Aquí puedes ver nuestra entrevista con el director de 'Despertar el polvo', Hari Sama
Despertar el polvo (2013), tercer largometraje del realizador mexicano, Hari Sama (Sin ton ni Sonia, 2003; El sueño de Lú, 2011), posee un aire de tragedia griega que arropa una historia de pecado, castigo y redención, mediada por un trayecto violento, en un contexto urbano y explícitamente cruel.
El argumento del filme está dividido en dos partes. La primera de ellas focaliza toda su atención en el personaje principal y el espacio que habita; la segunda, expone la violencia, venganza y corrupción como dinámicas cotidianas del hábitat del protagonista. Chano (Donaciano Hernández) es un vagabundo, un hombre errante que ha renunciado a su pasado y a cualquier tipo de bien material. Sólo busca sobrevivir recolectando botellas de plástico y cartones para venderlos y obtener unas míseras monedas que intercambia por un poco de comida y alcohol. El hombre en absoluta soledad tiene una acción carente de sentido. Para los pensadores existenciales como Søren Kierkegaard o Jean-Paul Sartre esto produce angustia, pero el aislamiento social y la renuncia a la vida material, le permiten, a Chano, rebasar los límites de lo humano alcanzando un nuevo orden de comprensión. La figura del vagabundo lleva a cabo un proceso de ruptura; él constata una ausencia de correspondencia entre su ser y las condiciones hostiles de existencia que lo rodean. Éstas son capaces de imponerle sus propios límites, por ello es que ha decidido renunciar a la esfera de lo material.
Despojado de cualquier aspiración o ambición, Chano camina lentamente sin rumbo fijo por las calles del Campamento 2 de Octubre (una de las colonias más peligrosas de la Ciudad de México, que se ubica en la Delegación Iztacalco); su desplazamiento refleja pesadumbre, y es captado con mucha paciencia por la cámara del cinefotógrafo, José Casillas. Este último y Hari Sama, el director, evidencian un ojo agudo e intuitivo para que, sin recurrir a una puesta en escena artificial –no se utilizan sets de filmación, sino que emplean locaciones in situ–, los elementos urbanos estén presentes en cada uno de los planos que proponen. Paredes grafiteadas, puestos de “chácharas”, tianguis, negocios de talachas, puentes peatonales, viejas unidades habitacionales, callejones solitarios, avenidas transitadas, deportivos y parques abandonados, conforman una atmósfera decadente y miserable que sirve como refugio de otros indigentes, o de jóvenes y adultos inmersos en el tráfico, consumo de droga y otras actividades delictivas. El diseño sonoro de Pablo Lach recupera los sonidos del barrio –aquellos que contienen el rápido pasar de los carros, el estridente ruido del claxon, las voces de vendedores ambulantes o la música de los sonideros– para complementar el retrato documental de un ambiente urbano y sórdido.
La sosegada y apacible rutina del vago se ve interrumpida cuando su hermana (Mercedes Hernández) le avisa que su sobrino ha sido detenido y encarcelado injustamente. Chano está frente a un dilema decisivo: elegir entre el deber (social) y el deseo (personal). Puede aceptar el llamado o renunciar. El filme no profundiza en esta situación de crisis personal; el personaje no se muestra vacilante y no se complejizan las razones por las cuales decide volver al sombrío mundo que pensaba superado. Una vez aceptado el reto, Chano actúa con apego a las consecuencias que se propician a su alrededor. Quizá en el trayecto conozca y descubra el verdadero sentido de su existencia, o también pueda redimirse de su tenebroso pasado. El protagonista no asume el papel de víctima resignada ante un destino adverso del que ya huyó en una ocasión cuando decidió ser vagabundo; tampoco se convierte en la víctima pasiva e indiferente en un mundo que le resulta peligroso. Así que decide sumergirse al inframundo de la delincuencia, corrupción y sobrevivencia. Chano es una efectiva combinación del héroe trágico (hombre con pasado oscuro) y el iluminado (aquel que ha logrado desprenderse del mundo material para alcanzar el estado de trascendencia elevándose sobre lo terrenal) que acepta el llamado, si es por compasión o para expiar sus culpas termina siendo secundario. La duda queda plantada, y eso le otorga complejidad al personaje.
Filmado en las delegaciones Iztapalapa e Iztacalco, la película da presencia y voz únicamente al personaje de Chano. El contexto urbano funciona como marco dentro del cual se desarrolla la historia de transformación, castigo y redención del hombre. En este sentido, la intimidad del aislamiento y resentimiento de él es muy similar a la de la protagonista de El sueño de Lú; tanto Chano como Lú cargan con un pesar y un luto –aunque en el caso del personaje de Úrsula Pruneda es mucho más específico el origen de ese dolor– y mientras en el filme de 2011, Sama condujo a Lú de un ambiente citadino de clase media hacia un paisaje natural donde el mar y las ballenas conformaban un telón catártico, aquí parece que busca confinar a Chano en un tosco espacio sin escapatoria. La mayoría de los planos que utiliza el director en la primera parte se rigen bajo el sentido de la contemplación; planos de larga duración y carencia de diálogos donde la mayor parte del tiempo Chano interactúa con el lugar que habita. A veces se logra, mediante la cámara fija, un plano abierto, cuya dinámica al interior del cuadro depende del movimiento del actor. En la segunda parte del filme, predomina la cámara en mano que acompaña el transitar del protagonista en situaciones de amenaza y riesgo.
Inmerso en la dinámica urbana, Chano vuelve a ejecutar y padecer las acciones de las que había huido; busca la ayuda de sus compañeros delincuentes, roba por su propia cuenta, es acechado constantemente por los policías corruptos. Y lo vemos hundido en absoluta soledad en los momentos que debe tomar decisiones cruciales. Él es un espejo de la vida humana en sus momentos determinantes; tiene limitaciones (físicas, económicas, sociales, culturales), pero cree que sus aspiraciones son ilimitadas. Su derrota o victoria están mediadas por el dolor y por las disyuntivas que confronta. En el riesgo del error o el triunfo, Chano pone a la vista del espectador no sólo la valentía y la miseria, sino la existencia de un sistema de terror y agresión –que él mismo padece y ejecuta–. El filme no recurre a la estetización de la violencia para representarla dentro de un marco artístico, sino que la película propone pensar la experiencia transgresora desde su forma más visceral, desde su crudeza e inmediatez, y cómo ésta configura al sujeto en relación con su espacio y con los otros.
La idea de un héroe victorioso, inmerso en un contexto tan adverso, no ayudaría a profundizar en la naturaleza y el destino del ser humano, es por ello que se requiere un personaje al borde del precipicio; su angustia y terror se vierten en el público, y su padecimiento despierta piedad y misericordia. A pesar del cruel desenlace, el filme emana una sensación ambigua de esperanza y desesperanza. Despertar el polvo es contemplativa del mismo modo que es violenta, muestra una humanidad decaída y decadente que ha sido aplastada bajo el poderío de las redes tejidas por la misma humanidad. El filme retrata el miedo y la angustia como los reflejos del sufrimiento humano; son el presentimiento de la ruina, son la conciencia de la carencia. El riesgo y la agonía de la muerte forman parte del andar del protagonista; su grandeza consiste en, a pesar de ello, aceptar ese camino.