Nadie osaría debatir el talento histriónico de Juliette Binoche. En Ellas(2011) ofrece, en una breve escena, una singular cátedra. Ella, Anne, periodista, totalmente sola, ensaya a close-up el cuestionario que usará con una de las dos prostitutas que entrevista para escribir un artículo de cuatro páginas para la revista Elle. Pronuncia las preguntas imaginando que tiene a una de las chicas enfrente, finge las reacciones. Se ve segura de sí misma, casual; no juzga, comprende como comprendería cualquier burguesa parisina liberal. Pregunta desde el prejuicio y la superioridad moral que protegen una fragilidad que se agita al contacto con la realidad.
Alicja (Kulig) y Charlotte (Demoustier), con su actitud desenfada, sensual, articulada, algo orgullosa, cimbran sus preconcepciones sobre la prostitución. Estas bellas mujeres, educadas, universitarias, incluso algo refinadas, no han ‘caído’ en este oficio, lo han buscado para satisfacer sus lujos de la manera más rápida y fácil. A una no le alcanza con lo que le mandan sus padres para tener un departamento a su gusto. La otra ya está harta de los trabajos para estudiantes.
Cuando Anne conoce a la polaca Alicja, que le describe sus aventuras eróticas y sus arrumacos post coito, pone en duda el significado del amor. ¿Por qué una relación mediada por el dinero, parece más romántica, más viva y espontánea que la fría cotidianidad que se ha postrado entre ella y su esposo? Charlotte, por su parte, una francesa provinciana, se nota realizada. Puede comprar lo que quiera sin tener que pasar demasiado tiempo trabajando; su oficio es rápido. Incluso el sexo parece aportarle algo a su vida. El único problema no está en acostarse con desconocidos, dice, sino en ‘tener’ que llevar una doble vida, mintiéndole, entre otras personas, a su novio.
¿Qué esta gente no debería ser aberrante?, se pregunta Anne desde el prejuicio. No, contestan ellas sobre sus clientes, son, sobre todo, esposos aburridos. No, se contesta Anne sobre ellas, son mujeres tratando de satisfacer sus necesidades. ¿Su propio esposo, evidentemente aburrido, recurrirá a mujeres así de jóvenes y de… libres? ¿No debería ella buscar su propia satisfacción en lugar de estarle preparando la cena a su marido y a su jefe machista el día que no ha dormido porque tiene que entregar su artículo?
Durante la preparación de esta cena gourmet en una cocina de diseñador, la mente de Anne divaga entre los cuestionamientos sobre su papel como mujer, su libertad –¿será que la burguesía tiene más cadenas que la prostitución?–, su insatisfacción como esposa –hace mucho que ella y su esposo no tienen contacto; él ve pornografía en internet–, su impotencia como madre –apenas puede comunicarse con sus hijos; el adolescente le grita, cada vez que puede, cuánto desprecia su estilo de vida–, su edad y su propio deseo –como Séverine (Catherine Deneuve) en Belle de Jour(1967), por momentos ella también quisiera hacer su vida a un lado y entregarse impunemente al placer.
La polaca Malgorzata Szumowska evade el lugar común de estos temas con pequeños detalles: Sí hay una prostituta polaca en París, pero no es una polaca pobre. Charlotte goza su profesión pero también se encuentra con clientes que despojan al sexo de todo erotismo. Anne quisiera verse a sí misma como prostituta, pero su esposo la trata con la suficiente ternura para llevarla de vuelta a la normalidad. La directora prueba cómo, aunque se trata de la profesión más antigua, todavía no acabamos de conocerla. Y levanta preguntas, siempre incómodas, sobre el papel de nuestros deseos –oprimidos, dormidos, encaminados– en nuestra vida diaria. No ofrece respuestas. El efecto de Ellas es como el del velo de una hetaira: muestra el panorama tan difuso y tan atractivo a la vez, que puede dejarnos sólo con las impresiones sin que necesariamente nos dejemos afectar por lo que hay detrás.