Reseña, crítica Déjame entrar (Let Me In) - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
Let Me In
Déjame entrar (Let Me In)
 
EE.UU.
2010
 
Director:
Matt Reeves
 
Con:
Kodi Smit-McPhee, Chloë Grace Moretz, Richard Jenkins
 
Duración:
116 min.
 

 
Déjame entrar (Let Me In)
Publicado el 21 - Ene - 2011
 
 
Mientras que la primera versión se hizo famosa por revertir el sentido del horror, por tratar a las criaturas y las matanzas de manera sutil, más como un pretexto para mostrar el ambiguo punto en el que se disuelve lo correcto y lo incorrecto, la versión de Reeves enfatiza, exagera incluso, la agresividad de los vampiros. - ENFILME.COM
 

De lo sutil a lo grotesco 

La fascinación por los vampiros ha cambiado de matices a través de la historia del cine: la imagen seductora y misteriosa que inspiraba Bela Lugosi en Drácula (1931) se volvió violenta y despiadada en Blade (1998), algo incómoda y chistosa en Buffy: la cazavampiros (1992), hasta terminar en la del hombre perfecto del que todas las mujeres se quieren enamorar, encarnada por Edward Cullen protagonista de la saga Crepúsculo, responsable de la actual fiebre por los vampiros que nos acecha.

 

Dentro de este contexto, el escritor sueco, John Ajvide Lindqvist, publica en 2004 su novela Let The Right One In que narra la historia de Oskar, un niño solitario víctima de abusos en la escuela, que conoce a Eli, una persona extraña que sólo sale por las noches, huele extraño y con una apariencia andrógina. Sus ocasionales encuentros se convierten en una inocente y bella amistad que no se ve opacada ni cuando Eli se confiesa una sedienta vampira que se alimenta de la gente más vulnerable del barrio. Se trata de una historia sencilla, que navega con gracia entre lo gore y la inocencia, que indaga en la ingenuidad en los ojos de un niño de doce años, y que así cambia el concepto hollywoodense de las relaciones agresivas entre vampiros y humanos.

 

De esta historia nacen dos adaptaciones. La primera es la sueca, llamada en inglés Let The Right One In (2008), en la que el director Tomas Alfredson le da un tratamiento de exquisita delicadeza e ingenio a la historia de amor entre los dos niños de doce años que viven en Estocolmo, él, triste y solitario, ella, condenada a la necesidad de sangre para sobrevivir.

 

La segunda versión fue realizada por Matt Reeves, que en 2008 mostró al mundo una nueva manera de hacer cine de horror con Cloverfield (2008), un filme que fue definitivo para que el autor de la novela le diera el visto bueno. Utilizando herramientas en boga, como la estética indie de falso documental, creó una narrativa fresca que sorprendió a críticos y al público por igual.

 

Su versión, Déjame entrar (Let Me In) (2010), tiene como columna vertebral la misma historia de Owen (Smit-McPhee), ambientada en los años ochenta, con edificios habitados por gente de dudosa moral, pero situada en Nuevo México. En esta versión, Owen, además de ser atormentado por sus compañeros de clase, tiene una madre alcohólica y un padre ausente, en proceso de divorcio. Owen pasa su tiempo libre solo, observando sus alrededores generalmente con un telescopio, y es así que conoce a Abby (Moretz), que vive con un adulto que aparenta ser su papá.

 

Mientras que la primera versión se hizo famosa por revertir el sentido del horror, por tratar a las criaturas y las matanzas de manera sutil, más como un pretexto para mostrar el ambiguo punto en el que se disuelve lo correcto y lo incorrecto, la versión de Reeves enfatiza, exagera incluso, la agresividad de los vampiros. Su filme carece de la sutileza del original y de lo arriesgado de Cloverfield, es en cambio un cine digerible, que explica situaciones evidentes con tono didáctico y convierte una historia tierna y escalofriante en una vulgar y sangrienta película de terror. ¿Eres un vampiro?, le pregunta Owen a Eli, cuando esto ya lo vemos ya en pantalla.

 

Tiene varios buenos elementos que la sostienen, una fotografía impecable, la gran actuación de Kodi Smit-McPhee y Cloë Moretz, y la inclusión de nuevas escenas y subtramas en la historia, como la problemática del aparente padre (Jenkins). Pero estas aportaciones se ven opacadas por los efectos especiales que hacen de la niña de doce años, de carácter angelical y perturbador a la vez, un monstruo de ojos brillantes y boca deforme.

 

Los temas centrales ya no son la soledad, el amor entre los niños, ni la coexistencia del bien y el mal, sino a un dilema simplista, donde todo lo ajeno es malo y amenazador, y un mensaje, demasiado evidente, en contra de la problemática del acoso escolar en Estados Unidos.

La atmósfera de seducción y amenaza tan bien lograda por el primer director es destruida por los elementos narrativos de un thriller taquillero, empezando por el misterio policial. Gran parte de la tensión se construye a partir de la búsqueda del asesino serial responsable de las muertes. Sobran también los mensajes sarcásticos, la imagen en la televisión que dice: “Son las diez de la noche ¿Sabe donde están sus hijos?” y música de notas agudas en los momentos de expectación. Aún así es una película disfrutable, pero muy lejos de la sutileza que requiere la historia para ser contada.

 
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