Queda claro que la violencia de la guerra hereda a sus sobrevivientes una enfermedad incurable, pero también, que es posible aprender a convivir dignamente con esa enfermedad. Así lo vemos en esta opera prima documental de la directoraTatiana Huezo que nos guía en un recorrido por las memorias del pueblo de Cinquera, en El Salvador, a través de la mirada de los que vieron pasar la guerra civil que azotó al país centroamericano alrededor de los años ochenta y fueron testigos de todo lo que ésta se llevó.
La voz pausada de una mujer mayor nos cuenta cómo fue el regreso al pueblo, encontrar al fantasma del lugar que habitaban y barrer los huesos de sus desaparecidos, que se acumularon en las calles, para comenzar de nuevo. La primera parte de la cinta nos muestra la vida cotidiana de este pueblo que trabaja la tierra, prepara su comida, hace ejercicio y lee aunque pensando, inevitablemente, demasiado en el pasado.
Viviendo en una de las épocas más violentas de la historia reciente de nuestro país, estamos acostumbrados a ver las escenas más sangrientas que se imprimen por millares en las portadas de los tabloides; conocemos la violencia. Tatiana Huezo va unos cuantos pasos adelante en este documental y desenmascara lo que está más allá, las heridas de un pueblo que no por haber dejado de sangrar han cicatrizado. Sabe que hay algo más que lo grotesco de la violencia y eso es lo que nos hace ver. Sin tomar deliberadamente una postura política con respecto a la naturaleza de la guerra salvadoreña, abre el espacio para que hablen los que la vivieron, aunque eso sí, todos en el documental apoyan de alguna manera las ideas que impulsaron la lucha de las guerrillas.
Los personajes y narradores se van adentrando en sus recuerdos con ayuda, sin duda, de la preguntas correctas, comenzando por hablar de pesadillas, de insomnio, de soledad y de ganas de escapar de la vida. No hay drama; son las confesiones de los que ya se han acostumbrado a vivir con ciertos síntomas.
Un montaje extremadamente cuidado ilustra con imágenes del presente las memorias de los narradores. En lugar del método convencional del documentalista de rescatar material que muestre la tragedia, aquí se hace uso de una bellísima fotografía para mostrar cómo se reflejan los recuerdos en la cotidianeidad. Lo que vemos añade significado a las declaraciones llevando el foco a lo que le interesa resaltar ya sea por su contenido simbólico (la lluvia, la gente barriendo las calles) o por su aportación a la atmósfera (los ruidos al hablar de la guerra, la oscuridad de una cueva que transmite el miedo y la desesperación). La directora prefirió no filmar cabezas parlantes de los relatos para imponerse el rigor de no utilizarlas, mejor, aprovechó para mostrar toda la vida del pueblo y dejar claras las razones que los alientan para seguir adelante. Las voces de los personajes se entretejen y se acoplan perfectamente para dar pie a una única historia coherente.
Poco a poco estas voces se salen del camino del relato de su día a día para llevarnos a conocer el refugio en el que se ocultó la poca vida que después de la guerra resucitó al pueblo. El punto climático de cada historia se entrelaza con las imágenes de una cueva inhóspita habitada por murciélagos en la que, durante años, se resguardaron varias familias de las balas, bombas, invasiones y asaltos militares. Se enterraron a esperar tiempos mejores.
Unos cuantos volvieron a Cinquera y reinventaron el pueblo a partir de cenizas. En la conclusión de la cinta, la atmósfera se torna, dentro de lo que cabe, un poco optimista. Vemos escenas de animales que nacen, una lluvia torrencial que limpia y renueva y la banda del pueblo que toca “Land Of a Thousand Dances” de William Pickett. Nadie habla de olvido pero sí de heredar esos recuerdos para que lo aprendido no se pierda nunca. La narrativa del documental marca un viaje redondo que bien podría ser el recorrido constante de la mente de estos sobrevivientes; el duro pasado que amedrenta sus razones para vivir se ve opacado por la convicción de seguir adelante y el instinto de supervivencia que los llevó hasta donde están.