Las estatuas también mueren
Desde su primera publicación en 1890, se han realizado más de una decena de adaptaciones fílmicas de The Picture of Dorian Gray, la novela gótica de Oscar Wilde (en México, en 1969, Ernesto Alonso hizo una telenovela basada en este argumento). El encanto de su trama recae en la monstruosidad sui generis de su protagonista, similar a la de un vampiro (será joven y bello eternamente), sin serlo (no requiere huir de la luz ni alimentarse de sangre humana). En la versión de Oliver Parker, como en la de Wilde, como en las películas actuales de vampiros, el pecado resulta mucho más seductor que la penitencia. Ésta tiene precio de rebaja frente a todo lo que gana el personaje (aunque sus culpas no lo dejan aprovechar tanto como podría): placer, placer y belleza. La historia de Dorian se desmarca del resto por ser un comentario inteligente sobre la delgada y complicada línea que divide la realidad de la ficción, la forma del contenido, el espíritu de la carne. Ésto también sabe recalcarlo Parker.
Sibyl Vane (Hurd-Wood), la amante de Dorian (Barnes) es una actriz que sólo desempeña roles de heroínas shakesperianas: es Ofelia, la novia de Hamlet cuando Dorian se enamora de ella en el escenario y, en una clase de ironía dramática, es también Desdémona, quien muere ahorcada en las manos de su celoso esposo, el moro Othello. Torpe para hacer empatar lo que siente con lo que quiere, el amor de Sibyl es tan radical como el plasmado en las tragedias del bardo renacentista. Parker sabe aprovechar ésto y hacer su propio comentario con una escena fugaz en la que Sibyl aparece como la Ofelia pre-rafaelita del pincel de John Everett Millais, pintura que se ha constituido como modelo y referencia obligada para representaciones subsecuentes de este personaje en el lienzo.
El retrato que el pintor Basil le hace a Dorian capta con creces la perfección de sus facciones, la frescura de su juventud, y Dorian, que con menos de 20 años está despertando al placer y ha sido irreversiblemente seducido por el hedonismo que profesa Lord Henry Wotton (Firth), envidia su inmutabilidad y su potencial de trascendencia; tanto, que está dispuesto a deshacerse de su alma a cambio de la juventud eterna. El cuadro es hermoso porque su modelo, Dorian, lo es; y Dorian quiere ser eterno como su retrato. En un juego de espejos, su representación gráfica se convierte en una parte de él, en una prótesis de su cuerpo y de su alma que se degrada con el paso del tiempo y con los vicios a los que impacientemente se entrega. Para acentuar lo atroz, Parker hace regresar constantemente a Dorian a ese ático donde, como Barba Azul, oculta el reflejo de su alma: su retrato. Varias veces podemos ver (o, peor aún, no ver) los progresos en su perdición, en una representación francamente exagerada del retrato (éste llora, sangra, apesta), y a través de este. Parker crea un efecto en el que coloca la cámara detrás del retrato y desde ahí el público puede ver el horror con el que Dorian se mira a sí mismo.
“[M]ientras el hombre respire” sentencia el soneto XVIII de Shakespeare “y sus ojos puedan ver, esto sigue vivo, y esto a ti te da la vida”. Esto, en los versos, se refiere al soneto mismo, y a ti se refiere al objeto del poema y a su autor, Shakespeare en este caso. Es decir, en el arte, la obra es fuente de vida de sí misma y al seguir ésta con vida, gracias a la calidad suprema de su manufactura y a sus espectadores (al ser leído un poema, admirado un cuadro, vista una película) se le da vida a los temas, personajes y motivos que en ella habitan, y a su autor. La novela de Wilde, por ejemplo, le ha dado esa vida eterna tan anhelada a Dorian y ha trascendido gracias a las lecturas que ha recibido, incluidas las interpretaciones fílmicas. Es raro que suceda lo mismo con una versión, ya que su realizador se constriñe a las ideas del original. Su campo de creación está muy limitado. Ese es el caso del Dorian Gray de Parker. Un adaptación inteligentemente hecha, que exprime los temas de Wilde, recrea un ambiente aterciopelado, a media luz, de pecado y arrepentimiento, tiene a un Dorian hermoso (quizás demasiado inocente para el temperamento que el final de la historia exige) y todo (excepto en algunas secuencias innecesarias de persecuciones) con demasiado respeto al original.