No creo que haya mayor sorpresa en el documental del reportero Loret de Mola y el director Juan Rulfo, ¡De panzazo!, que saber que la verdad que está por sernos revelada, según nos anuncia la voz en off del propio de Mola en la introducción, sea que la educación en México es deficiente, insuficiente, insatisfactoria, menor a los estándares de calidad de países de primer mundo, que esté controlada para mal en gran parte por el sindicato de maestros y que sea ésta, en gran medida, un augurio de un futuro sin holganza económica, entre otras cosas. ¿Qué ciudadano mexicano no sabe que la educación es un problema en nuestro país? Incluso, en el propio documental, aparece gente del campo –gente que ha tenido los accesos más limitados a esta educación– reclamando esta condición, exclamando que sus hijos no serán aceptados en escuelas fuera de su pueblo porque la precariedad es un eufemismo para la educación a la que están restringidos. Quizá de Mola debió escuchar con más atención a sus entrevistados para darse cuenta de que su descubrimiento no es novedad alguna.
Una vez introducido de manera tan ridícula, incluso ofensiva para el público, el tema del documental, lo que resta es una sucesión de lugares comunes en aceptable formato de reportaje televisivo, construido sin un ápice de autocrítica. Loret de Mola apunta en contra de Elba Esther, la Secretaría de Educación Pública, el gobierno federal, los profesores, los padres de familia, los alumnos. Todos somos presuntos culpables. Sin embargo, jamás se cuestiona qué papel tienen los medios de comunicación –de Televisa, empresa para la que trabaja, ni hablamos– en la educación de México; tampoco se pregunta si el papel de Cinépolis, la cadena exhibidora de cine más poderosa de Latinoamérica, que con este documental ejerce como distribuidora por segunda ocasión, al otorgar más del 80 por ciento del espacio en salas a películas de corte meramente comercial tenga algo que ver con las preferencias de su objeto de estudio. Esta mención sí hubiera sido una revelación. El filme no es capaz de señalar las consecuencias negativas de la falta de educación más allá de las económicas (que además sustenta con una sucinta aparición de Federico Reyes Heroles). Sus argumentos carecen de humanismo. Tampoco repara en los detalles ni en la subjetividad de quienes aparecen en pantalla. En este sentido se extraña la agudeza que Rulfo ha demostrado en trabajos previos, aunque sea precisamente su buen ojo lo que sostiene buena parte del documental. Por su parte, de Mola revela que esa profesión que con tanta avidez ha cosechado a lo largo de los años no da para un trabajo que trascienda su imagen. Perogrullo: la pantalla chica no es igual a la pantalla grande.
En su impecable traje, de Mola intenta erigirse como el superhéroe del pueblo. Me recordó a Javier Alatorre cuando reporteaba vestido de lino chorreando agua al inicio de algún huracán en la costa de la república. Lucía como una figura ajena al contexto. El contexto era la angustia de la gente. De Mola camina por las polvorientas calles del Centro Histórico intentando encontrar las oficinas de la SEP. Le faltó su chalequito beige. Me sorprende que alguien tan informado y preparado como él es o debería ser no sepa de la existencia de la Ley Federal de Transparencia y de Información Pública, ni del InfoMex, sistema en línea a través del cual se pueden hacer solicitudes de información al gobierno federal, y que muchos reporteros, como él, usan como una herramienta de trabajo, o que tampoco sepa que para preguntar cualquier cosa físicamente a cualquier dependencia federal se deba acudir directamente a su Unidad de Enlace y que las direcciones y teléfonos de éstas (cada dependencia tiene una) deben estar, por ley, en el Portal de Transparencia. Me imagino que de Mola no sufre las carencias que muchos alumnos sí, y que sí tiene Internet, hasta en su celular. Claro que si hubiera recurrido a los caminos oficiales no hubiera podido recorrer el centro haciéndola de su propio patiño, alimentando esa falsa ingenuidad tan de moda en estos días para hacer reír y que acaba por trivializar cualquier tema, incluso los mayúsculos, como el de la educación.
Él es, pues, un entretenedor ante todo, un entretenedor para un pueblo de maleducados, que confía en demasía en la ignorancia de sus espectadores. ¡De panzazo! lo subraya a través de la simplificación –paradigmáticas en este sentido son las animaciones que ilustran las estadísticas que en al menos una ocasión pierden exactitud a favor de la polémica– y del tono paternalista y supra-optimista que construye para invitar a la acción. Él cambiará México. ¿Cómo? Definitivamente no será haciéndolo pensar.