Por Ricardo Pohlenz
Si algo hace Michael Winterbottom a lo largo de su filmografía es eludir toda posible tipificación, estilo o modo. Más allá de sus propios saltos entre el engaño del formato documental (Road to Guantánamo, 2006) y la retórica de la que no pueden deslindarse algunos géneros (9 Songs, 2004), lo que queda como posible hilo conductor entre sus películas es la exploración de las patologías humanas a partir de su relación con sus recipientes formales: una ventana a la cultura y sus trastornos. Winterbottom ensaya desde lo que se deja sentir como una puesta en escena museográfica sobre los mecanismos y puntos de identificación que han definido la cultura visual y el efecto que han tenido sobre la percepción de lo real, sea periodismo o pornografía.
Esto hace la diferencia, como autor, al entregarse a un proyecto como The Killer Inside Me (2010), revisión de los lugares comunes de la literatura de explotación a partir de la adaptación de una de sus más peculiares joyas emblemáticas, la novela pulp homónima de Jim Thompson, situada en una pequeña ciudad de Texas a mediados de los cincuenta. Winterbottom pone en manifiesto más de un síntoma del malestar cultural en el que está parapetada la sociedad estadounidense.
El alguacil Lou Ford (Casey Affleck) hace una evaluación moral de sus propios actos como una consecuencia inevitable frente a la violencia ritual que inflige en contra de las mujeres que ama: su novia Amy (Kate Hudson) y la prostituta del pueblo (Jessica Alba). La brutalidad de Ford contrasta con la franqueza con la que se declara: “Por estos rumbos, si no eres un caballero no eres nada”. La violencia literalmente gráfica de las escenas, embellecida en lo mórbido de su fuente original hace catálogo de fantasías a las que aspira un grupo social que se diluye entre convenciones y sobreentendidos.
Dada la vocación siempre controvertida de Winterbottom, el fondo político del filme se deja deducir demasiado fácilmente. El camino de muertos que siembra Ford para salvarse y la impunidad señalada que lo persigue hasta la revelación moral de una última vuelta de tuerca se puede confundir con los patrones que sigue una nación para cuidar sus intereses. Se trata más bien de la representación de un ideal embellecido, tan incómodo como fascinante, donde cabe igual la distancia idílica de los cuadros de Edward Hopper que la exhuberancia inerme y provocadora de la portada de un pulp. Atrás se esconde y se legitima una sociedad que ve para sí en la salvaguarda de una ilusión.