Himno a la existencia
El árbol de la vida se construye con el material del que están hechos los recuerdos infantiles: imágenes, texturas o estados de ánimo intensos y conmovedores que van desde la dicha extrema hasta el miedo o la desolación. Al inicio podemos casi sentir que estamos penetrando invasivamente en la mente de Jack. Pero muy pronto descubrimos que esa invitación a una intimidad tan cercana se construye a un nivel personal con nuestra propia identidad.
Las hermosas secuencias se relacionan inevitablemente con experiencias que tuvimos de niños. El director logra un efecto casi imposible: el fenómeno por el que podemos activar en nuestra memoria esas sensaciones de inocencia, amor desmedido por los padres y auténtica felicidad, como sucede cuando un olor olvidado nos transporta en al pasado.
Terrence Malick (The Thin Red Line, 1998) se aventuró a situar el inicio de su historia en el origen mismo del tiempo. Nos encontramos con fragmentos espectaculares de la creación de las galaxias, la evolución de las especies, las eras glaciares o el comportamiento de las células. Con un eco a la épica natural solamente vista en 2001: Odisea del espacio(Kubrick, 1968), intuimos que el personaje principal intenta justificar su propia existencia proyectándose hacia una causalidad infinita (Malick consultó al encargado de los efectos especiales de la cinta de Kubrick, que no había participado en una película en casi tres décadas).
Se ha sugerido que el tema del filme es la problemática relación entre un hijo y su padre. En realidad trata más sobre esa visión polarizada de la infancia en donde los padres, a pesar de ser percibidos como semidioses, pueden encarnar la bondad desmedida o el mal puro. Escenas perturbadoras de una familia que sufre de la violencia de un padre abusivo y estricto, se compensan emocionalmente con una madre que tiene un aura casi virginal, una presencia angélica. Aquí sin duda la revelación es el trabajo de la hasta ahora virtualmente desconocida Jessica Chastain. No podemos decir lo mismo de Sean Penn, que es casi un accesorio (comentó en entrevistas que no fue capaz de transmitir emoción en la filmación, a pesar de haber quedado seducido por la belleza del guión). Por su parte, Brad Pitt tiene una actuación consistente pero no tan memorable.
Aunque para algunos el proyecto es tedioso por la aparente lentitud de la narrativa y puede parecerles demasiado pretencioso, el resultado final justifica su ambición. Las largas pausas que permiten la introspección nos dejan con un estado de ánimo cambiado. Finalmente, ese es uno de los fines más elevados a los que puede aspirar el arte.
Si ponemos atención, descubrimos que uno de los elementos principales proviene de la habilidad artística de uno de los niños, que además debe sufrir y pagar un alto precio por su nobleza y sensibilidad. Por ello, uno de los grandes logros de la cinta es el contraste tan marcado entre la vida suburbana en los años 50 contra la frialdad vacua de la era moderna.
Aquí se consigue una inusual compenetración con el espíritu de los espectadores. Aquellos que sean lo suficientemente sensibles conseguirán apreciar esas emocionas y querrán ver la película una vez más. También disfrutarán armar el rompecabezas de la narrativa no linear, que culmina la precisión de los elementos de una película extraordinaria.