Por Enrique Sánchez (@RikyTravolta)
Batman es cosa del pasado. Al menos en el cine, en esa encarnación estrictamente dirigida a un público adulto que comenzó con Batman Begins (2005), este héroe ha quedado atrás, y ahora que en DC están comenzando a establecer su propio universo cinematográfico, han decidido adoptar el modelo establecido por Christopher Nolan. Como era de esperarse, han iniciado esta nueva etapa con el llamado “padre de los superhéroes”, Superman. En el universo de los cómics, escritores reconocidos como Frank Miller, Mark Waid y Grant Morrison trataron de conciliar el mundo dispar de estos dos héroes de una manera muy simple: estableciendo un antagonismo entre ambos. En The Dark Knight Returns −una de las novelas gráficas más importantes de la historia−, Miller convirtió a Batman en un vigilante envejecido que es buscado por la ley, y a Superman en un patético lacayo del presidente de los Estados Unidos; lo interesante es que los transformó en enemigos. Esto es factible porque, en un sentido estrictamente mitológico, siempre habrá una disyuntiva entre Superman y Batman. Si estos héroes hubieran existido hace 2500 años, al primero lo llamarían Aquiles (incontenible, impulsivo y esplendoroso) y al segundo, Odiseo (introspectivo, astuto y reservado). Es por eso que, en su ambición por oscurecer a un personaje que desde un principio fue la resplandeciente encarnación del sueño americano, los creadores de El hombre de acero −Zack Snyder, Christopher Nolan y David S. Goyer− han cometido el error de poner a este héroe en un lugar al que no pertenece: en un punto intermedio entre Aquiles y Odiseo.
Poco podemos objetarle a la primera parte de la película. Los primeros minutos se desarrollan en Kriptón, en donde un científico de nombre Jor-El (Crowe) se enfrenta a Zod (Shannon), un comandante rebelde con un terrible odio hacia los gobernantes del planeta. No hay nada que spoilear aquí, a menos que en verdad todavía exista alguien que no sepa que Superman es en realidad un extraterrestre que fue enviado a la Tierra por su padre antes de que su planeta natal se destruyera. Es bastante el tiempo que Snyder dedica a estas secuencias llenas de efectos visuales deslumbrantes −las cuales, no obstante, se aferran siempre al tono opaco y mortecino al que toda la cinta se ve sometida− y a la catástrofe que Kriptón sufre como castigo a la arrogancia de una sociedad tecnológica. Hasta aquí no hay problema. Russell Crowe incluso interpreta a Jor-El con el mismo estoicismo agraciado que mostró en Gladiador (2000), y aunque lo seguiremos viendo en los momentos climáticos de la película, será en la forma de un holograma −igual que sucedió con Marlon Brando en Superman (1978)−, con una figura acartonada, e incapaz de mostrar cualquier tipo de pasión o exaltación. Es posible que esto haya sido algo deliberado, pues a pesar de contar con un talentoso reparto, Snyder se esfuerza demasiado por colocar a su protagonista muy por encima de los actores de reparto, muchos de los cuales parecen orillados a mostrar su talento a medias. Kevin Costner y Diane Lane están ahí para aportar humanidad al héroe, y Michael Shannon (Boardwalk Empire, 2010-2012), ese actor cuyo semblante se muestra enfurecido hasta cuando está de buenas, solo está para gritar, golpear y conquistar el mundo (la Tierra o Kriptón, da igual; en ambos lugares el inglés es el idioma oficial).
Luego de que Kriptón ha quedado atrás, el escenario cambia y damos un gran salto en el tiempo y en el espacio para encontrarnos a un hombre de mirada pensativa y cuerpo de atleta olímpico, medio desaliñado −no importa cuán andrajosos dejen a este tipo de actores, siempre parecen modelos de ropa interior−, que viaja por un paraje helado y hostil, ocultando su identidad a quienes se cruzan en su camino, todo con el objetivo de resolver sus traumas de la infancia y encontrar su lugar en el universo. Y no estoy hablando de Bruce Wayne en Batman Begins (2005), sino de Calvin Klein, digo, Clark Kent, interpretado con frigidez e impasibilidad por el británico Henry Cavill, quien para fortuna suya muchos ya olvidaron −o nunca se enteraron− que fue el protagonista de la ridícula cinta Immortals (2011). Clark ha emprendido un viaje al Polo Norte para descubrir sus orígenes, y conforme se va acercando a su destino, Snyder nos bombardea con flashbacks de la infancia de Clark con el sello de Nolan por todos lados. No es que esto sea algo necesariamente malo. Nolan sabe cómo comenzar sus historias y dar un trasfondo adecuado a sus héroes, pero tropieza a la hora de ponerlos a interactuar con otros personajes secundarios, en especial cuando son mujeres. Ésta no es la excepción. El talento de Amy Adams, por ejemplo, está ausente por completo en el papel de Lois Lane, la reportera destinada a conquistar el corazón del hombre de acero, y quien a veces solo representa una excusa para incitar a Superman a que realice actos heroicos. De principio a fin, Cavill y Adams se mantienen distanciados a tal grado que hubieran podido sustituir el papel de Lois con el del ingenuo fotógrafo Jimmy Olsen (ausente por completo en esta película), y los resultados habrían sido los mismos.
Antes de que llegue el escandaloso momento climático −alrededor de cuarenta minutos de colisiones y derrumbes del tipo Transformers−, hay un poco de gloria. Es más emocionante y cautivadora, por ejemplo, la secuencia en donde Clark “aprende” a volar (pues hasta entonces se había contenido de usar sus poderes y solo era capaz de dar saltos grandes), luego de ponerse su traje alienígena azul marino que poco se parece al colorido disfraz con calzones rojos al que estamos acostumbrados. Pero el traje es lo de menos. El mayor desacierto es que, por definición, Superman es un héroe que debe inspirar bondad y cariño, y que se esfuerza por mostrar lo mejor de la humanidad, pues al no pertenecer a ella, puede apreciarla mejor; es el superhéroe que te salva y te guiña el ojo con una sonrisa antes de salir volando. Nada que ver con este hombre de acero tirante y taciturno. ¿Qué pasará cuando sea la hora de juntarlo en una película con Batman, que es el serio del grupo?
Está bien que traten de acercar al personaje a un público maduro, pero Snyder y Nolan se quedan a la mitad del camino, pues su objetivo se ve limitado a crear una versión más oscura que las demás. Uno de los pocos aciertos de esta idea se muestra en una escena en donde a sus nueve años Clark sufre un ataque de ansiedad causado por el incremento desmesurado de sus sentidos (el famoso superoído y la vista de rayos X). Son el tipo de cosas que debieron de haber explotado en el relato de sus orígenes, si es que en verdad el objetivo era el de abordar al héroe con una visión realista. ¿Por qué no mostrar también la primera vez que Clark tuvo relaciones sexuales (si es que no sigue siendo virgen), o si alguna vez intentó emborracharse, o por qué no ahondar en aquel momento de la película en donde se desmaya de dolor en la nave de Zod?, ¿no sería interesante saber lo que piensa un hombre que a sus treinta y tantos años acaba de darse cuenta que puede sufrir un daño físico? A lo largo de sus 75 años de vida, se han contado cientos de historias de este personaje en distintos medios, pero ésta no es la más realista, ni la más oscura, ni mucho menos la mejor.
Junio 13, 2013.