Reseña, crítica El espejo del arte - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
El espejo del arte
El espejo del arte
 
México
2014
 
Director:
Pablo Jato
 
Guión:
Pablo Jato
 
Edición:
Pablo Jato Duración:
96 min.
 

 
El espejo del arte
Publicado el 18 - May - 2015
 
 
  • Reseña. El espejo del arte, de Pablo Jato,   propone una aguda crítica al complejo sistema del arte   contemporáneo.  - ENFILME.COM
 
por Luis Fernando Galván

En su documental, El espejo del arte (2012-2015), Pablo Jato, director y diseñador audiovisual con una amplia trayectoria en televisión, propone una aguda crítica al complejo sistema del arte contemporáneo. Después de asistir a la Feria Internacional de Arte Contemporáneo ARCO, en Madrid, España, Jato se propuso indagar sobre aquellas obras que alcanzaban exorbitantes cifras; ¿por qué aquellos objetos que transmitían pereza, mediocridad, superficialidad, ineptitud y repetición eran capaces de ser valuados a tan altos precios?. Mediante una serie de entrevistas –la mayor parte de ellas realizadas durante las más recientes ediciones de Zona MACO (Feria de Arte Contemporáneo que se lleva a cabo en la Ciudad de México)– a galeristas, directores de museos, coleccionistas, promotores y curadores procedentes de diversas partes del mundo –principalmente América Latina, Estados Unidos y Europa–, Jato busca evidenciar la falta de un consenso respecto a los conceptos básicos que rigen las dinámicas del arte que se produce en la actualidad; no hay, por ejemplo, una definición global que permita unificar las múltiples expresiones y manifestaciones que hoy en día abundan. Incluso, el director va más allá y logra desnudar –mediante preguntas directas (¿Qué es arte? ¿Cómo se le ponen precios a la obra? ¿Existe una mafia en el arte? ¿Debe aceptarse la mediocridad como corriente estética?) que ponen en aprietos a más de uno de los entrevistados– la hipocresía, el cinismo, la avaricia y los intereses económicos que rigen el sistema del arte contemporáneo.

El filme carece de dinamismo; los entrevistados aparecen en pantalla a modo de talking heads, se emplean gráficas austeras y muy modestas en su diseño, pero la mayoría de los intertítulos son bien utilizados para brindar información oportuna respecto a los temas que se desarrollan. Irónicamente, aunque es un filme sobre el arte, no tiene la necesidad de verse bien. Dividido en varias secciones, que pretenden desmenuzar el sistema del arte contemporáneo en sus distintos componentes, Jato construye metódicamente su análisis para llegar a una conclusión: el arte contemporáneo es un fraude. Sin embargo, en esta sentencia hay algo que al documentalista se le escapa de las manos: sus observaciones –aunque muchas de ellas son acertadas– carecen de un sustento histórico, teórico y estético.

Desde muy temprano en el filme, Jato compara los frescos de la Capilla Sixtina (1541) de Miguel Ángel con el urinario (La Fuente, 1917) de Marcel Duchamp y con Merda d’artista (1961) de Piero Manzoni. Al dar un salto temporal de cuatro siglos, Jato ignora la evolución de la historia del arte y ahí pierde de vista aquellos factores que motivaron a los artistas del siglo XX a desprenderse del academicismo, del sentido moral, simbólico, religioso y espiritual que durante cientos de años cargó sobre sus espaldas el arte. El realizador aún tiene bien arraigados los ideales clásicos y románticos del arte; en su filme, él ve al artista contemporáneo como un sujeto mediocre, arribista y embustero; al menos así define al máximo representante de este circuito, Damien Hirst. Éste, en 2008, rompió el récord mundial de una subasta dedicada a un solo artista; el espectáculo orquestado por la empresa de subastas, Sotheby’s, reunió 200 millones de dólares en dos días.

En una de sus preguntas, Jato busca saber si aún hay genios en el arte, y aunque Mónica Manzutto (Galería Kurimanzutto, México) insista en que Gabriel Orozco es el nuevo Leonardo Da Vinci, la figura del artista rey, del profeta romántico, del mago creador, del vidente y anunciador del mundo, ha desaparecido. El mito de Van Gogh, el del creador maldito, se ha instaurado en el consciente colectivo y cada vez resulta más difícil alejarse de él. Lo cierto es que el artista contemporáneo es un operador, un mediador social, un hombre de negocios, un comunicador, un productor capitalista, un agente inmerso en el sistema que se rige por el mercado, las ganancias, la velocidad, la inmediatez y el dinero. A pesar de las características del ‘nuevo artista’ –que al documentalista le parecen frías y desesperanzadoras– existen artistas que, sin ejercer un rigor total sobre el concepto de ‘mímesis’ (el arte es la imitación de la naturaleza), logran deslindarse un poco –más no separarse– del mercado y el sistema capitalista para ofrecer un retrato sutil del mundo contemporáneo. Jato, por desgracia, no nos ofrece este otro lado de la moneda del arte actual; las propuestas serias, críticas, poseedoras de un discurso coherente capaces de transmitir la sensación del agitado ir y venir del mundo de hoy: por ejemplo, el alemán Harun Farocki (y su cuestionamiento al poder de la guerra y las imágenes), la iraní Shirin Neshat (y la exploración de la feminidad en relación con el fundamentalismo islámico), el cubano Félix González-Torres (y su visión poética de la enfermedad, el tiempo y la muerte), el danés Olafur Eliasson (y la relación del hombre con el espacio intervenido), el mexicano Rafael Lozano-Hemmer (y la comunión del hombre con la tecnología) y el chino Cai Guo-Qiang (y su revisión histórica de China para comprender la modernización y occidentalización del país asiático).

A muchos podrá parecerles revelador el discurso de El espejo del arte, pero la propuesta de Jato es uno más de los ataques virulentos, que desde la década de 1970, se manifestaron en contra del arte contemporáneo porque éste apela a la falta de significación, la absurdidad, el carácter de estafador, el rompimiento con el público, la mala influencia moral, su crisis. El dinero, la globalización y las dinámicas del mercado colocaron al arte contemporáneo como un producto cercano a la moda, al tiempo libre turístico, al consumo cultural y a la transformación espectacular del museo en empresa comercial cerca de un parque de diversiones o de un centro comercial (un claro ejemplo de ello, en México, es el Museo Soumaya y el Museo Jumex, que conviven con Plaza Carso).

Además, Jato olvida un factor importante para complementar su análisis y reflexión sobre el arte contemporáneo: el público. El director no pone en aprietos a los espectadores; en su filme, parece que el menos responsable es el público, aquella masa que, motivada por principios morales y una lectura errónea de los discursos artísticos, se manifiesta enérgicamente contra los performances y rituales de Herman Nitsch, al grado de evitar que el exponente del accionismo vienés se presentara en el Museo Jumex de la Ciudad de México el pasado mes de febrero, pero que meses atrás acudieron a un espectáculo de feria instalado en el Museo Tamayo y corrieron a tomarse selfies con los montones de puntitos de colores de la artista japonesa, Yayoi Kusama.

El documental es una propuesta valiente hasta cierto punto, inquisitiva y necesaria para todo aquel que esté interesado en comprender los procesos y dinámicas del arte contemporáneo. Pero también debe verse con ciertas reservas, como un punto de vista más con el que puede estarse o no de acuerdo. El espejo del arte, aunque sus creadores así lo asuman, no es una verdad totalizadora y absoluta de lo que ocurre en ese terreno, pero sí una buena maniobra y estrategia para comenzar el diálogo entre todos aquellos que forman parte del sistema del arte contemporáneo.

 
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