Aunque no todo tiempo pasado fue mejor es un hecho que la nostalgia es alimento del cine. De ella se nutrieron, por ejemplo, las dos cintas que debatieron la mayoría de los premios Oscar de la más reciente entrega: La invención de Hugo Cabret (2011) y El artista (2011). También es la nostalgia uno de los principales sustentos de la realización de una película como El fantástico mundo de Juan Orol que nos invita a mirar atrás y ver de dónde venimos, ver el camino que ha recorrido el cine mexicano enfocándose en uno de sus más prolíficos realizadores aunque probablemente el más odiado por la crítica mexicana y con justa razón. La nostalgia es así, no necesariamente evoca a la calidad, se conforma con el recuerdo; es como escuchar con cariño esa espantosa canción pop que bailabas en sexto de primaria.
“Quisiera saber hablar como un diputado para expresarte lo que siento. Solo quería decirte que lo que quiero hacerte saber, es que te quiero, Nelly.” Dice en la pantalla el verdadero Juan Orol en una de sus películas. Es 1982 y el acomodador sale de la sala casi vacía en la que se le rinde un homenaje al “Rey del churro”. De pronto, el mismo Orol aparece sentado en una silla lamentándose del fracaso de este tributo; en sus tiempos, dice, las salas se llenaban. En seguida, con el pretexto de contarle al acomodador sus aventuras con actrices, el cineasta nos narra con voz propia toda su historia.
Orol fracasó en casi todo lo que intentó desde muy joven, hasta que ingresó a la policía secreta mexicana que fue para él la puerta grande para entrar al mundo del vicio. Gracias a que formó parte de las fuerzas de seguridad fue que conoció de cerca lo que después retrataría en sus películas: la corrupción y la mafia por un lado, y la vida de cabaret y demás lugares de rompe y rasga por el otro. Su mal gusto, en cambio, era natural, y queda claro desde le momento a que decide bautizar a su hijo como Arnoldo, en honor al toro que casi le quita la vida cuando fracasó como matador. Fue la policía también la que lo introdujo al mundo del cine, o bueno, de la filmación, pues era el encargado de darle vuelta a la manecilla de la cámara que proveería testimonio visual de los fusilamientos. Desde el primer momento Juan supo lo que sería el cine para él, un camino fácil para olvidar sus fracasos: “ Es como un juego de niños.”
Como era de esperarse, El fantástico mundo de Juan Orol es un retrato sardónico de la vida y obra del cineasta, pero no duda en tirar dardos que parecen ir dirigidos a la industria contemporánea. Le tira al espectador cuando el director pregunta, como si la respuesta negativa fuese obvia, “¿Tú crees que la gente va al cine a ver cristales romperse?”; le tira a las exhibidoras cuando el mafioso más sucio es también el dueño de los cines, y le tira a la industria en general cuando asegura que "[...] en el mundillo del cine hay unas mafias que te mueres del asco”.
El mayor riesgo que toma esta cinta es el repetir los errores no solo de la obra de Orol sino de buena parte de lo que se hizo en el viejo cine mexicano incluyendo en su llamada Época de Oro. Aquí podemos ver las actuaciones forzadas (confiamos en que es un recurso y no la incapacidad del elenco), los errores de continuidad (Orol toca una puerta vistiendo traje blanco y al cruzarla trae puesto uno negro), las reacciones ridículas ante la muerte al puro estilo de “¡Toritooooooo!”, entre otros. A diferencia de su punto de comparación tan obvio como inevitable, Ed Wood (1994) de Tim Burton, en la que ni un solo pelo parece estar fuera de lugar, aquí el director Sebastián del Amo baña la cinta del estilo del homenajeado. No significa que esto la vuelva una película superior, pero se aprecia la elocuente idea: si vas a rescatar el valor de una obra, hazlo a su manera.
Esta cinta es un documento histórico no solo por su remembranza de un cineasta poco mencionado sino por el retrato cuidadosamente labrado en sus escenografías y vestuarios que realiza del tiempo en el que trabajaba Orol. Nos muestra los avances cinematográficos de los que sus personajes también se vuelven conscientes, como cuando en El artista llega el cine sonoro. Además podemos ver la situación de la época y uno que otro hecho histórico, entre los que destaca el terrible incendio de la Cineteca Nacional.
Esta es una biopic que muestra un arduo trabajo de investigación en la información que proporciona aunque también tiene elementos fantásticos como la presencia de un doble de Orol (su personaje, Johnny Carmenta) que lo ayuda en los momentos difíciles. Sin embargo, ya sea por no dejar fuera lo recabado durante el proceso de investigación o por mostrar la gran cantidad de trabajo que realizó Juan, el director decidió saturarnos con datos de afán enciclopédico que interrumpen el ritmo de la cinta. La película nos lo quiere decir todo y por momentos corre a educarnos en lugar de permitirnos ser parte de los episodios dramáticos o divertidos que podría tener, pero en fin, Orol probablemente lo hubiera perdonado.