secreta de Mauricio hacia su primo, Oliver. Ambos comparten la intimidad de una habitación, no hay sospecha por parte de los padres (porque ellos asumen que los niños –uno de 11; el otro, un poco más grande–sólo están divirtiéndose con los videojuegos). La arriesgada propuesta de Mauricio y la curiosidad de Oliver termina por confirmar la homofobia de éste, provocando el rechazo. Pero peor aún, el secreto de Mauricio es exhibido de manera pública. La periferia deposita su mirada en el niño; el momento íntimo y privado, que había sido valorado y callado con sumo cuidado por parte de Mauricio, se convierte en un aterrador evento público donde su preferencia sexual es exhibida, sólo para que él se sienta humillado y avergonzado ante sus seres más cercanos: su comprensiva y tierna madre (Karina Gidi), y el intolerante y rudo padre (Juan Manuel Bernal). En más de una ocasión, Oliver tacha de “maricón” a Mauricio, confirmando así la forma de tipificación gay comúnmente empleada en la sociedad latinoamericana. A alguien se le llama “maricón” para ‘patologizar’ o ‘demonizar’ su orientación sexual y para advertir sobre los peligros de ir en contra de la (hetero)normatividad. La figura del maricón es vista por el mundo de lo masculino como un ser de “naturaleza femenina”: débil, pasivo e histérico. Esos atributos también reflejan un problema aún más grande: la construcción social de un estereotipo femenino. La mujer y el maricón son reducidos a sujetos inferiores ante el “verdadero” hombre; eso explicaría la mirada de enojo del padre de Mauricio cuando ve que su hijo disfruta cocinar y decorar los platillos al lado de su madre en la cocina, un espacio asociado a lo femenino.

El segundo paso del ciclo, cuarto creciente, se centra en Fito y Leo. Los jóvenes universitarios son antiguos amigos de la infancia que se reencuentran y de inmediato reanudan su amistad pasando mucho tiempo juntos en el billar o en los jardines de la universidad. El director recurre constantemente a los close-ups para mostrar el juego de ilusionantes miradas entre los jóvenes, así como los insinuantes contactos entre sus manos. La camaradería se torna en enamoramiento, y de manera natural recurren a la entrega del cuerpo para reafirmar sus emociones. Su torpe primer encuentro sexual es tratado con naturalidad y espontaneidad por parte de Tovar Velarde, quien no pretende ejercer un exhibicionismo forzado y gratuito, pero tampoco se muestra pudoroso cuando los dos cuerpos masculinos desnudos chocan. El acto sexual de un hombre con otro no implica necesariamente la autoidentificación inmediata como homosexual, y ese es el sentir de Leo; el joven, en su proceso de aceptación, sabe que deberá pasar por momentos de rechazo caracterizados por el insulto y los términos despectivos, pero él no está dispuesto a recorrer ese camino. El idilio juvenil se torna oscuro cuando surge el miedo de Leo a ser descubierto por sus familiares y amigos. Su inseguridad es tan grande que prefiere sacrificar el amor que siente por Fito y seguir guardando las apariencias. A diferencia de Mauricio, Fito se esfuerza por contarle a su madre viuda (Mónica Dionne) acerca de sus preferencias y del creciente romance que tiene con Leo, pero las palabras de consolación de la madre no llegan en el momento oportuno , cuando el joven requiere de consejos, y sólo se manifiestan más tarde, cuando la decepción amorosa ya ha ocurrido. Este relato ofrece una mirada convincente sobre un joven en el dilema de aceptar su condición o rechazarse a sí mismo. El tratamiento de esta problemática es examinado desde la postura de Leo. Los factores familiares –aquellos que le impiden asumirse como homosexual– no aparecen en pantalla, constantemente son aludidos, pero el director prefiere no mostrar la dinámica al interior del círculo familiar del joven y enfocarlo a él.

El tercero de los relatos, luna llena, se centra en una consolidada pareja. Hugo y Andrés llevan diez años juntos, pero las actitudes de uno le molestan al otro. Han establecido una rutina que incluye elaboradas cenas con amigos, pero estos detalles comienzan a ser asfixiantes y abrumadores para Hugo, quien en secreto mantiene un amorío con otro hombre. Las consecuencias de este descubrimiento y el deterioro de la relación no tienen el suficiente tiempo en pantalla como para ser desarrolladas con precisión y cautela; por una parte vemos a un frágil Andrés, poseedor de una convicción singular para aferrarse a su hombre, pero por el otro lado, no se muestran las luchas internas, dudas y confusiones de Hugo, y todo se simplifica al deseo sexual de estar con un macho, con un hombre rudo y fuerte como Sebastián, y no con un chico delicado, y a veces amanerado, como Andrés. Velarde opta por compartir en mayor medida el punto de vista de Andrés, para colocarlo como una víctima, y transmitir la sensación de que hay un villano. Los diálogos nos dan la información sobre los 10 años que llevan juntos; a partir de ahí, se nos muestra cómo se desmorona su relación, y aunque los actos de Andrés podrían asociarse al amor y al perdón, también se inclinan a la obsesión y el miedo de permanecer solo. En esta historia se percibe lo que en las dos anteriores no había sido un conflicto: el tiempo. El intento por arropar cuatro historias en el formato de un largometraje de poco menos de dos horas, le resta importancia al tema del amor, y éste se ve socavado por la obsesión, el miedo (por parte de Andrés) y el hartazgo (Hugo) de los protagonistas.

La última historia, cuarto menguante, tiene como protagonista a Joaquín, un poeta y profesor universitario retirado, casado con una amable esposa, con dos hijas que lo admiran y con nietos. El hombre acude a un sauna gay donde admira el cuerpo de un sexoservidor; el anciano desea un encuentro sexual con el joven, pero no tiene el dinero suficiente para cubrir el pago del servicio. Aunque Echánove brinda una actuación conmovedora de un hombre viejo que busca desahogarse intentando cumplir un deseo –quizá reprimido durante varias décadas–, la segunda mitad del relato se percibe ingenua y forzada exhibiendo una especie de admiración poco verosímil que el joven escort siente hacia el viejo, cuando durante gran parte del relato sólo se dedicó a rechazarlo. Este segmento marcha en dirección contraria a como lo habían hecho los tres anteriores; aquí no vemos una búsqueda de identidad, ni una fase de descubrimiento y aceptación, ni mucho menos una lucha por el amor, sino sólo una firme intención de satisfacer un deseo sexual reprimido.

Aunque está claro que la construcción social de la homosexualidad en América Latina no puede ser considerada como una experiencia homogénea, es evidente que las imágenes de la persona gay que circulan en el imaginario social (alimentado por expresiones culturales como la televisión, la literatura y el cine) todavía favorecen la idea del hombre gay afeminado como la encapsulación de la homosexualidad latina. El filme rompe con este esquema de representación incompleta y plagada de estereotipos respecto al homosexual. Cuatro lunas se muestra en contra de la fórmula del gay afeminado (salvo Andrés que actúa así sólo en la reunión con sus amigos, y lo hace más por ser el centro de atención). A lo largo de los relatos se evita utilizar  la palabra “gay”, pero los dilemas de los personajes entre la necesidad de callarse o, al contrario, salir a la luz, giran en torno a esta redefinición de una identidad orgullosa. La identidad gay es una construcción y una lucha permanente que dan un eco público a los dramas interiores de cada individuo buscando una plena exhibición de la diversidad. 

La representación de una homosexualidad liberada de los estereotipos del homosexual afeminado tiene un potencial reflejado en dos de los personajes (Leo y Joaquín): la homosexualidad puede estar escondida dentro de cualquiera, sin posibilidad de ser reconocida a primera vista. Esta ambigüedad es sostenida por los intentos de ellos dos de esconder su homosexualidad detrás de una fachada oficial heterosexual, cumpliendo con sus respectivos deberes. Cuatro lunas adopta un modo de representación visual de una homosexualidad moderna sin roles sexuales atribuidos de manera definitiva (de acuerdo a la relación activo/pasivo). Se evita una representación explícita de los roles sexuales desempeñados, y sólo se sugiere que esos roles son intercambiables, e incluso, esta discusión resulta irrelevante porque al filme le interesa retratar cuatro historias de amor entre seres humanos. El “amor” (o cualquiera que sea el sentimiento que trasciende el acto físico) le da fuerza a los personajes para aventurarse a pesar del entorno social adverso, y para combatir la hipocresía.

 
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