Aquí puedes escuchar el soundtrack de El dador de recuerdos
Por Luis Fernando Galván (@luisfer_crimi)
Desde que Jeff Bridges leyó The Giver, novela de Lois Lowry –publicada en 1993 y ganadora del prestigioso galardón literario, la Newbery Medal en 1994–, el actor procuró adquirir los derechos para una adaptación cinematográfica. Después de 20 años, y varios intentos fallidos –en alguno de ellos Jeff quería que su padre, Lloyd, actuara–, consiguió participar como actor y productor del proyecto. Dirigido por Phillip Noyce (Patriot Games, 1992; The Bone Collector, 1999; Salt, 2010) y con guión del debutante Michael Mitnick, El dador de recuerdos (The Giver, 2014) plantea las dudas y preocupaciones de Jonas (Brenton Thwaites), un joven que, antes de su graduación, una ceremonia en la que se le asignará el trabajo que desempeñará por el resto de su vida, se percata de su habilidad de “ver más allá”. Debido a su don, es elegido por el Consejo de Ancianos como el Receptor de Memoria; esto implica que pronto conocerá los secretos, sucesos y manifestaciones que existían en el mundo antes del surgimiento de la civilización en la que habita, y que han sido borrados de la memoria de los habitantes de La Comunidad, una nueva sociedad construida sobre rígidas reglas que goza de igualdad y equilibrio.
En esta sociedad aparentemente ideal se expresan cuatro técnicas de disciplina estudiadas y planteadas por Michel Foucault en Vigilar y castigar (1975): la distribución (la disciplina proviene de la manera en que se estructura la ciudad y cómo se distribuyen los habitantes en ese espacio; en este caso, estructuras funcionales carentes de adornos, diseñadas a partir de líneas rectas, con paredes lisas y blancas, fachadas limpias y sobrias que, en conjunto, recuerdan la arquitectura neoplasticista de Mies van der Rohe), la organización (es la manera en que el sistema educa y prepara a los individuos para cumplir determinadas tareas), el control de la actividad (todo está regulado en beneficio del conjunto y no del individuo) y la composición de las fuerzas (sumar los talentos de los individuos para el bienestar de la comunidad). Aunado a ello, La Comunidad está permeada del panóptico –otro elemento que el filósofo francés, Foucault, retoma del padre del utilitarismo, el inglés Jeremy Bentham– que consiste en analizar cómo la vigilancia continua produce individuos dóciles y autodisciplinados. Es decir, los valores culturales que predominan en el mundo de Jonas son la conformidad y la obediencia, que se materializan en una gélida homogeneidad. Detrás de esta maquinaria de orden, hay algo que al protagonista le parece atroz: más allá de la igualdad entre los individuos, existe un sistema rígido que adormece y distorsiona la libertad y la capacidad de elegir.
Bajo las órdenes de El Dador (The Giver, interpretado con una expresión constante de melancolía y dolor por parte de Bridges), Jonas comienza su entrenamiento para convertirse en El Receptor y conocer la historia humana con sus momentos más gloriosos y aberrantes. El joven actor Brenton Thwaites –a quien este año lo vimos como el príncipe que salva a Aurora en Maléfica (2014)– limita su actuación a mantenerse boquiabierto para transmitir –fallidamente– sus sensaciones de sorpresa. Los conocimientos adquiridos y los secretos revelados son ilustrados por la fotografía de Ross Emery (Underworld: Rise of the Lycans, 2009), que conforme se desarrolla la película avanza desde un silencioso blanco y negro hacia la saturación del color. Al mostrarle a Jonas la belleza del mundo y el resplandor ocasional de las personas, la riqueza que existe en los matices, fuera de maniqueísmos, el director Phillip Noyce nos lo muestra también, inevitablemente, a los espectadores. Por desgracia, la decisión de emplear un montaje frenético de una cadena de lugares comunes –imágenes de bebés sonriendo, mascotas, gente rezando, la tranquilidad del mar, las conglomeraciones y celebraciones de los jóvenes en conciertos masivos– no logra ningún efecto de empatía, trascendencia y, mucho menos, sorpresa..
Contrario a la utopía planteada por Thomas More como una sociedad ideal, El dador de recuerdos exhibe una distopía que construye a la sociedad perfecta encabezada por la Líder (interpretada sobriamente por Meryl Streep, aunque inoperante, no por la actuación, sino por su personaje) mediante el ocultamiento de la verdad para controlar a los habitantes. Tanto la novela como el filme son una reinterpretación de la alegoría de la caverna de Platón, con ecos a distintas obras literarias sobre proyecciones del futuro que incitan la reflexión del presente: Un mundo Feliz (Aldous Huxley), La fundación (Isaac Asimov), Fahrenheit 451 (Ray Bradbury) y 1984 (George Orwell). Al igual que la novela, el filme opta por abordar de manera simplificada y en un formato digerible varias preocupaciones filosóficas y conceptos existenciales ligados al dilema sobre qué es más importante en la vida humana: el confort, la seguridad y el progreso colectivo, o el amor, las diferencias individuales y la libertad para tener la capacidad de tomar decisiones propias. Lowry, la escritora, estaba interesada en dirigirse a un público juvenil; de ahí que, a diferencia de Huxley, Orwell o Platón, trace el camino de un personaje adolescente (en la novela tiene 12; en la película, 16; y el actor que lo interpreta, 25) en un lenguaje sintetizado. Esto es sintomático de las novelas coming-of-age y del género Young Adult: se retratan los deseos y ansiedades de un joven que desconoce su misión en la vida, pero que, a pesar de su temor de no saber qué hacer en el “aquí y ahora”, encuentra su función, asume sus responsabilidades, ejecuta sus tareas y también cuestiona su entorno. Todos, rasgos con los que muchos adolescentes se identifican. Eso explica el éxito que ha tenido una novela que revalora la confusión de sentimientos a temprana edad, la curiosidad juvenil y el despertar sexual.
Aunque la obra de Lowry adquirió mucha popularidad en la década de los noventa –además de la controversia que causó entre los padres de familia que la consideraban demasiada madura y éticamente ambigua–, el filme llega 21 años después en una época dominada por The Hunger Games y Divergent. Seducido por estas sagas, y aunque en términos generales respeta la estructura de la novela, Philip Noyce opta por agregar algunos detalles: el surgimiento de un pequeño romance innecesario entre Jonas y su amiga Fiona (Odeya Rush), y un enfrentamiento contra su amigo Asher (Cameron Monaghan) que es aprovechado para elaborar una persecución propia del cine de acción. El dador de recuerdos es un producto que se deja arrastrar por la corriente de los blockbusters que han cautivado recientemente al público juvenil, traicionando su fuente de inspiración, una novela que tenía el objetivo de crear disidencia y despertar a las mentes más frescas.